Guardaba cierto recelo ante la película,
pero luego de las buenas referencias que dieran varios de mis compañeros de
trabajo finalmente opte por irme de plan de cine junto a mi esposa y mi hijo,
como siempre emulando la bárbara costumbre gringa de engullir una abrumadora
cantidad de maíz pira (palomitas de maíz dice mi hijo) y la versión extra
grande de Coca-Cola necesaria para estimular la meada a mitad de la función.
No me arrepiento en absoluto, los
guardianes de la galaxia, desconocidos para mi hasta ese momento (el universo Marvel
es tan grande que vaya uno a saber que puede encontrar escondido) llenaron todas mis
expectativas para una película de superhéroes y ciencia ficción. Tiene todo lo que un buen friki puede buscar:
héroes proscritos, razas extraterrestres muy semejantes entre sí, señores
oscuros buscando dominar el universo,
fuentes de poder ilimitado y alienígenas sexys con quien sabe que variante anatómica que les de ese “toque único”. No es
una historia nueva, a los pocos minutos uno tiene la idea de cómo va terminar, sus personajes son bien
delineados sin necesidad de crear salidas argumentales imprevisibles ni nada
por el estilo; pero es tan semejante a las historias que uno se armaba de niño,
cuando se jugaba con los muñequitos de yupi y chitos, que al mejor estilo de Amparo Grisales bien podría estirar el brazo y decir “me erice”, eso sin
contar las ambientaciones que
rememoraban en algunos momentos escenas de la guerra de las galaxias o en el
colmo del desorden neuronal, a escenas de He-Man o a Skeletor camuflado en el
villano de la historia. Pero por encima
de todo estaba la banda sonora,
simplemente sobria, majestuosa, asombrosa. Y en StarLord
con sus audífonos de diadema nos vimos
reflejados todos y cada uno de los musicómanos de los ochentas y noventas. Una
transitoria taquicardia supra ventricular me dio cuando al inicio, el
pequeño Peter Quill escuchaba en su walkman (radio caminador decía
pacheco en el precio es correcto) una melodía que había estado perdida por
varios años en las remotas circunvoluciones musicales de mi cerebro. Y al amparo de “i am not in love” de 10 cc, fue llevado por los crueles devastadores a las profundidades galácticas.
Tal vez los imberbes adolescentes
de hoy no comprendan el sacrificio que conllevaba en los ochentas y noventas
tener una medianamente decente biblioteca musical. Tan solo imaginen por un instante un día sin YouTube,
iTunes, playmusic, winamp, el reproductor musical de su predilección (desde el iPhone,
el iPod, el mp3 o la memoria USB para meter en cualquier lado) y sentirán ese
frio mortal recorriendo la espalda. Nosotros evitábamos eso con los recursos
tecnológicos que teníamos a mano, y esos se llamaban el casete de plástico de
60 o 90 minutos nuevo o reusado con su lado A y B y la grabadora último modelo con su sonido
estéreo, las frecuencias AM, FM y SW, la casetera y los archiconocidos botones
rec (el rojito) pause, play, rw, ff, stop y eject.
Con esto nos convertíamos en el David Guetta de la casa. En mi caso por alguna razón que aún no se ha
estudiado, los altos niveles de testosterona aparte de mantener una erección
permanente por aquella épocas, también despertaban ese deseo musical; algunos
mientras definían sus tendencias sexuales, también escogían su tendencia
musical, bien podían tomar el camino de la música tropical (Natusha, Los Melódicos,
Jossie Esteban y la patrulla 15, los alfa ocho, Rapsodia, Wilfrido y las Chicas del Can ) la música
popular (con su MTV radiofónico llamado “rondalla tapatía” al medio día, “amanecer
campesino” cuando salía el sol y “guascarrileando por campos y veredas” cerca
del anochecer) los vallenatos estaban dignamente representados en “vallenato
tras vallenato” y los más díscolos o cocacolos como decían los abuelos, nos
inclinábamos por esa música que no se entendía y que más parecía una “letanía o una pelea de
gatos” según palabras textuales de mi querida tía QEPD. Sin contar los ocasionales videoclips que
salían en la tv, y que por obvias razones de orden técnico no podíamos grabar,
estábamos a la cacería de lo que saliese en las emisoras. Como no teníamos plata para comprar casetes
nuevos, fueron sacrificados los que se encontraban en la casa, por cierto
escasos, por lo cual lo que se grabase tenía
que ser sutilmente seleccionado. En mi
hogar solo se salvaron los de Noel Petro,
que para mi desgracia desaparecieron
luego de los continuos saqueos a la casa por parte de amigos y conocidos
luego de la muerte de mis tíos.
