Todos los días pienso en la muerte; en ocasiones lo hago por necesidad, en otras por temor, otros días por incertidumbre y en los peores días lo hago por gusto.
Con el paso de los años aprendí a cambiar de
perspectiva. Antes disfrutaba recreando
las escenas que surgían del hecho de morir, ¿Cómo reaccionarían todas las
personas cercanas? ¿Qué tanto dolor causaría mi partida? ¿Cómo sería
mi final? Pero fui cambiando,
curiosamente aun guardaba esa concepción cristiana de la muerte no muerte, del
paso a una nueva vida, del miedo brutal y paradójico a la misma muerte y la exaltación
y el regocijo en todo aquello que le derivaba,
como todo lo que parte de aquella
lógica...un narcisismo puro.
Luego deseché todo ello y entendí la muerte como la aniquilación de mi
yo, un desmembramiento de mi conciencia, la comunión con un todo
omnipresente (tal vez influenciado por ideologías orientales), si
antes todo partía de una adolescente necesidad de reconocimiento y vanidad,
ahora todo derivaba en temor. La sensación
de vacío que experimentaba cada vez que recreaba la descomposición de mi cuerpo
y la disolución de todas esas hipotéticas envolturas astrales para transmutarme
en algo desconocido me daba vértigo. No
quería dejar de ser quien era, si existía una nada previa a mí existir por errónea
analogía matemática, no debería existir un final real. Como siempre el miedo a no ser, en esencia el miedo a la muerte.
Tuvieron que pasar años para desprenderme de los últimos susurros
del pasado que a la fuerza pretendían hacerme creer que un ser supremo lo regía
todo, para finalmente verme tal cual
animal soy, nunca desde entonces me había
sentido tan bestial, tan ajeno a la
ilusoria ética y moral humana, ya no me entendía
como persona, (una de las muchas
mentiras que todos los días se rezan para sobrellevar la carga de la
existencia.) Entenderme en el mismo
nivel del perro callejero, de la vaca a punto de ser sacrificada, del caballo pastando paciente en un potrero o
del ratón atento a no ser comido por un gato, me permitió quitarme esa venda
putrefacta de los ojos llamada humanidad y reflejarme en mi mismo tal cual
insulso e insignificante soy…me sentí libre.
Pero seré honesto, el temor a no
ser siempre persiste y en ese punto más que el dejar de ser, el temor llega del
hecho de dejar un vacío en el pedazo de mundo que habito. El temor del abandono
a los seres queridos.
Di un paso más. Luego
de comprenderme animal y después de llenarme hasta la saciedad de imágenes
propias del averno, de perderle el asco
a la sangre derramada con violencia, de
no empatizar con el dolor sin que esto quisiera decir que lo anhelara, luego de entender que el orden solo es una ilusión
previa al caos, que la justicia solo aplica en los cuentos de fantasía y que la
vida que todos llevamos es una macabra broma orquestada por ideas superiores a
nosotros en todos los modos y las formas,
luego de ver esto ya no necesite
el erótico preámbulo de la agonía, prescindí
de verme levitando cual mosca de cementerio sobre las personas que amo, me desprendí de las ruedas karmicas que disolvían
el alma en infinitos recipientes como una preparación homeopática que haciendo
justicia a su dinámica no era nada. Vi la muerte, mi muerte, como lo que era, el punto final: el fin del dolor, el fin del
deseo, el fin del amor, el fin de la
esperanza, el fin de los sueños; no como un espacio de descanso
(pues no habría quien gozara del mismo) sino
solamente como un no existir,
volver al estado previo de mi concepción
y de la concepción de mis padres y así sucesivamente, sin razones, sin causalidades metafísicas.
En mis mejores días, pienso en la muerte, en esa muerte tranquila y ajena a todo, en una muerte pura, una que da fin a luchas
de demonios internos y mensajes al oído de ángeles etéreos. Tal vez en esos días y gracias a reacciones bioquímicas
esquizotípicas en mi cerebro, logro comprender la intención del suicida, ver lo
que ve, degustar en la saliva el preámbulo del fin, disfrutar los últimos sonidos
que golpean el tímpano y sentir el cosquilleo en la piel de la parca a punto de cortar el hilo vital.
En mis mejores días,
cuando el mundo muestra su lado más insoportable, cierro los ojos y me sueño no siendo nada.
cadaver de ser onírico en proceso de resurrección. óleo sobre lienzo |
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