¿Por qué Ernesto Macías llamo “niña” a la representante de
los estudiantes y por qué se armó tanto alboroto por esa simple palabra?
Hasta hace poco no
prestaba mayor importancia a la forma en que coloquial o informalmente se
llamaba a alguna mujer (preferiblemente joven) en cualquier circunstancia; bien podría escuchar el “oye chica”, o “señorita” o “niña” o “amor” o “linda” o “nena”,
siendo para mí lo más natural, ya que en esencia lo que se buscaba era
llamar la atención de aquella mujer que aún no clasificaba en el epíteto de “señora”
o “doña”. Pero después de trabajar hombro
a hombro con muchas mujeres en un área de
constante contacto humano como lo son los servicios de salud, me di por
enterado que no utilizar el “doctora” o “medica” o sus sinónimos y si utilizar el adjetivo “niña” era una
tremenda ofensa para todas mis compañeras,
comprendí que eso era lo más cercano a quitarle los 6 años de estudios
de un tajo y dejarlas a nivel de una
tegua en proceso de aprendizaje, y si lo
que se quería era invocar al mismísimo satanás, solo tendrían que llamarlas
como “nenas” o “amor”.
Macías se disculpó explicando que esa palabra era de uso
corriente en su región, o sea el Huila… y si, tenía razón. Pero algo se le escapó a nuestro iletrado
senador.
En el Huila cada vez que alguien se refiere a una mujer con
el adjetivo de “niña” no lo hace pensando en que es una menor de edad, en este “regionalismo”
existe una clara y a veces inconsciente connotación peyorativa. “Niñas” son las subalternas, las empleadas domésticas de las casas de los
ricos, las cocineras patirrajadas de las
haciendas, la “muchacha” de los mandados
del pueblo. En una sociedad de francas raíces
pastoriles como es el caso del Huila grande,
“niña” es la denominación que utilizaban y utilizan los dueños de la
finca, los patrones, los amos, para referirse a la servidumbre femenina. Tal vez no haya sentido de ofensa
directamente implícito en la expresión, pero si hay un claro significado de condescendencia,
de “yo soy más que Ud. y por lo mismo yo le tengo aprecio”…y en el mejor de los
casos, “si se porta y trabaja bien yo en
algo miro a ver cómo le ayudo.”
Es algo inherente al arraigo cultural del hacendado
opita, lo he visto mil veces en mi labor
de médico. En el caso de los hombres no
se nota por la educación machista propia de la región, por eso a muchos de
nosotros nos resulta invisible este apelativo,
yo nunca seré (o fui porque ya estoy lleno de canas) el “niño” en un
servicio, pero mis estimadas amigas día
a día tienen que soportarlo, y curiosamente no solo de pudientes ganaderos
sino, como todo, de cualquier
parroquiano que tratando de emular las buenas costumbres de su patrón también imita
sus expresiones.
Lo que hizo Macías al decirle a la representante estudiantil
Jennifer Pedraza “30 segundos niña y termina” fue simple y llanamente mostrar su concepción
de “patrón-peón” propia de la región,
tal vez si él hubiese pasado por los pasillos de una universidad hubiese
comprendido que lo que estaba haciendo era una reverenda falta de respeto.