latecleadera

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Awesome mix Vol. 1



Guardaba cierto recelo ante la película, pero luego de las buenas referencias que dieran varios de mis compañeros de trabajo finalmente opte por irme de plan de cine junto a mi esposa y mi hijo, como siempre emulando la bárbara costumbre gringa de engullir una abrumadora cantidad de maíz pira (palomitas de maíz dice mi hijo) y la versión extra grande de Coca-Cola necesaria para estimular la meada a  mitad de la función.

No me arrepiento en absoluto, los guardianes de la galaxia, desconocidos para mi hasta ese momento (el universo Marvel es tan grande que vaya uno a saber que  puede encontrar escondido) llenaron todas mis expectativas para una película de superhéroes y ciencia ficción.  Tiene todo lo que un buen friki puede buscar: héroes proscritos, razas extraterrestres muy semejantes entre sí, señores oscuros buscando  dominar el universo, fuentes de poder ilimitado y alienígenas sexys con quien sabe que variante  anatómica que les de ese “toque único”. No es una historia nueva, a los pocos minutos uno tiene la idea  de cómo va terminar, sus personajes son bien delineados sin necesidad de crear salidas argumentales imprevisibles ni nada por el estilo; pero es tan semejante a las historias que uno se armaba de niño, cuando se jugaba con los muñequitos de yupi y chitos,  que al mejor estilo de Amparo Grisales bien  podría  estirar el brazo y decir “me erice”, eso sin contar las ambientaciones  que rememoraban en algunos momentos escenas de la guerra de las galaxias o en el colmo del desorden neuronal, a escenas de He-Man o a Skeletor camuflado en el villano de la historia.  Pero por encima de todo estaba la banda sonora,  simplemente sobria, majestuosa, asombrosa.  Y en  StarLord con sus audífonos de diadema  nos vimos reflejados todos y cada uno de los musicómanos de los ochentas y noventas. Una transitoria taquicardia supra ventricular me dio cuando al inicio,  el  pequeño Peter Quill escuchaba en su walkman (radio caminador decía pacheco en el precio es correcto) una melodía que había estado perdida por varios años en las remotas circunvoluciones musicales de mi cerebro.  Y al amparo de  “i am not in love”  de 10 cc, fue llevado por los crueles  devastadores  a las profundidades galácticas.


Tal vez los imberbes adolescentes de hoy no comprendan el sacrificio que conllevaba en los ochentas y noventas tener una medianamente decente biblioteca musical.  Tan solo imaginen por un instante un día sin YouTube, iTunes, playmusic, winamp, el reproductor musical de su predilección (desde el iPhone, el iPod, el mp3 o la memoria USB para meter en cualquier lado) y sentirán ese frio mortal recorriendo la espalda. Nosotros evitábamos eso con los recursos tecnológicos que teníamos a mano, y esos se llamaban el casete de plástico de 60 o 90 minutos nuevo o reusado con su lado A y B  y la grabadora último modelo con su sonido estéreo, las frecuencias AM, FM y SW, la casetera y los archiconocidos botones rec (el rojito) pause, play, rw, ff,  stop y eject. 


