latecleadera

miércoles, 26 de septiembre de 2018

Día diez: La sociedad de los poetas locos.



No me gusta la poesía porque la mayor parte del tiempo no logro entenderla,  es un arte que es simple y complejo a la vez;  sin lugar a dudas es la mejor forma de la que dispone el alma (en caso tal que esta exista)  para lograr expresar trozos de su esencia.   La poesía son breves instantes de lucidez inspirativa que llegan sin pedir permiso, que salen a trompicones entre razonamientos cotidianos y que quedan colgados en las ramas de la monotonía.  Es simple porque llega a retazos: una frase célebre por aquí, una idea maravillosa por allá, la conjunción de juegos de estrofas y palabras que con suerte puede emparejar en peculiares rimas,  pero ante todo es la libertad de la no continuidad,  un poema puede ser solo un binomio de grafías y listo.  A diferencia de la narrativa no me  exige un hilo argumentativo,   no me exige un nudo y un desenlace,  puede ser pobremente descriptiva, puede ser el vacío de conceptos en los casos más extremos.  Es en el mejor de los casos un aguacero de imágenes y sentimientos que golpetean de  manera desordenada la retina; los puedo tomar de aquí y poner allá,   conjugarlos,  subirlos y bajarlos y no por eso dejaran  perder su sentido;  el poema es la expresión de un sentido espiritual,  la conciencia misma de las palabras.  Por ello al leer un poema me adentro en la mente de quien lo escribe, trasciendo sus razones y entro en comunión con el concepto allí plasmado,  puedo entenderlo a mi modo, odiarlo a mi modo  y replicarlo a mi modo indistintamente de la idea del creador,  por ello muchas veces se asemeja a una colosal farsa,   me dice lo que yo quiero ver,  solo en el momento de la epifanía  puedo entrar en concordancia con el poeta y encontrarle sentido real y verdadero a lo que allí está plasmado.

Todos somos poetas en determinados momentos,  principalmente en las grandes épocas de crisis. Todo joven se ha visto obligado a plasmar su desconcierto en un par de versos,   todo poeta antes de poeta fue adolescente,  y este,  una vez ha logrado estabilizar su caudal de incertidumbres, asesina lentamente al orante interno, deja que las letras se diluyan en el pasado como recuerdos sosos y ridículos  de una crisis existencial pueril.

Solo la verdadera poesía sobrevive a ese maremoto hormonal,   pasa por sobre la cabeza de las decenas de musas anónimas que deshojaron versos insulsos.  El desamor y la poesía son perfectos amantes.

Todo adolescente sacrificó en múltiples altares elevados a múltiples dioses párrafos enteros creados para su amor de turno.  Legiones de mujeres se han bañado en el humo que emana de las teas sagradas donde anónimos poetas casi imberbes degollaron  frases de amor eterno, verdadero e incondicional.  Legiones de mujeres se han convertido en musas insospechadas de tímidos augures literarios, y ellas han continuado su vida como si nada, inmunes a la magia que brota de las llamas de la pasión mal habida.

Afortunada aquella que ha sido consciente de ello... y maldita sea su alma si solo ha logrado  dibujar una sonrisa de desprecio.  El hado de la musa solo posa sus alas en limitadas ocasiones y castiga con una mundanal y corriente vida a aquellos que disfrutan despreciarlo.

Mientras el poeta solo,  espera,  se consume lentamente como la mecha de una  vela quemando  su última gota de parafina.

Por ello, cuando se trasciende el embrujo de la belleza  y se ve más allá de las formas de la carne, la poesía se entroniza,  se transmuta a oración y adquiere el poder de un conjuro,   reconoce el rostro de los arquetipos en cada verso y desafía a los dioses en cada punto y aparte.

Las letras nacen de las crisis,  (le entendí a un amigo hace unos días)  y cada uno guarda sus propias crisis, cada quien día a día, minuto a minuto entabla diálogos con sus demonios privados, los escupe, los desafía, lucha con ellos y en la mayoría de las veces se siente derrotado.

Por mucho tiempo consideré mi poesía como algo privado, prohibido para ojos ajenos, algo que bien podría tener un fin kafkiano.  Luego, paso a paso vi como emergían a mi lado escritores anónimos pero valientes,  dejando en el aire y en las hojas sueltas que lleva el aire,  versos de distinta métrica y amorfo sabor.  Cada uno dialogando abiertamente con su demonio personal,  forjando secuencias armónicas de palabras desde la felicidad, el amor, el odio, la muerte, el sueño o lo que sea que la mente llegase a evocar.

Poco me gusta la poesía ajena, por mi inherente incapacidad de  entablar empatía con el prójimo, y mucho menos para lograr rasgar los estertores espirituales que edifican sus estrofas, sin embargo acá están algunos que llegan a mi memoria.

Adonis Ramírez en su libro vocifera: 

“Mi poesía no está hecha de prosa o de rima
Está llena de dolor y pasión.
De tripas revueltas
Y lagrimas escondidas
Mi poesía es mi refugio
Mi sueño destilado.”


Jonathan Díaz en su blog susurra:

“Ven conmigo que voy al horizonte,
Que te llevo a donde el el sol se esconde,
Sígueme hasta que la luna tenga sueño,
Sigue mi voz, mi respiración, que soy tu dueño.”
Juan Felipe castro recita en su canal su último poema:

“Hoy quiero estar feliz
Y ¿Por qué no estarlo?
Si los días son fiesta
Si  no hay directriz
Para que al entusiasmo
Haya que resguardarlo”


Edwin peña en su página “el fragmento” deja entrever partes de su futuro libro:

“Con tal de no perder de vista tus pómulos,
Voy a depositar el orgullo en el baúl, en la basura, en el betún de Judea…
¡Que ambiciones de estar contigo! Si no tardas mucho, voy a decirte que regreses;
Para hablar de lo que sea, de alquitranes, pabellones y café en tazas pequeñas de la abuela,
Con tal de todo, puede ser cualquier guerra, con terquedad, sin armaduras, violencia y marea.
Por mi bienestar.
Por tu íntegro juicio…
Voy a pedirte una vez más: recuerdos, música, abrazos, el tiempo completo de tu espera.”
Daian Yustres en su blog “montes altos” evoca estirpes de antaño:

“Descalzo como debería ser,
Caminando entre gamones, y desnudo él;
Un moreno bravo y bajo llegó con amarga coca entres sus dientes.
¡Bendita tú la luna cachetona de esa noche!
Testigo de las gotas verdosas que salpicaron las orquídeas.
Pues de dichas gotas ya brotaron
Fuertes los grandes Paeces.”
Y por último, y desde las sombras de su mente, Sinuhe  en su tomo VI “elemental”  confiesa:

“Soy la lagartija
Silenciosa
(Me gusta ser silencioso)
Yo no cicatrizo
Me regenero enteramente
En las noches soy una bestia
En la zona blanca
Una bestia mexicana borracha.”




Yo, a esta hora de la madrugada no quiero decir nada,  prefiero guardar silencio…necesito guardar silencio.



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