He visitado san Agustín muy a mi pesar, en solo dos ocasiones; la primera, en el colegio cuando cursaba
noveno, en bus mochilero y vomitando hasta los hígados, tanto de ida como de venida.
-Eso se le va quitando a medida que crezca-
Dijo el doctor a mi tía cuando le
consultó mi problema de ver un carro y ya estar mareado con una bolsita negra
en la boca. Y en efecto, el sabio galeno tenía razón. La segunda visita fue en el 2012, en vísperas
del fin del mundo, tal como lo profetizaban los mayas, pero en esta ocasión, de conductor y acompañado de mi esposa y mi
hijo.
Siempre me ha gustado el sur del Huila: sus poblaciones desprenden cierto aire colonial, sus paisajes repletos de árboles
con salvajinas ondulantes, su historia de orgullo y resistencia. Y al sur, al sur, al sur como la canción, San Agustín.
Fue un viaje relámpago, planeado
24 horas antes para que nada lo cancelara, con aguacero a la salida de Neiva,
desayuno de pandeyuca y avena en Gigante, la foto obligada en la ceiba de la
independencia, compra de achiras en Altamira, foto con la gaitana en Timana, almuerzo
en la casa de un tío en Pitalito y desembarco victorioso a las 2 de la tarde en
la plaza de San Agustín. Y aquí es donde empieza todo… no reservé hotel ni nada
por el estilo, llegué al pueblo, asomé la cabeza por la ventana, saqué la
lengua y dejé que el viento jugara con mis orejas, luego busqué un hotel donde
quedarme; los recuerdos que tenía eran vagos, habían pasado más de 15 años desde la última
vez, por suerte el poblado es pequeño; lo recorrí lo mejor que pude y no encontré algo que me gustara. Mi esposa me recordó que a la entrada un guía
había levantado la mano al ver mi cara de despistado y yo, orgulloso y altanero
me había hecho el de la vista gorda y había seguido derecho. De modo que como las animas, recogí mis pasos
y regresé. Allí un hombre cincuentón y bonachón, de sonrisa sempiterna en su
rostro indígena y portando orgulloso una chaqueta y un carné que lo acreditaba
como guía turístico me llevó al hotel que, me imagino, tenía acordado con el dueño a las afueras del pueblo, algo modesto pero
agradable, y me enseñó el itinerario del día.
Esa tarde fuimos al parque arqueológico y al bosque de las estatuas, el
museo por desgracia estaba cerrado por remodelación. Y junto a Pedro (por
ponerle nombre pues no lo recuerdo) empezamos el recorrido. Aquí es donde
respiro profundo y suelto mi indignación.
La cultura de San Agustín es considerada una de las más importantes culturas indígenas de Colombia, abarca un extenso periodo de tiempo, desde los primeros indicios de uso de herramientas cerca del año 3000 AC, su edad de oro entre los años 50 y 700 DC hasta su progresiva desaparición entre el 800 y el 1500. Dejaron un legado lítico y escultural simplemente abrumador, una cosmovisión y cosmogonía aún en fase de estudio, su herencia es algo que identifica sobre muchas cosas al pueblo opita. Y yo estaba allí, al lado del guía que aclararía todas esas dudas que llevaba encima por años, cuando junto a cada estatua, con su risa bonachona, me explicaba con la misma complejidad y profundidad de mis maestras de escuela (sin ofenderles en lo más mínimo) me votaba datos erróneos, comparaciones traídas de los cabellos y en algunos instantes dejaba escapar algunos tópicos muy new age. Al final decidí no pervertir mis ínfimos conocimientos arqueológicos con tanta charlatanería y me adelante con mi hijo que la estaba pasando de mil maravillas tomándose fotos con cuanta piedra veía en el camino.
La cultura de San Agustín es considerada una de las más importantes culturas indígenas de Colombia, abarca un extenso periodo de tiempo, desde los primeros indicios de uso de herramientas cerca del año 3000 AC, su edad de oro entre los años 50 y 700 DC hasta su progresiva desaparición entre el 800 y el 1500. Dejaron un legado lítico y escultural simplemente abrumador, una cosmovisión y cosmogonía aún en fase de estudio, su herencia es algo que identifica sobre muchas cosas al pueblo opita. Y yo estaba allí, al lado del guía que aclararía todas esas dudas que llevaba encima por años, cuando junto a cada estatua, con su risa bonachona, me explicaba con la misma complejidad y profundidad de mis maestras de escuela (sin ofenderles en lo más mínimo) me votaba datos erróneos, comparaciones traídas de los cabellos y en algunos instantes dejaba escapar algunos tópicos muy new age. Al final decidí no pervertir mis ínfimos conocimientos arqueológicos con tanta charlatanería y me adelante con mi hijo que la estaba pasando de mil maravillas tomándose fotos con cuanta piedra veía en el camino.