Con esto nos convertíamos en el David Guetta de la casa.  En mi caso por alguna razón que aún no se ha estudiado, los altos niveles de testosterona aparte de mantener una erección permanente por aquella épocas, también despertaban ese deseo musical; algunos mientras definían sus tendencias sexuales, también escogían su tendencia musical, bien podían tomar el camino de la música tropical (Natusha, Los Melódicos, Jossie Esteban y la patrulla 15, los alfa ocho, Rapsodia,  Wilfrido y las Chicas del Can ) la música popular (con su MTV radiofónico llamado “rondalla tapatía” al medio día, “amanecer campesino” cuando salía el sol y “guascarrileando por campos y veredas” cerca del anochecer) los vallenatos estaban dignamente representados en “vallenato tras vallenato” y los más díscolos o cocacolos como decían los abuelos, nos inclinábamos por esa música que no se entendía  y que más parecía una “letanía o una pelea de gatos” según palabras textuales de mi querida tía QEPD.  Sin contar los ocasionales videoclips que salían en la tv, y que por obvias razones de orden técnico no podíamos grabar, estábamos a la cacería de lo que saliese en las emisoras.  Como no teníamos plata para comprar casetes nuevos, fueron sacrificados los que se encontraban en la casa, por cierto escasos, por lo cual  lo que se grabase tenía que ser sutilmente seleccionado.  En mi hogar  solo se salvaron los de Noel Petro,  que para mi desgracia desaparecieron luego de los continuos saqueos a la casa por parte de amigos  y conocidos  luego de la muerte de mis tíos.
   Recuerdo muy bien el programa de la emisora Huila estéreo que se daba al medio día, con “música del mundo” para la buena digestión del almuerzo;  una hora de baladas americanas,  donde  solo se limitaban a colocar las canciones sin dar ninguna pista  de quien la interpretaba, de modo que solo con el paso de los años pude  rescatar del olvido a Fleetwood mac, , Berlin, Oasis,  Billy idol,  David Bowie entre otros, y muchas que solo cuando por suerte logre escucharlas de nuevo, podre buscarlas en la red y saber  de quién eran, como el caso de la última “i am not in love” de 10 cc.   Luego hubo un auge de este género - nos americanizamos-  y cada emisora tenía su espacio para ese grupito especial de oyentes,  así que a determinadas horas,  los cazadores de sonidos estábamos con el casete debidamente manipulado para que grabase sobre el chucu chuco de  nuestros padres (se tapaba una ventanita en uno de sus extremos bien sea con plastilina  o rollitos de papel), la oreja pegada al altavoz y los dedos listos en los botones play y rec,  para cuando la canción que queríamos saliese fuera de nuestro dominio, y lo lográbamos la mayoría de las veces, claro está que inevitablemente en todas ellas o bien faltaba el inicio, o lo tenía pero con la voz lenta y grave  del locutor que la presentaba,  la cuña publicitaria de la emisora en los eventuales silencios de la melodía o con el inicio del comercial de zapatos que entraba al final sin previo aviso.  En esos trances conocimos grupos y artistas  como Cómplices, Sting, Prince, Miguel Mateos,   el bisabuelo del reguetón (Wilfred y la ganga con su rap “mi abuela”) locomia, Milli Vinilli (el real y el falso), tu pum pum, te ves bien buena y muévelo muévelo del General y otro largo etc.  A los pocos años el señor todopoderoso sentado en lo alto de una nube, se apiado de estas almas en pena y nos mandó a Radioactiva, con Jose luis mateus y Mauricio Londoño (¿en dónde andarán?) y en este punto la cosa  se puso buena, salimos de ese ostracismo musical en el cual estábamos sumergidos y el mundo se abrió cual portentoso era, -y sí que éramos crossover-  
 siempre sintonizada;  cuando estudiábamos, cuando nos tocaba barrer y trapear la casa, en las amores malucos  y en lo mejor de un romance, sentados en una esquina o  los fines de semanas pendientes del top 20. Los casetes empezar a ocupar cuanto cajón teníamos en nuestra habitación y con ellos se hacía y deshacía, claro está,  hasta que sacaban la mano, era usual que la cinta se enredara en la tornillamenta de la grabadora y reparar  esos entuertos por regla  general implicaba perder de 20 a 30 cm de música, o  existía el caso de que solo sirviese el botón play y pause, en ese caso el lapicero kilométrico servía de forward y reward (gracias a ello nuestro cerebro desarrollo una extraña habilidad para establecer una rápida relación matemática entre el número de giros de la mano con el segundo de canción en el cual queríamos iniciar) y por ultimo con el paso de los años fuimos víctimas de nuestro propio invento, al llegar a casa despues del colegio o la universidad y descubrir con horror que los hermanitos menores ahora pre púberes melómanos  daban sus primeros pinitos  de DJ con nuestros queridos casetes.  Finalmente llego el CD,  MTV  por la perubolica, Radioactiva fue reemplazada por Tropicana, los vallenatos arrasaron con toda la programación para finalmente caer ellos bajo el peso de ese esperpento llamado reguetón y nosotros vimos nacer a YouTube, el mp3 y la memoria USB.  Ahora la música está ahí, a un clic de distancia, algo omnipresente.  Pero espero  no olvidar la próxima vez que vaya a la casa vieja, traer unos cuantos casetes, y rogar que funcionen en el equipo de sonido ya obsoleto que todavía tiene casetera como cosa curiosa.

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