latecleadera

viernes, 28 de septiembre de 2018

Día doce. A mitad del camino



al medio día encontré esto tirado en un anden,  simplemente preciosa...no la recogí.

Acaba de pasar la media noche y escucho cantar a los Beatles Don't Let Me Down.


Ahora que hago cuentas, por aquellas fechas no estaba tan niño como lo  pensaba, aunque me recuerde sumergido en la absoluta inocencia infantil. 



De aquel suceso solo guardo un recuerdo: en la tv a blanco y negro que había en la casa, un periodista con el sensacionalismo típico de los 80s preguntaba a un grupo de personas con cara de turistas u oficinistas qué les había parecido aquel fenómeno;  dos o tres dieron respuestas emotivas y exuberantes, otros simplemente se limitaron a encoger los hombres y responder con una mueca de desdén, como si nada relevante hubiese pasado.  En casa algo se comentó al respecto,  pero aquellos temas  no guardaban la importancia necesaria para trascender, de modo que esa noche,  como la gran mayoría de noches de mi niñez, antes que el reloj de la torre diera las nueve campanadas  nos fuimos a dormir. Al otro  día  todo pasó a segundo plano y la vida continuó como si nada.  O ese pensarían muchos.  Después de ver en la t.v  aquellas personas asombradas  (la mayoría) por lo que habían visto,  y  por desgracia, en la ignorancia propia sobre esos temas en las cuales estaba sumergido,  pensaba que aquella noche  era la única en la cual  se tenía la oportunidad de ser testigo del portento,  y creía que muy a mi pesar  mi oportunidad había pasado,  y en el transcurso de esa semana, haciendo uso de mis limitados conocimientos matemáticos,  me jure a mí mismo (tal vez el primer juramente que recuerdo haber hecho)  que no moriría sin antes ver lo que no había visto.


El cometa Halley  fue visible por última vez en los primeros meses de 1986, sin la majestuosidad de pasos previos por culpa de una inconveniente alineación  terrícola,  algo propio de los insulsos ochentas.   Yo no lo vi porque en casa nadie se interesó,  ni en la escuela nadie dijo nada, ni mis amigos dijeron nada al respecto, ni el cura en los sermones comentó algo, ni los vecinos hablaron de ello,  y aunque podría asegurar que mucha veces alcé la mirada al firmamento en aquellos meses, cuando lo hice dirigí mi  mirada al lugar equivocado.  Molesto por ello en mi inocencia infantil prometí que pasase lo que pasase lo vería algún día, según mis cálculos,  ya bastante viejo, pero relacionando aquella hipotética edad y la edad de las personas más ancianas que conocía,  concluí que aunque era una remota posibilidad, no era imposible.


Hoy  que he completado la mitad del camino que exigió mi juramento,   me veo igual de distante a aquel hombre que en caso de sobrevivir levantará su mirada a un firmamento futurista en el año 2061, parece que a pesar de los años,  el niño de esa noche  cualquiera  frente al tv sigue intacto;  ingenuo, iluso, soñador y siempre presto a la incertidumbre.   De todo corazón espero saludar al viajero desconocido de aquellos años y poder disfrutar de su recuerdo unos amaneceres más.  Mientras, solo me limitaré a tratar al máximo de evitar amaneceres y disfrutar cada sagrado segundo que pueda robar a todos los ocasos…



No hay comentarios:

Publicar un comentario