latecleadera

sábado, 6 de octubre de 2018

Día quince. Breve elogio a la muerte II


sin título.  acuarela

Todos los días pienso en la muerte;  en ocasiones lo hago por necesidad, en otras por temor, otros días por incertidumbre y en los peores días lo hago por gusto.


Con el paso de los años aprendí a cambiar de perspectiva.  Antes disfrutaba recreando las escenas que surgían del hecho de morir, ¿Cómo reaccionarían todas las personas  cercanas? ¿Qué tanto dolor causaría mi partida? ¿Cómo sería mi final?  Pero fui cambiando, curiosamente aun guardaba esa concepción cristiana de la muerte no muerte, del paso a una nueva vida, del miedo brutal y paradójico a la misma muerte y la exaltación y el regocijo en todo aquello que le derivaba,   como todo  lo que parte de aquella lógica...un narcisismo puro.


Luego deseché todo ello  y entendí la muerte como la aniquilación de mi yo,  un desmembramiento de mi  conciencia, la comunión con un todo omnipresente (tal vez influenciado por ideologías orientales), si antes todo partía de una adolescente necesidad de reconocimiento y vanidad, ahora todo derivaba en temor.  La sensación de vacío que experimentaba cada vez que recreaba la descomposición de mi cuerpo y la disolución de todas esas hipotéticas envolturas astrales para transmutarme en algo desconocido me daba vértigo.   No quería dejar de ser quien era, si existía una nada previa a mí existir por errónea analogía matemática, no debería existir un final real.  Como siempre el miedo a no ser,  en esencia el miedo a la muerte.


Tuvieron que pasar años para desprenderme de los últimos susurros del pasado que a la fuerza pretendían hacerme creer que un ser supremo lo regía todo,  para finalmente verme tal cual animal soy,  nunca desde entonces me había sentido tan bestial,  tan ajeno a la ilusoria ética y moral humana,  ya no me entendía como persona,  (una de las muchas mentiras que todos los días se rezan para sobrellevar la carga de la existencia.)  Entenderme en el mismo nivel del perro callejero, de la vaca a punto de ser sacrificada,  del caballo pastando paciente en un potrero o del ratón atento a no ser comido por un gato, me permitió quitarme esa venda putrefacta de los ojos llamada humanidad y reflejarme en mi mismo tal cual insulso e insignificante soy…me sentí libre.   Pero seré honesto,  el temor a no ser siempre persiste y en ese punto más que el dejar de ser, el temor llega del hecho de dejar un vacío en el pedazo de mundo que habito. El temor del abandono a los seres queridos.

ser alado nocturno.  acuarela

Di un paso más.  Luego de comprenderme animal y después de llenarme hasta la saciedad de imágenes propias del averno,  de perderle el asco a la sangre derramada con violencia,  de no empatizar con el dolor sin que esto quisiera decir que lo anhelara,  luego de entender que el orden solo es una ilusión previa al caos, que la justicia solo aplica en los cuentos de fantasía y que la vida que todos llevamos es una macabra broma orquestada por ideas superiores a nosotros en todos los modos y las formas,   luego de ver esto  ya no necesite el erótico preámbulo de la agonía,  prescindí de verme levitando cual mosca de cementerio sobre las personas que amo,  me desprendí de las ruedas karmicas que disolvían el alma en infinitos recipientes como una preparación homeopática que haciendo justicia a su dinámica no era nada.   Vi la muerte, mi muerte, como lo que era,  el punto final: el fin del dolor, el fin del deseo, el fin del amor,  el fin de la esperanza, el fin de los sueños; no como un espacio de descanso (pues no habría quien gozara del mismo) sino  solamente como  un no existir, volver al estado previo  de mi concepción y de la concepción de mis padres y así sucesivamente,   sin razones,   sin causalidades metafísicas.

En mis mejores días, pienso en la muerte,  en esa muerte tranquila y ajena a todo,  en una muerte pura, una que da fin a luchas de demonios internos y mensajes al oído de ángeles etéreos.  Tal vez en esos días y gracias a reacciones bioquímicas esquizotípicas en mi cerebro, logro comprender la intención del suicida, ver lo que ve, degustar en la saliva el preámbulo del fin, disfrutar los últimos sonidos que golpean el tímpano y sentir el cosquilleo en la piel de la parca a  punto de cortar el hilo vital. 


En mis mejores días,  cuando el mundo muestra su lado más insoportable, cierro los ojos  y me sueño no siendo nada.

cadaver de ser onírico en proceso de resurrección.  óleo sobre lienzo 

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