Pensar que un punto de tonos rojizos o anaranjados, encaramado en
lo alto del firmamento, camuflado entre miles de puntos luminosos algo menores
que él, otros algo mayores que él,
disipando sus tenues destellos entre las nubes andariegas. Quien diría que este pequeño planeta el segundo más pequeño (o tercero) en su andar errático pudiese despertar tantas
historias.
Marte desde tiempos remotos trajo
tras de sí las miradas de hombres curiosos, observadores incansables, soñadores
y creadores de leyendas. Transmutándose
lentamente del lucero rebelde, sanguíneo
y discreto en el dios de la guerra y la violencia, cobijándose con el aura de
virilidad, fuerza, impulsividad y deseo
tal cual como lo invocan las cartas del tarot.
Pero ese marte con casco y yelmo,
en actitud belicosa sobre su carruaje de guerra, emanando etéreos influjos
ígneos a los que nacieron bajo su tutela, prefiero
dejarlo a los “maestros” que ven el futuro distante, que ligan amores perdidos
y limpian el camino de negativas energías, todo por 15 mil pesos.
Yo prefiero el marte que sale a altas horas de la noche, cuando las corrientes
de brisa levantan el cabello, los grillos entonan melodías disonantes, los
gatos observan desde tejados vecinos y las lechuzas ululan en arboles durmientes. Es el marte que desvela sus secretos tras los
lentes de un telescopio, que durante días aparecía en mis sueños en desordenada
danza cósmica, junto a júpiter o Saturno, o en coloridas escenas como laminita
de álbum de chocolatina. Cuando por
primera vez pude enfocarlo con mi minúsculo catalejo, tamaña desilusión me lleve; quería ver que tan lejos llegaban sus
casquetes polares, ver las tormentas de arena a escala planetaria y porque no,
sus canales, pero no, 60 mm de diámetro solo daban para diferenciar su forma
esférica y naranjada, nada más, necesitaba un aparato de mayor abertura. Y desde ese día he pospuesto una y otra vez
este nuevo encuentro…
Marte entro en el mundo de la farándula
desde que en el siglo XIX Schiaparelli
cartografiara su superficie y catalogara unas
confusas líneas (probablemente defectos de óptica o de observación) con
canali, que se convertirían en canales,
canales de una civilización agonizante e
irresponsable que trataban por todos los medios de remediar sus errores, estos
canales transportaban el preciado líquido (agua) de los polos a los trópicos áridos
y candentes. Y fue de esta fábula
ambientalista, auspiciada por el astrónomo Flammarion y Percival Lowell la que encendió la llama creativa de Edgar
Rice Burroughs y dio nacimiento a Barsoom, sus civilizaciones en luchas
intestinas, su princesa altiva y
esbelta y el forajido John Carter que en una jugada de suerte y pasándose por alto todas las leyes de la física, de un momento para
otro apareció en marte, se quedó con la bella de la historia y
termino siendo héroe por accidente. Todo
esto narrado en una obra clásica de la ciencia ficción “una princesa de marte”
que después me entere era solo parte de toda una saga de guerras y romances
marcianos.
Tuve la desgracia de ver la versión cinematográfica de la
novela, un bodrio de pies a cabeza llamado “Jhon Carter” pero era de esperarse,
venia de Disney y solo falto que
salieran cantando y pajaritos marcianos hicieran los coros, por fortuna en años
pasados había aprendido de unos didácticos libros de superación personal y
técnicas de mejoramiento extrasensorial a crear escudos de energía e ideas que
enmascararon estas dos horas de mi corta vida, y borraron o mantienen a modo de
un virus o troyano en un baúl de cuarentena esta película, sé que la vi y que
es mala, pero de ahí no más. Ahora
tocara esperar con que salvajada salgan cuando empiecen a rodar la guerra de
las galaxias, dios nos ampare y favorezca.
