Me cuesta imaginar como en un
remoto pasado, un grupo de homínidos cazadores armados con palos y piedras hicieron frente a
una manada de uros imponentes; cuernos contra pulgares, bufidos contra gritos,
al final el cuerpo yermo de una de aquellas bestias y el jolgorio y la
algarabía de los protohumanos. Pasarían los siglos y las crías de ambas
especies irían sellando la extraña relación que se desprendió de aquel
encuentro violento. Los simios perdieron
el pelo, aumentaron de estatura y tecnificaron sus primitivas herramientas,
nacería el homo sapiens y este se auto proclamaría el rey del mundo, la razón y
fin de la creación. Los cornudos
cuadrúpedos continuarían pastando en las planicies, rumiando apacibles mientras
el simio alteraba su mundo, lo alteraba a él, y lo convertía en un animal
dócil, lo domesticaba. Por los 10 000 AC
cuando la humanidad dejo de ser una manada más y entro en la historia,
el toro estuvo a su lado; con su fuerza quebró la tierra para el sembradío, con
su piel cubrió sus cuerpos y hogares, con su leche (siendo más exactos de la
vaca) alimento las crías flemáticas e indefensas y para completar regalo su
mierda para abonos y paredes. El hombre,
animal débil y escueto, deslumbrado por su fuerza lo elevo a condición de dios,
lo entronizo en las estrellas del firmamento, lo convirtió en pieza
indispensable de lo que más tarde llamaría arte. Quedaron invictas ante las embestidas del
tiempo las estatuas de dioses toros alados mesopotámicos, los frescos etruscos
y cretenses donde gráciles hombres saltaban sobre los lomos bovinos mientras
mujeres esbeltas con sus tetas al aire los elogiaban. Quedaría el minotauro
producto del bizarro romance entre el toro de creta y Pasifae; quedaría el becerro de oro que despertaría los
celos patológicos del maniaco Yahveh, quedaría Zeus transformado en toro y
montando lujurioso a Europa; el Apis egipcio, la vaca madre nórdica Audhumla,
las vacas sagradas de la india (simples encarnaciones divinas.) Curiosamente
utilizo al mismo animal como ofrenda ante estos mismos dioses, nacerían los
sacrificios, las hecatombes. La mala suerte cayó sobre el estúpido
rumiante, que sin saber cómo ni cuando entro a formar parte del rito de sangre,
su vida fue la moneda con la que se pagaba el equilibrio prestado de las
fuerzas celestiales.
Por cosas del destino fueron los
españoles quienes entregaron los primeros toros y vacas a las tierras
americanas; nuestros ibéricos
antepasados, caracterizados por su brutalidad, codicia y estupidez ya llevaban
años practicando el susodicho “arte” de matar
lentamente estos animales.
En el caso particular de
Colombia, consideraron que toda esta sacra tierra bien podría ser un inmenso
potrero que surtiera de carne y cuero al resto de nuevos reinos, y de
forma tranquila y paciente convirtieron
a indígenas, negros y mestizos en pastores, al mejor estilo de las maldiciones bíblicas -
y los hijos de tus hijos y los hijos de sus hijos serán pastores-. Hoy en día
ser ganadero es signo de prestigio y poder; al diablo la agricultura, al diablo las frutas
y verduras, al diablo los árboles centenarios,
que la tierra solo produzca hierba verde para los rumiantes. Grandes extensiones de tierra son propiedad
de ganaderos, los hijos de los dueños de estas tierras son los que nos
gobiernan, somos gobernados por pastores flojos que retozan placidos en sus haciendas
mientras el chalan tostado por el sol, corretea sus dominios. Pero que podemos hacer, así lo quiso la
historia; y como era de esperarse la tauromaquia llego pegada a esta cultura
pastoril, como garrapata en oreja de vaca.
Dicen que la tauromaquia es un
arte, que es algo inherente a nuestra cultura, que es la exaltación del
espíritu de valentía y orgullo del hombre, que el toro a nacido para morir
dignamente a manos de torero, que de no existir el toreo, no hay razón para que
el toro de lidia exista como especie.
