latecleadera

lunes, 21 de julio de 2014

Mis libros perdidos. Cartilla de lectura CAMINA




En los primeros años de la década de los ochentas y bajo el mandato de Belisario Betancourt se creó  la “campaña de instrucción nacional” con el fin de disminuir, si no erradicar, el peligroso analfabetismo que imperaba en nuestra nación.   Este programa de gobierno fue la continuación del archiconocido “radio Sutatenza” que saco de la ignorancia a unos cuantos abuelos.  ¿Logró o no sus expectativas?  Lo desconozco, solo sé que por cosas de la vida, las cartillas de dicha campaña   llegaron a mis manos cuando aún estaba en la escuela,  y junto a "globito mágico" y "nacho lee" se convirtieron en mis libros escolares guía.  Como toda cartilla escolar, venían con coloridos dibujos, letras grandes y problemas básicos que se repetían una y otra vez. Y de todas ellas las que más llamaban mi  atención eran las de CAMINA.  

Y que niño no inventa una historia con las imágenes e historias que allí se encontraban.


Había una mujer dibujada en una de las primeras hojas de la cartilla, amarilla por los años y roída por los ratones en uno de sus extremos.  Por alguna razón siempre prefería está  a aquella que enseñaba los números y las operaciones entre estos. En ella  los dibujos esparcidos a lo largo de sus hojas siempre mostraban  la familia de Luis  y Ana, dos campesinos que vivían en alguna lejana finca en medio de las montañas.
tenían una casa pequeña y ordenada, con árboles a su alrededor y animales de corral por todos lados. Todos los días salían a trabajar a su parcela en compañía de sus hijos, mientras el sol se levantaba y con sus rayos disueltos en los nubarrones levantaba la niebla que aun dormía sobre las hojas de las plantas al borde del camino.  Vivían humildemente pero eran felices, se les notaba en su rostro  tranquilo y las poses sueltas que adquirían sus cuerpos al atardecer, cuando llegaban de su faena.  
 Gustaban de la buena y sana comida y odiaban la ciudad,  tal vez porque  no la comprendían y no estaban acostumbrados a los sonidos del metal, porque a pesar de todo, la ciudad que visitaban era una ciudad organizada.
Ellos preferían el pueblo, pequeño, con una plaza repleta de gente jovial, perros vagabundos, niños correteando por las pocas calles y casi siempre alguna fiesta con música y chicha en el parque central.
Allí era donde llegaban con el caballo y la mula a vender su cosecha, en un floripinto mercado, luego,  antes que la noche cayera volvían a su  casa, aunque llegaran tarde y en ocasiones la lluvia los golpeara, no había nada mejor como dormir en la cama de siempre.


Esa era la historia que me mostraba aquella extraña mujer en la primera hoja de la cartilla, tenía la mirada  fija en aquel que la leía, aquella mirada que traspasaba unas gafas un poco burdas y sin lentes que yo le había dibujado, tenía el cabello suelto aunque corto, pero a pesar de eso se le formaba una extraña melena que parecía confundirse con las ramas de los árboles que la rodeaban.  Su vestido era largo, de dos piezas, rasgado en los bordes de la falda,  con un corte simple que dejaba entrever  un cuerpo flaco y escueto.   Tenía sus brazos abiertos  semejantes a las imágenes de los santos en pleno éxtasis  y una de sus manos sostenía lo que parecía ser una regla o simplemente una vara de esas que se encuentran en el suelo.  Un riachuelo corría a sus espaldas y alimentaba un bosque espeso, repleto de desconocidas criaturas, dudo fuesen peligrosas.  No podría saberse con precisión quien o en el peor de los casos que era ella. Obviamente no era de la familia de Luis, pues si lo fuera, sería la tía loca  y este no permitiría que uno de sus familiares viviera en esta precaria condición, perdida en el bosque. Tampoco era del poblado cercano a la finca, muy mística para ellos y era poco probable fuese de la ciudad, muy agreste para ser de allí. 
Ella, esa mujer, era ajena a la historia, aunque formaba parte de ella, era su preámbulo, su profeta díscola, la maestra de ceremonias de la función mayor, de la función de la vida normal y feliz.  Era como un ángel, sin serlo, pues por aquella mirada un trazo  de divinidad  se escapaba de su ser.  Era eso, un espíritu del bosque, de esos que la gente confunde con brujas o demonios, un espíritu de hierba.

3 comentarios:

  1. Bueno encontrar esto, hoy recordé el plan camina, pero curiosamente en la red solo encontré esta información, quería contarle a un joven que esto existió.

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  2. es muy difícil encontrar información sobre estas cartillas...y ni se diga encontrar las cartillas

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  3. Yo hablando con mi esposa de còmo aprendí a leer aquellos tiempos de una buena educacion sin tecnologia y de buenas enseñanzas

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