Curiosamente y para esas misma épocas en las que me leía este
libro, paso por mis manos otra obra clásica de la literatura interplanetaria
“crónicas marcianas” de Ray Bradbury, este libro menos romántico, de mayor
profundidad, algo escatológico y pesimista.
con enredadas situaciones que pasan de lo psicológico a lo psiquiátrico, donde describe muy a semejanza de la conquista
del viejo oeste, la colonización del planeta rojo por los típicos humanos capitalistas
y de alma industrial, un choque, más que
de fuerza física, de fuerza mental y espiritual entre los invasores y
los nativos. La superposición de
realidades, la desolación, los sueños telepáticos y el estruendo de los
cohetes. siempre hay un miedo latente en
cada párrafo, un miedo a que el hombre deje de ser la bestia egoísta que es, de
alguna forma llega la decadencia de la
humanidad y la ascendencia de robots completamente humanizados, y al final
cuando la tierra desaparece en el firmamento
rojizo, se da el nacimiento de los verdaderos marcianos. Un libro para leer una y otra vez y sentarse
a pensar con cada capítulo.
Luego llegaron los marcianos
asesinos en máquinas inmensas, recolectoras
y succionadoras de humanos, que emitían sonidos semejantes a las
trompetas del apocalipsis. H.G Wells
daría nacimiento a “la guerra de los mundos”
y posteriormente al temor -justificado por la primera y segunda guerra
mundial- a toda cosa extraña que apareciese por los cielos, las teorías de la
conspiración salían de su cascaron e
irían tomando forma hasta llegar al adefesio de hoy. A marte lo dejaron a un lado, después de que
en la década de los 60 las primeras sondas llegaran y empezaran a enviar datos
y datos de nuestro hermano rojo y al ver que no había canales, ni ciudades estados, ni razas belicosas, ni
siquiera insectos, perdió interés para
toda esta multitud neurótica que decidió avanzar “la delgada línea roja” a júpiter,
estrellas lejanas, galaxias aún más lejanas y por ultimo hipotéticas
dimensiones. Marte quedo en manos de los
buscadores de hongos y bacterias, de los que miden piedras y valles desérticos,
científicos desocupados.
renació el interés luego de que la sonda Viking
1 fotografiara en la región de Cydonia las caras de marte, muy semejantes por cierto
a los simios del planeta de los simios en su versión setentera, y aunque se
demostró que solo eran juego de luces y sombras aún persisten los seguidores de
los grandes constructores de efigies, pirámides y ciudadelas marcianas, al
parecer emparentados con los egipcios dadas sus características, esto dio pie a que en el cine saltáramos del típico
marcianito verde, enano y travieso, mas semejante a un duende o un elfo que a
un extraterrestre, o del arrugado
marciano de Cocoon (que en realidad es un extraterrestre sin información de su origen pero me gusta
pensar que son de marte), mi marciano
favorito o mi amigo Mac, a rezagados de una milenaria civilización a la
espera de sus hijos (nosotros) como se podría apreciar en “planeta rojo”, “misión
a marte”, un capítulo de futurama o “el
vengador del futuro”. Personalmente me
gusta imaginar que en un futuro cercano, cuando la primera nave tripulada
aterrice en suelo marciano, algún astronauta despistado de con la entrada de
una colosal edificación pétrea y vaya
uno a saber que encuentre en ella, simples ensoñaciones de un ufólogo
redimido. Claro está, si a estos no se
les adelantan los holandeses que piensan montar una cosa semejante a la casa
estudio para el año 2020 y entre cuyo “casting” orgullosamente tenemos un
colombiano, ojala no lo amenacen por
convivencia, y luego lo expulsen; que triste seria verlo partir por los áridos
valles rumbo al “cohete estudio” al compás de “hay una luz…” y ojala que lo que encuentren los futuros
astronautas no sean las ruinas de la casa estudio… quien sabe que criatura
maligna pueda acechar en ella.
Aquí en Colombia no quedamos atrás con nuestra contribución
marciana, Efraín Monroy todos los domingos en los monos del
espectador, nos deleitaba con sus
marcianitos: saturnio y plutin; verdes, belfos, con antenitas, paticorticos y
barrigones, sobrevolando la ciudad de Bogotá en su fulgurante platillo volador,
y como todo buen colombiano, tratando de sobrevivir en este inhóspito ambiente
de altos niveles de oxígeno, presiones atmosféricas descomunales, agua líquida,
campos magnéticos, exceso de luz solar, pocos rayos cósmicos y bajos niveles de
argón, todo esto, a punta de puro rebusque.
¿Será que vivir aquí es como estar en
otro planeta?
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