Recuerdo muy bien el programa de la emisora Huila
estéreo que se daba al medio día, con “música del mundo” para la buena
digestión del almuerzo; una hora de
baladas americanas, donde solo se limitaban a colocar las canciones sin
dar ninguna pista de quien la
interpretaba, de modo que solo con el paso de los años pude rescatar del olvido a Fleetwood mac, , Berlin,
Oasis, Billy idol, David Bowie entre otros, y muchas que solo
cuando por suerte logre escucharlas de nuevo, podre buscarlas en la red y saber de quién eran, como el caso de la última “i
am not in love” de 10 cc. Luego hubo un auge de este género - nos
americanizamos- y cada emisora tenía su
espacio para ese grupito especial de oyentes,
así que a determinadas horas, los
cazadores de sonidos estábamos con el casete debidamente manipulado para que
grabase sobre el chucu chuco de nuestros
padres (se tapaba una ventanita en uno de sus extremos bien sea con plastilina o rollitos de papel), la oreja pegada al altavoz
y los dedos listos en los botones play y rec, para cuando la canción que queríamos saliese fuera de nuestro dominio, y lo lográbamos la mayoría de las veces, claro está
que inevitablemente en todas ellas o bien faltaba el inicio, o lo tenía pero
con la voz lenta y grave del locutor que
la presentaba, la cuña publicitaria de
la emisora en los eventuales silencios de la melodía o con el inicio del
comercial de zapatos que entraba al final sin previo aviso. En esos trances conocimos grupos y artistas como Cómplices, Sting, Prince, Miguel Mateos, el bisabuelo
del reguetón (Wilfred y la ganga con su rap “mi abuela”) locomia, Milli Vinilli
(el real y el falso), tu pum pum, te ves bien buena y muévelo muévelo del General
y otro largo etc. A los pocos años el
señor todopoderoso sentado en lo alto de una nube, se apiado de estas almas en
pena y nos mandó a Radioactiva, con Jose luis mateus y Mauricio Londoño (¿en dónde
andarán?) y en este punto la cosa se
puso buena, salimos de ese ostracismo musical en el cual estábamos sumergidos y
el mundo se abrió cual portentoso era, -y sí que éramos crossover-
siempre
sintonizada; cuando estudiábamos, cuando
nos tocaba barrer y trapear la casa, en las amores malucos y en lo mejor de un romance, sentados en una
esquina o los fines de semanas
pendientes del top 20. Los casetes empezar a ocupar cuanto cajón teníamos en
nuestra habitación y con ellos se hacía y deshacía, claro está, hasta que sacaban la mano, era usual que la
cinta se enredara en la tornillamenta de la grabadora y reparar esos entuertos por regla general implicaba perder de 20 a 30 cm de
música, o existía el caso de que solo
sirviese el botón play y pause, en ese caso el lapicero kilométrico servía de
forward y reward (gracias a ello nuestro cerebro desarrollo una extraña habilidad
para establecer una rápida relación matemática entre el número de giros de la
mano con el segundo de canción en el cual queríamos iniciar) y por ultimo con
el paso de los años fuimos víctimas de nuestro propio invento, al llegar a casa
despues del colegio o la universidad y descubrir con horror que los hermanitos
menores ahora pre púberes melómanos daban
sus primeros pinitos de DJ con nuestros
queridos casetes. Finalmente llego el CD, MTV por la perubolica, Radioactiva fue reemplazada
por Tropicana, los vallenatos arrasaron con toda la programación para
finalmente caer ellos bajo el peso de ese esperpento llamado reguetón y
nosotros vimos nacer a YouTube, el mp3 y la memoria USB. Ahora la música está ahí, a un clic de
distancia, algo omnipresente. Pero
espero no olvidar la próxima vez que
vaya a la casa vieja, traer unos cuantos casetes, y rogar que funcionen en el
equipo de sonido ya obsoleto que todavía tiene casetera como cosa curiosa.
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