Pero la tapa de
todo llegó cuando entre charla y charla con mi esposa terminó ofreciéndonos dos
figuritas de oro producto de la guaquería, que curiosamente él como guía turístico
y vigía del patrimonio arqueológico estaba promoviendo. Durante un buen tramo nos habló sobre esta
bella labor, sobre la fortuna que significaba encontrar un entierro, sacar sus
reliquias y venderlas al mejor postor, nos comentó casos de éxito en ventas y
por si acaso nos dejó la puerta abierta
en caso de requerir en algún momento alguna antigüedad - porque aquí estamos
para servirle.-
El día siguiente no fue diferente, esta vez el recorrido fue a caballo y con un guía un poco más serio, que nos explicó lo poco explorada que se encuentra la zona.
-todas estas montañas están llenas de tumbas –
me dijo,
-es más , aquí sobre el terreno en
el que estamos parados hay una-
¿Y por qué no la excavan, por que
no la estudian? Pregunte extrañado.
-La gente no quiere, el gobierno
tampoco, no hay plata para eso.-
Este al menos tenía algo de inconformismo por
el abandono, pero como el anterior exaltaba la labor del guaquero, desconocía
gran parte de la historia de aquel pueblo, era como hablar con un abuelo sobre espantos e indios, no con un guía avalado por las autoridades, y como dato
curioso y para cerrar mis interrogatorios, le pregunté en un museo campestre
rodeado de cartas de tarot, esencias e imágenes de la cultura egipcia y azteca (¿?)
- ¿estas cerámicas de aquí más o menos que antigüedad tienen? ¿A qué época corresponden? Me miro de soslayo y me respondió:
- ¿estas cerámicas de aquí más o menos que antigüedad tienen? ¿A qué época corresponden? Me miro de soslayo y me respondió:
-esas vasijas
son viejas…muy viejas.
Al día de hoy desconozco si el
parque arqueológico de san Agustín solo es un sitio para ir de paseo, tomar la
foto obligada al lado de tal o cual estatua, fumar marihuana al gusto y montar
a caballo disfrutando el paisaje, o si
es, aparte de todo esto, un sitio serio de estudio e investigación. Uno de los lugares emblemáticos de nuestra
cultura en manos de mercachifles y palabreros. Qué podremos esperar allí si sus propios habitantes, los
descendientes de los escultores y alfareros olvidan su pasado y venden su
memoria al mejor postor como prostitutas de mala muerte.
Ese fue el lunar del viaje,
quisiera creer que todas esas figuritas de oro y de piedra que circulan en el
mercado negro son solo falsificaciones en busca de ingenuos, y que los
verdaderos tesoros están aún ocultos (como lo comentaba el segundo guía) a la
espera de mentes brillantes.
El resto fue agradable, en sus
restaurantes me sentí como un rey y la comida fue exquisita, había hoteles y
cabañas para todos los gustos, la fiesta nocturna prometía mucho (pero con un niño
de 6 años poco se puede parrandear) sus
gentes amables, caballos de paciencia infinita, escenarios de naturaleza
sublime. A san Agustín he ido dos veces
y no veo la hora de ir unas cuantas más, pero esta vez sin la compañía de un guía.
¿Y los marcianos donde quedaron??? Quedaron en el pasado, cuando estos, luego de alcanzar la plenitud de su civilización viajaron a la tierra y se cruzaron con los homínidos de aquellos remotos tiempos, eso antes (¿o después?) que cayera la segunda luna que teníamos, que luego de chocar contra la tierra formaría el continente de lemuria y la Atlántida. Está escrito en las piedras, está plasmado en el lavapatas, allí se puede ver la evolución desde marcianos a simios luego a simios marcianos, luego a humanos con poquito rabo, luego a humanos más marcianos que simios y por ultimo a nosotros tal como estamos hoy. Eso es lo que dice este autor huilense a mucho honor, Elias Falla Duque, que al mejor estilo de Erik von daniken postuló su propia teoría de alienígenas ancestrales. Si lo que escribió lo hizo en serio o en broma, no estoy seguro, solo sé que un día vi sus otros dos libros y me dio “cosita” comprarlos. Pero soy un hombre valiente y sé que los leeré.
nota del 2015
leí los libros...y lo que escribió no lo escribió en broma, su ultimo desvarío fue considerar que una de las esculturas representa un implante craneal cuya función es alterar las ondas cerebrales para bloquear el instinto animal y abrir los canales akasicos... y lo peor es que muchos se creen este cuento.