latecleadera

jueves, 7 de agosto de 2014

Marcianitos a la orden


Pensar que un punto  de tonos rojizos o anaranjados, encaramado en lo alto del firmamento, camuflado entre miles de puntos luminosos algo menores que él, otros  algo mayores que él, disipando sus tenues destellos entre las nubes andariegas.  Quien diría que este pequeño planeta  el segundo más pequeño (o tercero)  en su andar errático pudiese despertar tantas historias.

Marte desde tiempos remotos trajo tras de sí las miradas de hombres curiosos, observadores incansables, soñadores y creadores de leyendas.  Transmutándose lentamente del  lucero rebelde, sanguíneo y discreto en el dios de la guerra y la violencia, cobijándose con el aura de virilidad, fuerza,  impulsividad y deseo tal cual como lo invocan las cartas del tarot.

Pero ese marte con casco y yelmo, en actitud belicosa sobre su carruaje de guerra, emanando etéreos influjos ígneos a los que nacieron bajo su tutela,   prefiero dejarlo a los “maestros” que ven el futuro distante, que ligan amores perdidos y limpian el camino de negativas energías, todo por 15 mil pesos.

Yo prefiero el marte que sale a  altas horas de la noche, cuando las corrientes de brisa levantan el cabello, los grillos entonan melodías disonantes, los gatos observan desde tejados vecinos y las lechuzas  ululan en arboles durmientes.  Es el marte que desvela sus secretos tras los lentes de un telescopio, que durante días aparecía en mis sueños en desordenada danza cósmica, junto a júpiter o Saturno, o en coloridas escenas como laminita de álbum de chocolatina.  Cuando por primera vez pude enfocarlo con mi minúsculo catalejo,  tamaña desilusión me lleve;  quería ver que tan lejos llegaban sus casquetes polares, ver las tormentas de arena a escala planetaria y porque no, sus canales, pero no, 60 mm de diámetro solo daban para diferenciar su forma esférica y naranjada, nada más, necesitaba un aparato de mayor abertura.  Y desde ese día he pospuesto una y otra vez este nuevo encuentro…


Marte entro en el mundo de la farándula desde que en el siglo XIX  Schiaparelli cartografiara su superficie y catalogara unas  confusas líneas (probablemente defectos de óptica o de observación) con canali,  que se convertirían en canales, canales de una  civilización agonizante e irresponsable que trataban por todos los medios de remediar sus errores, estos canales transportaban el preciado líquido (agua) de los polos a los trópicos áridos y candentes.  Y fue de esta fábula ambientalista, auspiciada por el astrónomo Flammarion y Percival Lowell  la que encendió la llama creativa de Edgar Rice Burroughs y dio nacimiento a Barsoom, sus civilizaciones en luchas intestinas,   su princesa altiva y esbelta y el forajido John Carter que en una jugada  de suerte y pasándose por alto todas  las leyes de la física, de un momento para otro apareció  en marte,  se quedó con la bella de la historia y termino siendo héroe por accidente.  Todo esto narrado en una obra clásica de la ciencia ficción “una princesa de marte” que después me entere era solo parte de toda una saga de guerras y romances marcianos. 
Tuve la desgracia  de ver la versión cinematográfica de la novela, un bodrio de pies a cabeza llamado “Jhon Carter” pero era de esperarse, venia de Disney  y solo falto que salieran cantando y pajaritos marcianos hicieran los coros, por fortuna en años pasados había aprendido de unos didácticos libros de superación personal y técnicas de mejoramiento extrasensorial a crear escudos de energía e ideas que enmascararon estas dos horas de mi corta vida, y borraron o mantienen a modo de un virus o troyano en un baúl de cuarentena esta película, sé que la vi y que es mala, pero de ahí no más.  Ahora tocara esperar con que salvajada salgan cuando empiecen a rodar la guerra de las galaxias, dios nos ampare y favorezca.

