latecleadera

viernes, 26 de abril de 2019

Mimético dragón.





El atardecer descolgaba sus últimas horas sobre los muros de la casa uniforme y blanca; la ventana de madera carcomida, con estampillas de dioses decadentes y rollizos se encontraba de par en par.

La princesa, sonriente con la mirada al vacío yacía tras ella.

La brisa  transportaba hasta mí  su aroma, mezcla de perfume modesto y sudor reciente... algo dulce.

Revolotee por aquel caserío unas mil veces, deseoso  lanzar fuego y en mis garras arrebatar el temporal sentido del ser.  Me abstuve por sortilegios  y truenos impresos en los pisos rojos como el ocaso, colocados allí por algún infame brujo enemigo de dragones.

Paciencia, resoplaron los juncos de la quebrada cercana, mientras veía estupefacto la caída de muchos soles, vigilante en los montes áridos y colosales.

Unos días la vi rosada, como antaño vestían las doncellas que sereno devoraba.  Aveces era azul, enjuta en sus atavíos como hormiga en tela de araña.  Por años toleré gustoso el humo de los incensarios y las palabras iracundas e ilógicas de clérigos turbados por fuerzas telúricas.

Mimético, cual camaleón, me deslizaba por mis sueños soleados en potreros y sabanas de pastizales amarillos con guayabos estériles y gigantes.  Rozando mi piel en su hogar, ingenuo en apariencia, mientras, inconsciente afilaba la daga de mi ceremonial sacrificio.

Fue en una de tantas noches, bajo el brazo fuerte del cazador estelar, cuando, tranquilo, deambulando por calles luminosas, acero ardiente sentí en mis costados; La trampa había sido tendida, y yo, majestuoso y humillado, luchaba desesperadamente en su interior.  Los verdugos quebraron mi pétrea piel y con cadenas y grillos, en mallas finas y fuertes como el silencio, fui llevado a mi prisión.  Largas jornadas duró mi transporte, y los hombres sombríos pero satisfechos, arrastrado me llevaron - al colmo de sus fuerzas – a mi destino final.  Allí, inmerso en muros de fuego y rocas lisas y filosas permanecí; atado, mutilado, vilmente despojado de mi poder, mascullando venganzas futuras, sacrílegas.  



Dragón no podía ser más, y como una ilusión fui capaz de morir, soberbio en ríos de calor.

Hace unas noches, ligeramente disuelto en las sombras cual nueva criatura soy, la vi.  En boca de madre ajena, multiplicando su vida... alegre.

Las hojas caen, los árboles inquietos murmuran, los animales de ojos profundos, atentos observan al mago, sentado sobre las ruinas del templo antiguo, su santuario.



“Una sombra ha llegado, extraño ser que recuerda los míticos dragones” comentan las flores entre sí.  Nuevas noticias trae a su señor.  Un fugaz brillo brota de sus ojos; de esperanza, de sabiduría... de divina venganza.