La primera vez que tuve ante mí un acuario fue en primer grado de escuela,
en la casa de un amigo; había un pequeño
cubo de cristal con piedritas multicolores en el fondo, restos de un naufragio
de porcelana y una ranita verde con una manguera que le entraba por el trasero
y botaba burbujas sin fin por la boca. Dos
bailarinas doradas se movían de un lado para otro, moviendo sus aletas y sus
colas como si estuvieran bailando (por algo les decían bailarinas y no cuchas o
bocachicos) desde ese día siempre quise tener un acuario y tener allí infinidad
de pececitos nadando de un lado para otro. Pero Por razones que no van al
caso, no tuve la oportunidad de tener
uno en casa, aunque esto nunca frenó mis
impulso acuariofilisticos. Durante años fue normal que llegara a casa con
renacuajos en todos sus estadíos, con insectos rarísimos parecidos a cucarachas
acuáticas que picaban terriblemente y
que se alimentaban de renacuajos o en ocasiones con pececitos capturados en
riachuelos cerca de la finca de mis bisabuelos que duraban pocos días en mis recipientes improvisados o en la alberca
de la casa.
Hace unos años, y en un descuido
de mi esposa, llegué con la mágica cajita de cristal a casa, so excusa que sería el nuevo juguete
de mi hijo (cuyo único interés por el mundo acuático se limita a las piscinas) improvise una mesa desbancando algo de algún lado,
coloque el acuario, lo llene de piedritas blancas, coloque el filtro, arroje
(literalmente) unos cuantos litros de agua y deposite en aquel turbio escenario
dos bailarinas. Y desde ese momento
inicio mi calvario (y el de mi esposa en cierta forma) como primer apunte hay
que decir que es casi imposible tener en esos primeros días el agua igual de
cristalina a la de las tiendas de mascotas.
Allí los animalejos corren y se exhiben en toda su multicolor forma en
aguas transparentes. En la casa, a los pocos días del montaje, el
color pasaría de un azul nocturno a un azul clarito, luego a un
amarillo verdoso, luego un verde amarilloso
y luego a un verde pestilente (1° observación de mi esposa) Sin contar
que las primeras noches el sonido reverberante del burbujero me recordaba la olla de la sopa hirviendo al medio día (2°
observación de mi esposa). De modo que empapándome un poco del tema llegué a la
conclusión que la causa de todo aquello era el poco espacio que brindaba la
cajita mágica, que para permitir un adecuado desarrollo del ecosistema (ya hablaba en esos términos) era necesario
una caja más grande, así que escapándome del sistema capitalista y exhibiendo
mis dotes de MacGyver un día traje a casa 5 láminas de vidrio de 1 metro
con tanto de ancho y cincuenta y tantos cm de alto. Con la ayuda de mi esposa
(mujer de infinita paciencia) esa noche nos dedicamos a pegar los vidrios en el
orden adecuado con la silicona indicada, con el pequeño detalle de no saber
para qué carajos era el aparatejo con forma de pistola que venía con ese
frasco, de modo que fue una lucha terrible tratar de sacar el endemoniado
pegante a tal punto que use la culata de un martillo para obligarla a
salir. Una hora después, cuando solo
faltaban dar los últimos retoques y limpiar los vidrios, los libros de apoyo y
el piso de los parches de silicona, comprendí
que aquel aparatejo que había desechado era la pistola de silicona… (3° observación
de mi esposa). A pesar de todo fue un bonito acuario, así todos opinaran lo
contrario, habitado por bailarinas, escalares, neones, betas, cebras, camarones de rio, guppys, una cucha y más. Todos ellos con una increíble tasa de
mortalidad (exceptuando 2 bailarinas y un escalar)
Meses después di el segundo paso, que era quitar todos los adornos artificiales y entregarme al paisajismo natural, llegue con troncos que dejaban turbia el agua, lajas de piedra que al caer rompían el vidrio y que además ocultaban adecuadamente los cadáveres de pececitos; plantas acuáticas compradas a precios ridículamente altos y que no pasaban de una semana pues eran pasto para las vacas acuáticas. Luego me di cuenta que aquella caja artesanal era muy pequeña y no cumplía todas mis expectativas de modo que la deje a un lado y me conseguí otra de mayor tamaño, en la cual conocí las costumbres caníbales de muchas especies, las danzas de cortejo de otras, sistemas jerárquicos en otras, bulling acuático, y el reinado absoluto de la cucha en aquel pequeño mundo, nadie le pegaba, nadie la molestaba, y cuando estaba molesta se llevaba por delante lo que fuera.
Meses después di el segundo paso, que era quitar todos los adornos artificiales y entregarme al paisajismo natural, llegue con troncos que dejaban turbia el agua, lajas de piedra que al caer rompían el vidrio y que además ocultaban adecuadamente los cadáveres de pececitos; plantas acuáticas compradas a precios ridículamente altos y que no pasaban de una semana pues eran pasto para las vacas acuáticas. Luego me di cuenta que aquella caja artesanal era muy pequeña y no cumplía todas mis expectativas de modo que la deje a un lado y me conseguí otra de mayor tamaño, en la cual conocí las costumbres caníbales de muchas especies, las danzas de cortejo de otras, sistemas jerárquicos en otras, bulling acuático, y el reinado absoluto de la cucha en aquel pequeño mundo, nadie le pegaba, nadie la molestaba, y cuando estaba molesta se llevaba por delante lo que fuera.
El acuario fue un miembro más de la casa, al que había que dar comida, limpiar (mi esposa no quiso hacer más observaciones “es su acuario, usted lo limpia”) esto podría gastar toda una tarde, proteger de los niños visitantes que cual personaje de Nemo gustaban golpear los cristales o en el peor de los casos tratar de colgarse de él. E invertir en belleza con luces de neón que a los pocos días eran insoportables, o filtros súper híper eficaces que dejaban de funcionar cada tanto.
Pase por las etapas del
acuarofilo, que sería empezar por los pescaditos de siempre, las típicas bailarinas
o goldfish y los escalares, luego montar un zoológico superpoblado, después entrar
al paisajismo, pasar a los ciclidos, la superpoblación de ciclidos, pasar
nuevamente a los goldfish y escalares para finalmente quedar con los dos o tres
peces que a modo de ejemplo de la ley de la adaptación del más fuerte
soportaron todo este ajetreo. Finalmente
y como presintiendo una próxima mudanza los dos pececitos dorados que quedaban
nadando de un lado para otro, como hacía muchos años los había contemplado en
casa de mi amigo, entregaron sus almas al señor celestial, cortesía de algún cambio
de agua mal hecho (es el colmo que a estas alturas usted no sepa cambiar el
agua increpo mi esposa como 4° y ultima observación) quedando solo la cucha de
una libra que podría servir para sopa de enfermo, esta quedó en la antigua
casa, ya que el vetusto acuario no resistiría un trasteo. Unos meses después, don Guillermo (el dueño
de la casa) nos informó que el animalito había muerto de pena moral, anima bendita, ojala haya encontrado el
descanso que aquí en este valle de lágrimas nunca pudo tener.
Sé que ahora por google o YouTube se puede
encontrar la información que se quiera sobre el apasionante mundo de la
acuarofilia, pero si alguien quiere tener las nociones básicas, no tanto técnicas,
más si sobre los eventuales “sucesos” que pueden venir en el desarrollo de
ella, les recomiendo HABLABA CON LAS BESTIAS LOS PECES Y LAS AVES. De KONRAD LORENZ un ameno libro que seguro los hará llegar un día
de estos, en un descuido de sus esposas (o esposos) con una mascota a la casa.
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