En los primeros años de la década
de los ochentas y bajo el mandato de Belisario Betancourt se creó la “campaña de instrucción nacional” con el
fin de disminuir, si no erradicar, el peligroso analfabetismo que imperaba en
nuestra nación. Este programa de gobierno fue la continuación del
archiconocido “radio Sutatenza” que saco de la ignorancia a unos cuantos
abuelos. ¿Logró o no sus expectativas? Lo desconozco, solo sé que por cosas de la
vida, las cartillas de dicha campaña llegaron a mis manos cuando aún estaba en la
escuela, y junto a "globito mágico" y "nacho lee" se convirtieron en mis libros escolares guía. Como toda cartilla escolar, venían con
coloridos dibujos, letras grandes y problemas básicos que se repetían una y
otra vez. Y de todas ellas las que más llamaban mi atención eran las de CAMINA.
Y que niño no inventa una historia con las imágenes
e historias que allí se encontraban.

Había una mujer dibujada en una
de las primeras hojas de la cartilla, amarilla por los años y roída por los ratones
en uno de sus extremos. Por alguna razón
siempre prefería está a aquella que
enseñaba los números y las operaciones entre estos. En ella los dibujos esparcidos a lo largo de sus
hojas siempre mostraban la familia de Luis
y Ana, dos campesinos que vivían en
alguna lejana finca en medio de las montañas.
tenían una casa pequeña y
ordenada, con árboles a su alrededor y animales de corral por todos lados. Todos
los días salían a trabajar a su parcela en compañía de sus hijos, mientras el
sol se levantaba y con sus rayos disueltos en los nubarrones levantaba la
niebla que aun dormía sobre las hojas de las plantas al borde del camino. Vivían humildemente pero eran felices, se les
notaba en su rostro tranquilo y las
poses sueltas que adquirían sus cuerpos al atardecer, cuando llegaban de su
faena.
Gustaban de la buena y sana
comida y odiaban la ciudad, tal vez porque
no la comprendían y no estaban
acostumbrados a los sonidos del metal, porque a pesar de todo, la ciudad que
visitaban era una ciudad organizada.
Ellos preferían el pueblo, pequeño, con
una plaza repleta de gente jovial, perros vagabundos, niños correteando por las
pocas calles y casi siempre alguna fiesta con música y chicha en el parque
central.
Allí era donde llegaban con el caballo y la mula a vender su cosecha,
en un floripinto mercado, luego, antes
que la noche cayera volvían a su casa,
aunque llegaran tarde y en ocasiones la lluvia los golpeara, no había nada
mejor como dormir en la cama de siempre.

Esa era la historia que me
mostraba aquella extraña mujer en la primera hoja de la cartilla, tenía la
mirada fija en aquel que la leía,
aquella mirada que traspasaba unas gafas un poco burdas y sin lentes que yo le había
dibujado, tenía el cabello suelto aunque corto, pero a pesar de eso se le
formaba una extraña melena que parecía confundirse con las ramas de los árboles
que la rodeaban. Su vestido era largo,
de dos piezas, rasgado en los bordes de la falda, con un corte simple que dejaba entrever un cuerpo flaco y escueto. Tenía sus brazos abiertos semejantes a las imágenes de los santos en
pleno éxtasis y una de sus manos sostenía
lo que parecía ser una regla o simplemente una vara de esas que se encuentran
en el suelo. Un riachuelo corría a sus
espaldas y alimentaba un bosque espeso, repleto de desconocidas criaturas, dudo
fuesen peligrosas. No podría saberse con
precisión quien o en el peor de los casos que era ella. Obviamente no era de la
familia de Luis, pues si lo fuera, sería la tía loca y este no permitiría que uno de sus familiares
viviera en esta precaria condición, perdida en el bosque. Tampoco era del
poblado cercano a la finca, muy mística para ellos y era poco probable fuese de
la ciudad, muy agreste para ser de allí.

Ella, esa mujer, era ajena a la historia, aunque formaba parte de ella,
era su preámbulo, su profeta díscola, la maestra de ceremonias de la función mayor,
de la función de la vida normal y feliz.
Era como un ángel, sin serlo, pues por aquella mirada un trazo de divinidad
se escapaba de su ser. Era eso,
un espíritu del bosque, de esos que la gente confunde con brujas o demonios, un
espíritu de hierba.