Curiosamente y para  esas misma épocas en las que me leía este libro, paso por mis manos otra obra clásica de la literatura interplanetaria “crónicas marcianas” de Ray Bradbury, este libro menos romántico, de mayor profundidad, algo escatológico y pesimista.  con enredadas situaciones que pasan de lo psicológico a lo psiquiátrico,  donde describe muy a semejanza de la conquista del viejo oeste, la colonización del planeta rojo por los típicos humanos capitalistas y de alma industrial, un choque, más que  de fuerza física, de fuerza mental y espiritual entre los invasores y los nativos.  La superposición de realidades, la desolación, los sueños telepáticos y el estruendo de los cohetes.  siempre hay un miedo latente en cada párrafo, un miedo a que el hombre deje de ser la bestia egoísta que es, de alguna forma llega  la decadencia de la humanidad y la ascendencia de robots completamente humanizados, y al final cuando la tierra desaparece en el firmamento  rojizo, se da el nacimiento de los verdaderos marcianos.  Un libro para leer una y otra vez y sentarse a pensar con cada capítulo.


Luego llegaron los marcianos asesinos en máquinas inmensas, recolectoras  y succionadoras de humanos, que emitían sonidos semejantes a las trompetas del apocalipsis.  H.G Wells daría nacimiento a “la guerra de los mundos”  y posteriormente al temor -justificado por la primera y segunda guerra mundial- a toda cosa extraña que apareciese por los cielos, las teorías de la conspiración  salían de su cascaron e irían tomando forma hasta llegar al adefesio de hoy.  A marte lo dejaron a un lado, después de que en la década de los 60 las primeras sondas llegaran y empezaran a enviar datos y datos de nuestro hermano rojo y al ver que no había canales, ni  ciudades estados, ni razas belicosas, ni siquiera insectos,  perdió interés para toda esta multitud neurótica que decidió avanzar “la delgada línea roja” a júpiter, estrellas lejanas, galaxias aún más lejanas y por ultimo hipotéticas dimensiones.  Marte quedo en manos de los buscadores de hongos y bacterias, de los que miden piedras y valles desérticos, científicos desocupados.   
renació el interés luego de que la sonda Viking 1 fotografiara en la región de Cydonia  las caras de marte, muy semejantes por cierto a los simios del planeta de los simios en su versión setentera, y aunque se demostró que solo eran juego de luces y sombras aún persisten los seguidores de los grandes constructores de efigies, pirámides y ciudadelas marcianas, al parecer emparentados con los egipcios dadas sus características,  esto dio pie a  que en el cine saltáramos del típico marcianito verde, enano y travieso, mas semejante a un duende o un elfo que a un extraterrestre, o  del arrugado marciano de Cocoon (que en realidad es un extraterrestre  sin información de su origen pero me gusta pensar que son de marte),  mi marciano favorito o  mi amigo Mac,  a rezagados de una milenaria civilización a la espera de sus hijos (nosotros) como se podría apreciar en “planeta rojo”, “misión a marte”,  un capítulo de futurama o “el vengador del futuro”.   Personalmente me gusta imaginar que en un futuro cercano, cuando la primera nave tripulada aterrice en suelo marciano, algún astronauta despistado de con la entrada de una colosal edificación  pétrea y vaya uno a saber que encuentre en ella, simples ensoñaciones de un ufólogo redimido.  Claro está, si a estos no se les adelantan los holandeses que piensan montar una cosa semejante a la casa estudio para el año 2020 y entre cuyo “casting” orgullosamente tenemos un colombiano,  ojala no lo amenacen por convivencia, y luego lo expulsen; que triste seria verlo partir por los áridos valles rumbo al “cohete estudio” al compás de “hay una luz…”  y ojala que lo que encuentren los futuros astronautas no sean las ruinas de la casa estudio… quien sabe que criatura maligna pueda acechar  en  ella.


Aquí en Colombia no  quedamos atrás con nuestra contribución marciana,  Efraín Monroy  todos los domingos en los monos del espectador, nos deleitaba  con sus marcianitos: saturnio y plutin; verdes, belfos, con antenitas, paticorticos y barrigones, sobrevolando la ciudad de Bogotá en su fulgurante platillo volador, y como todo buen colombiano, tratando de sobrevivir en este inhóspito ambiente de altos niveles de oxígeno, presiones atmosféricas descomunales, agua líquida, campos magnéticos, exceso de luz solar, pocos rayos cósmicos y bajos niveles de argón, todo esto, a punta de puro rebusque.    ¿Será que vivir aquí es como estar en  otro planeta?

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