Tendría yo unos 8 años; en el
pueblo no había cine ni nada que se le asemejase, algunos parroquianos con ínfulas
de empresarios traían películas de la capital en formato beta y en un salón
pequeño que servía de oficina de despacho de buses y chivas las exhibían en un televisor a color de 32 pulgadas. El
precio de la entrada nunca lo supe, nunca me dejaban entrar, pero por una
rendija de una ventana, junto con algunos amigos, nos alternábamos para ver películas como Rambo o Cobra. En una de aquellas oportunidades, ya caída la
noche, pegado al vidrio tratando de
distinguir algo en aquella minúscula pantalla, el dueño del local se acercó,
me miro con recelo y me dijo –entre chino, pero se queda callado- en silencio y algo asustado (si mis abuelos
se enteraban que estaba viendo esas
cosas que solo mostraban indecencias, el castigo estaba asegurado) me senté en
el suelo, junto a unas veinte personas y disfrute de la función. El nombre de la cinta “dejad que los muertos
descansen en paz” o al menos eso fue lo que entendí al que estaba a mi lado. Ese fue mi primer
contacto con el mundo de los zombis, en ella, un hombre llamado Martin, luego de morir por la radiación de una maquinaria industrial se transformaba en un tenebroso y desgarbado ser, sediento de carne humana que
acechaba a los habitantes de la región. A medida que trascurría la película por
cada mordida que daba y cada brazo o pierna que digería, su víctima se convertía
en un muerto viviente mas, extendiéndose la plaga en una orgía de sangre y
canibalismo, para finalmente, luego de una lucha a muerte con los sobrevivientes, quedar solo y morir definitivamente a manos de su esposa en lo profundo de una
cripta.
¿Qué diablos le pasaba por la
mente al tipo que me dejo entrar? no lo sé, tal vez quería darme una lección
para que nunca más estuviese pegado a su
ventana, pero el plan no le funciono.
Aunque he de señalar que por varias noches no dormí tranquilo, contando
las cuadras que habían desde mi casa hasta el cementerio, triplicando las
oraciones que mi tía abuela me había enseñado para antes de acostarme y
encomendando a cuanto santo o ángel conocía para que por sus infinitas virtudes
y bondades evitaran que los muertos
salieran de sus tumbas y si salían pasaran de largo por mi calle, las de
mis familiares y amigos. Por algunos meses tuve pesadillas en las que hordas de
muertos atacaban mi casa y en las que conocidos y familiares se convertían es estos
monstruos. Algún erudito psicólogo
podría decir que quede traumado, pero no, luego de esa película no perdía la
ocasión para ver otra del mismo tipo; se me revolvían las entrañas cuando
salían escenas de explicito gore y nuevamente pasaba por las noches de poco
sueño, oraciones prolongadas y una mayor confianza en mis aliados celestiales.
Al mejor estilo del adulto que promete nunca más volver a tomar en pleno apogeo
del guayabo para días después terminar emparrandado, yo pasaba tragos amargos pero valientemente
aceptaba nuevos retos. ¿La razón de esto? no la sé, alguna neurona neurótica o
esquizofrénica en alguna circunvolución inconclusa, de las mismas que producen
emos, punks, cristianos fanáticos y seguidores de Herbalife.
¿Dónde nacen los zombis?
La primera referencia que
podríamos dar de un zombi como tal podría venir de la antigua Mesopotamia,
cuando la diosa de los muertos Ereshkigal, luego de sufrir una pena de amor a
causa de Nergal hace que este regrese a su lado después de proferir estas
tiernas palabras de reconciliación:
“haré que los muertos asciendan y
devoren a los vivos, haré que allí arriba haya más muertos que vivos”
Así quien no se enamora.
Luego vendrían los ritos y
cultos funerarios encargados de enviar el alma de los muertos al más allá y
evitar que ronden por el mundo de los vivos, pero ese cuento era con el alma,
al cuerpo lo dejaban quieto en su natural descomposición.
Adelantándonos en el tiempo la
concepción del zombi fue tomando forma gracias a la tradición vudú y la cultura
haitiana, allí la mezcla de temores y prejuicios del hombre blanco, junto con
los ritos funerarios, de sangre y la
esclavitud dieron nacimiento a lo que sería el “muerto viviente” solo que este era un sirviente más, una deformación del esclavo de las plantaciones de caña, una
macabra analogía de la denigración de la condición humana.
Luego en los años 30 llego el
cine y con ellas las primeras cintas del genero Z, iniciando con “la legión de
los hombres sin alma (1932)” “los muertos andantes (1936)” “yo anduve con un zombi
(1949)” y “plan nueve del espacio exterior (1959)” esta última catalogada como
una de las peores películas en la historia del cine, y en efecto lo es, pero
igual es estupenda.
Después en 1968 llego el padre de
la cultura zombi al que todo buen fanático del cine tipo B y su subgénero Z
debe nombrar con respeto: George A. Romero. Con “la noche de los muertos
vivientes” dio vida al muerto viviente caníbal y bestial, comandado solo por
sus instintos básicos de hambre y furia y por supuesto al escenario que se desprendía
del actuar de estos seres, el temido apocalipsis zombi. Después de todas sus películas la cultura zombi adquirió forma y se
convirtió en la empresa de entretenimiento que es hoy. De allí partió la figura típica del cadáver
de andar lento, arrastrando su extinta humanidad hecha pedazos en busca de
carne y posteriormente cerebros que calmen su dolor. Luego llegarían las hordas
brutales y cazadoras, el zombi que persigue sus víctimas dejando escapar
macabros gruñidos y gemidos (el amanecer de los muertos y the walking dead
tanto el comic como la serie de tv) por ultimo ya se abandonan las pequeñas poblaciones o ciudades y
se centra todo en el apocalipsis zombi, el fin del mundo tal como lo conocemos
a manos de seres tan depredadores como nosotros.
¿Por qué llama tanto la atención
este género de “terror”? será porque el zombi, al igual que en los tiempos de esclavitud en Haití,
es una analogía del hombre moderno, esclavo de un mundo fabricado para generar
dinero a costa de la “vida” y libertad del individuo. Será porque nos sentimos humanos sutilmente
deshumanizados, hormigas más dentro del hormiguero, sirvientes sin voluntad de
la tecnología y el mercado ¡Muertos vivientes! Y tal vez por eso mismo, es que la
imagen del apocalipsis zombi tan pulcramente detallada en la industria del
entretenimiento solo refleja nuestra esperanza de un mundo nuevo, la caída del
status quo a manos de sus mismos creadores
convertidos en depredadores máximos.
Que irónico que en la
representación de la muerte esté reflejada la esperanza… bueno, son solo ideas mías.