latecleadera

jueves, 27 de enero de 2022

600000 almas

 

600.000 almas

Cuando niño solía cada noche, bajo el silencio que brindaba la casa vieja luego que las altas estrellas estuviesen lo bastante encumbradas,  escribir sin falla y tratando evitar al máximo perder algún detalle, el sueño que un día antes había sabido vivir en aquellos universos oníricos alternos.

En ellos era verdaderamente yo; ubicuo, vaporoso, difuso y volátil.  Me expandía por tierras imposibles al lado de anónimos rostros que susurraban sus vidas entre canticos de pájaros multicolores ocultos en árboles pintados como acuarelas de cuento infantil.

Allí reposé mis deseos, mis impulsos y todo aquello que bien quería ser y debería llegar; en una redundancia significativa fueron los sueños el lugar ideal para dejar sembrados los sueños y que estos echaran raíces y levantaran, cual majestuoso tronco seco, presto a ser leña que sirviera para atizar los miedos y maldiciones del futuro.

Luego, con el paso de los días y los años,  poca tinta se corrió sobre aquellas historias y como justa y lógica causal, cada realidad experimentada tras los globos oculares ocultos en la oscuridad se disipaba en el olvido que de lo más profundo de una bola ígnea dejaban llegar los rayos de sol.  Algo así como si el preámbulo del inicio del fin de la existencia, fuera el hecho de olvidar aquello que no era, para de forma gradual y letal, cuando llegase el momento adecuado, ir cortando con finura de mariposa la vida que sin sentido se desgranaba diariamente en complejas prisiones llamadas ciudad.

Las canas me trajeron la respuesta del olvido: que el sueño que vive pero nunca nace, lo hace porque queda extraviado entre los caminos que trazan las neuronas en su pulsátil haber, sin lograr llegar a una zona llamada como animal mitológico marino.  Aquello que rebase la velocidad del caballo acuático verá la luz de la superficie y será decisión del soñante si con glifos o letras permitirá su fútil inmortalidad.

Hoy, años después de la primera línea que escribí, solo recuerdo, que poco antes de ser lo que creo soy, en una casa cualquiera, a una hora cualquiera, con anónimas sombras corrientes a mi lado, escuchaba una noticia que helaba los huesos. En tierras relativamente lejanas algo poco claro hasta ese momento había ocurrido, algo bien podría ser de origen natural o humano, pero que lo único que dejaba como certeza era que en ello, más de 600.000 almas habían dejado su luz vital.