Es innegable que el toreo a
formado parte de nuestra cultura, que los toros se cantan en bambucos y
pasodobles, que se grita ¡ole¡ cada vez que se le hace el quite a algo o
alguien de manera elegante, pero de ahí a celebrar la tortura de un animal
indefenso es una cosa muy distinta; y
si, si es indefenso. Aunque es probable
que sea una leyenda urbana lo de la tortura previa a la salida a la arena, el pobre animal ya entra en desventaja, podrá
ser todo lo fiero que quiera, pero es una animal ante todo, los contendientes
no están en el mismo nivel de intelecto (cosa contraria a las peleas de gallos
o de perros donde están parejos) está
expuesto a un ambiente hostil e intimidante, miles de personas
rodeando y gritando aturden a
cualquiera, (conozco muchos “machitos “ a los cuales les tiembla la voz cuando
hablan en público.) Su contendiente
aunque pequeño, débil y con vestimenta algo feminoide, tiene el capote para
confundir al confundido, los banderilleros
y los piqueros. No veo
“bravura” del animal en esto, simple y
llano instinto de conservación. Tampoco
veo la valentía del torero por ningún lado; si alguien me dice -¿acaso no
es valentía enfrentarse a una mole de músculos con cuernos frente a frente?- yo digo que no, eso no es valentía, es
estupidez. Pero los toreros no son
estúpidos, solo son cobardes, llevan la muleta porque saben que el animal estúpido
la seguirá, saben que el animal luego de las banderillas y el piqueo no estará al
ciento por ciento, saben cómo piensa y como va a actuar la bestia, todo es una pantomima,
una pavona disfrazada de gallardía. Si el torero quiere en realidad demostrar
su valor que entre sin muleta, sin banderillero, sin nada, que tome los cuernos
del toro y salte sobre su lomo, que juegue con la furia del animal, que no se esconda tras
las tablas cuando el toro lo persiga,
eso es valor, eso merece un aplauso. Los arabescos con la capa y en un
traje que tortura los testículos solo se me asemeja a una pieza de ballet
sangriento. Veo más valentía en los
enanos y borrachos de las corralejas de pueblo, ellos si enfrentan al animal,
lo retan y vencen (o en ocasiones el novillo o toro desnutrido vence al
borracho y este termina en el centro de salud maltrecho pero feliz) aquí no hay
tortura vulgar, no hay sed de sangre, probablemente no haya arte, solo diversión,
al parecer el rojo hemático es lo que eleva esta actividad a arte.
Justificar ese festival grotesco
a expensas de que es el único fin que tiene una especie para existir, es un
argumento ridículo. Si por ello fuera, puedo decir que los toros de lidia bien podrían
liberarse en los llanos solitarios, y capturar la verdadera especie violenta y
asesina: la especie humana. Si es por su
deseo innato de muerte y destrucción, el toro tendría que ser remplazado por un
hombre, por un guerrero.
Justificar la fiesta de la
tortura por ser una expresión cultural centenaria tampoco tiene sentido, muchas
culturas sacrificaban sus hijos a los dioses, (algunos dicen que los chibchas
inmolaban un infante al enterrarlo en el hueco donde se erigiría la primera
columna de una edificación), otros realizan la ablación de niñas, otros más
modernos pasaban a la guillotina a sus gobernantes, o quemaban a los herejes e incrédulos
en las hogueras. Para algunos la mujer era propiedad del hombre y no podía ejercer
el derecho al voto. Todo ello producto de expresiones culturales y filosofías e
ideologías centenarias, y por ello no se matan niños en altares de iglesias, ni
se entierran vivos a bebes cuando se construyen puentes (por desgracia se matan
niños por otras infames razones) los gobernantes ineptos no son decapitados
(aunque no sería una mala idea) y las mujeres -a pesar de muchos- ejercen sus derechos de igualdad. Cada cosa en su momento y lugar, somos la
humanidad del siglo XXI, la que vive inmersa en un mundo virtual, la que maneja
la información al instante, la que está conquistando el espacio y cada día
desentraña los secretos de la naturaleza, somos el pueblo que se alarma ante el
analfabetismo y en el que las palabras paz, tolerancia y convivencia se repiten
sin parar. ¿Cómo en una sociedad así
puede tener cabida un ritual de sangre y
tortura con un animal inocente? ¿Cómo es posible que la élite política,
financiera e intelectual considere que humillar y matar una bestia sea arte
sobrio y majestuoso? ¿La apología al sufrimiento es parte esencial de nuestra
cultura, de nuestra identidad? Podrán decir
que es hipócrita atacar la tauromaquia para luego disfrutar una porción de
carne asada en un restaurante, pero no, no es hipocresía, es ser
realistas, yo no pago por ver morir la
vaca que he de comer, yo no exalto al carnicero que clava el cuchillo en el
cuello de la res, sé que el mundo equilibrado que profesan los vegetarianos es una utopía, somos una sociedad de consumo,
brutal y agresiva que requiere ingentes recursos para alimentarla, puedo optar
por la abstinencia de carne como estilo saludable de vida, también puedo exigir
un trato digno a los animales de consumo (aunque esto viene siendo tan utópico como
el mundo de los veganos) o simplemente puedo considerarme como un animal más de
la larga cadena alimenticia que desde hace millones de años sostiene la vida
sobre este planeta, pero ello no implica
que yo eleve la costumbre de torturar y matar un animal , a expensas de la
vanidad y la falsa valentía de un hombre.
Como bien lo dijo mi querida compañera de trabajo marzya, “si el toreo
es arte, el canibalismo es gastronomía”.
Y por último ¿qué hacer? Pelear contra
las maquinarias leguleyas que justifican lo injustificable no tiene sentido,
hay que recordar que ellos son los hijos de los pastores holgazanes en sus
haciendas, el olor a sangre está inmerso en sus fosas nasales y obnubila sus
sentidos (y su conciencia, tal vez por eso es que estamos como estamos) como
todo lo grande, siempre se inicia de lo más pequeño, de mi propia actitud,
de aprender y comprender el respeto a los animales, y de
paso, ya que nuestra generación está perdida, enseñarle a nuestros hijos
aquello que nosotros tarde entendimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario