latecleadera

domingo, 25 de mayo de 2014

El rey mono, un milenario super héroe



Hay un libro que siempre he querido leer, y no lo he hecho, no por no tenerlo  disponible, en la internet es fácil encontrarlo,  sino porque he querido tenerlo en mis manos y disfrutar cada una de sus páginas,  ojala ricamente ilustradas.  Solo he visto un ejemplar de él,  cuando era niño y en uno de los trasteos de una inquilina de la casa, mientras ordenaba sus cosas, sobre una mesa  estaba aquel voluminoso ejemplar de pasta dura caratula blanca y ricamente ilustrado con acuarelas y tinta china,  no presté atención  al título, solo me limite a mirar los dibujitos de aquellos personajes ya conocidos, rememorando todas sus aventuras.  Allí, sobre una nube voladora, atravesando bosques inmensos, agitando su peluda cola, con su báculo mágico en posición ofensiva, incrementando día a día su poder estaba mi héroe favorito...  y no, no es goku,  aunque si tiene mucho que ver con él.  Su nombre era (o es) Sun Wukong, el rey mono, personaje de la literatura y mitología china,  y el libro "Viaje Al Oeste" escrito por  Wu Cheng´en  en el año 1590. Este ser, que según algunos podría ser una variante del dios mono indio Hanuman (una de los tantos aspectos del dios Shiva y fiel guerrero contra los demonios ráksasas  en el Ramayana) tiene una hoja de vida que haría poner verde de la envidia a unos cuantos superhéroes contemporáneos,  incluido linterna verde, el mayor superhéroe de todos aunque no lo parezca.


Nació del caos primigenio, de  una roca en forma de huevo  sobre la montaña de las flores y las frutas;  con forma de simio, creció como simio en el reino de los simios, donde fue uno de sus más brillantes representantes, pero aquí empiezan las virtudes de este muchacho, como su propio nombre lo señala, (el simio consiente del vacío) fue consciente de su mortalidad estando entre sus peludos congéneres, de modo  que haciendo caso omiso a los guiños que de vez en cuando le hacia la muerte, optó por buscar la respuesta y solución definitiva a esta situación,  busco un tutor como ningún otro, el maestro Bodhi, que algo reacio dada su condición de simio, le enseñó todas sus artes, resultando un alumno excepcional, allí adquirió sus poderes como la transmutación (la técnica de las 72 transformaciones), su increíble táctica de lucha, los  84000 avatares que tenía, correspondientes cada uno a sus pelos, la técnica del súper salto,  la posibilidad de volar en una nube, algo que solo un alma pura podría realizar  y el uso excepcional de su arma, el báculo dorado, el pilar que pacifica los océanos, que muy astutamente robó  al rey dragón de los mares orientales. No contento con esto, visitó el inframundo y allí borró su nombre de la lista del destino, y cual rebelde sin causa, ante la invitación del emperador de  jade (el Zeus chino) al reino celestial,  sin permiso comió los melocotones  de la inmortalidad de la emperatriz (se presta para otras interpretaciones) y las píldoras de la indestructibilidad.  Forjó su propio destino, se igualó a los dioses letárgicos y armó un zafarrancho en el cielo.  sin resultado trataron de controlarlo, como pollo de sancocho de río, fue hervido por 49 días en un caldero mágico para destilar su poder, pero contrario a lo que se esperaba esto solo lo aumento, solo el mismísimo Buda  ante tanta algarabía le puso el tatequieto,  cuando esté,  en tono arrogante aceptó una apuesta con el pobre viejito,  al final quedó prisionero bajo una montaña  como castigo, hasta que fue puesto al servicio  del monje Xuanzang, que ayudado por la santa Guayin, la cual por medio de argucias colocó una corona de control sobre el volátil semidiós.  Inició el épico viaje hacia el oeste en busca de  libros budistas perdidos en la india, a su paso fue reclutando al cerdo Zho Wuneng  y al duende/monje  Sha Seng, compañeros de viaje  que redimirían sus faltas en aquel peregrinaje, y claro el caballo del monje Xuan, un príncipe dragón, antiguo contendiente de Wukong convertido en bestia como castigo. Cinco peregrinos, cinco héroes de la verdad y justicia en busca de la sabiduría.  Este es el libro que quiero leer.

Esta de más decir que sobre esta historia se fundó gran parte del anime oriental,  creaciones de Masashi Kishimoto  y la misma historia de Goku   tienen sus raíces en esta narración. Por lo que he leído, el rey mono es uno de los superhéroes preferidos de los chinos de la china, algo semejante al Superman nuestro de cada día.  Entre los zapatos, electrodomésticos y juguetes, también nos han llegado algunas pequeñas muestras del rey mono, como la serie de televisión emitida a mediados de los 80s, monkey magic, entretenida como toda película de karate o kunfu emitida por canal peruano, y dos o tres adaptaciones cinematográficas, protagonizadas por Jackie chan, Jet Li y otro gringo.   Si lo que dicen los especialistas es cierto y la globalización y la influencia de la cultura china va en aumento, no me molestaría en lo absoluto  tener una pequeña figurita de Son Wukong en el jardín, cual gruta del divino niño, guardián ante eventuales fuerzas del mal.

Oh siervo, hermano mio...si tu supieras....



Un día cualquiera  una señora con rostro de angustia y manos inquietas ingresó al centro de salud del pueblo en el que trabajaba  y  con voz baja  me pidió humildemente que visitara a su padre (¿o esposo? No recuerdo bien) que se encontraba en delicado estado de salud en su casa.  Eran buenos tiempos y buenos lugares, lejos de los dominios de auditores, EPS, jefes psicorrigidos y agendas contrarreloj.  Envolví el fonendo en el tensiómetro y salí con aquella mujer en busca del paciente. No quedaba lejos, era un caserío pequeño de calles empolvadas, gentes apacibles, rodeado de montañas abruptas, bosques floridos, aves cantoras, insectos multicolor, ríos cristalinos y como diría Nacho Vidal, dos o tres guerrilleros ocultos en matorrales.

Entré a la casa, una casa vieja como pocas,  subimos al segundo piso donde el anciano yacía.  La señora en tono preocupado me explicó que a don Juan (para darle un nombre) hacia pocos días lo habían operado de la próstata  por un cáncer avanzado  y  desde la noche anterior el dolor abdominal se había intensificado, quería saber si podría haber sido alguna complicación secundaria al procedimiento.  

Juan tenia mal semblante, caquéctico y estuporoso  respiraba con dificultad en la cama.  Hice algunas preguntas de rigor (debí haber realizado la anamnesis completa me hubiese ahorrado sorpresas) tomé  los signos vitales  y lo descubrí para observar la herida quirúrgica.  Temía estuviese cursando con alguna infección de sitio operatorio o sepsis abdominal.  Su abdomen excavado y de piel acartonada subía y bajaba con cada respiración,  pero no había nada, ni una sola herida. 

-¿Le hicieron la prostatectomia transuretral?  Pregunté entre duda y aseveración.

Ella, mirándome confundida por tanta palabrería técnica no me dijo nada, solo  dejó escapar una expresión de  interrogación.  

– Le sacaron la próstata por el pene con un tubito-  aclaré. 

Y  me contestó de forma contundente.  

- no doctor fue una operación de las normales-

-¿Segura?-

-Sí, segura.-

Volví los ojos al abdomen tratando encontrar la linea de la incisión o como mucho una pequeña cicatriz del procedimiento; pero no había nada, ni una miserable estría que me diera una pista. Rápidamente repasé  todo lo poco que sabía sobre urología y por ningún lado encontraba el tipo de procedimiento que se le habían realizado. 

¿A qué horas se inventaron una nueva técnica? Pensé

tendré que pasar por la vergüenza y decirle a la señora que eso era nuevo para mí, como cuando la gente llegaba con fórmulas de medicamentos de marca comercial y uno como fiel producto del sistema solo los conocía por su nombre genérico. Le miré la espalda, la región lumbar, los muslos, la ingle, y por enésima vez su región abdominal y nada, no había nada. 

La señora al verme cual mecánico pintando uñas, sonriente (¿?) me aclaró:

No doctor, es que a él lo operaron espiritualmente, el siervo Gregorio le sacó la próstata espiritualmente.


Mil cosas pasaron por mi mente, mientras mi cara de estúpido bien podría haber servido como meme de Facebook.   Respire profundo y le dije que yo de ese “campo” de la medicina  poco sabía.  

Juan  solo estaba en manejo paliativo para dolor, un cáncer metastásico había hecho de las suyas  y el pobre viejo tenía los días contados. Les di algunas recomendaciones sobre el manejo del paciente terminal y ajusté la dosis de analgesia que sabiamente “el siervo” había suspendido.  Eran personas sencillas, honestas,  que en la desesperada búsqueda de una alternativa ante lo inevitable habían caído en manos inescrupulosas.   Nunca le dije que el viejo no había sido operado, que todo había sido un macabro acto de teatro, suficiente era tener un ser amado agonizante como para también cargar la culpa de haber sido un nuevo ingenuo estafado.  Juan murió a los dos días. 

–contra la voluntad de dios no hay santo que valga- me comentó la señora.

Qué pensaría José Gregorio Hernández si hoy saliera de su tumba en Caracas y viera el circo que se formó alrededor de su nombre.  Figurita obligada en consultorio de brujos y charlatanes, él,  vestido de traje negro, bigote pulcro, cabeza coronada con un simpático sombrero y expresión alegre, acompañado de ángeles pisando culebras, divinos niños rosaditos y cristos sanguinolentos. ¿Qué pensaría al escuchar su novena milagrera auspiciada por curas y curanderos?.  Qué cara pondría al ver la mafia innominada de médiums y sanadores que haciendo uso de su buena fama, sacan pulmones, tumores, malas sangres, aires malos, lagartijas, cálculos, enderezan huesos  y extraen próstatas a moribundos mientras familiares inocentes entregan sus ahorros a hermanos y hermanas de la misma mala madre. Mercaderes de pobreza más que material intelectual.  Y para completar el cuadro y en aras de la buena rentabilidad del negocio, la santa madre iglesia, decide darle nuevos títulos post mortem que el probablemente nunca llegó a imaginar.  Como el muerto no se puede defender,  el brujo y el cura hacen fiestas en su ausencia.


José Gregorio fue un inminente médico de la sociedad venezolana de finales del siglo XIX principios del XX, científico consumado, impulsó el desarrollo de la ciencia y la educación en su país.  Católico ferviente y posiblemente un sacerdote frustrado, combinó sabiamente aquellas dos corrientes, entregando su caudal de conocimiento al servicio del más necesitado, imitando las acciones de algunos santos y cumpliendo los principios que promulgaba su doctrina. Murió en un accidente de tránsito, como peatón, cuando, me imagino, eso era cosa poco usual (quien contra la voluntad de dios)

Que bueno sería que lo bajaran de los estantes de brujos, viejitas locas y sacerdotes engreídos, y colocaran aquella figurita de traje negro, sombrero redondo y carita feliz en el sitio que le corresponde. Al lado de Galeno, Hipócrates y Esculapio en las facultades de salud.

jueves, 22 de mayo de 2014

J.J Benitez y la historia de Jesucristo viajando en naves espaciales.



Ocasionalmente llegaba a mis manos alguna revista de círculo de lectores con dos o tres años de atraso, pero igual que revista de peluquería  era ojeada en su totalidad.  No estaba seguro quien las adquiría, si era mi papá  o alguno de sus amigos, o si ocurría con ellas lo mismo que con los juguetes, los cuadernos y la ropa;  se rotaban de generación en generación.  A pesar de todo era un  buen referente para  saber cómo se estaba moviendo el mercado editorial, que libros salían,  cual casa editora llevaba la delantera, si había un nuevo libro de Kama Sutra, cuantos juegos de tenedores y cucharas podría obtener por comprar determinada colección, en fin, se prestaba para imaginar cualquier cosa, como el tamaño de la biblioteca que soportaría mi hipotética colección, inventarle una historia a cada caratula que se promocionaba, aprender con lupa (literalmente) la última posición que dejaban entrever las pagina abiertas del diccionario visual del sexo. (Aún existía la moda afro).  Y todo hasta ahí, eso de comprar libros quedaría para años después. 

Pero entre todos ellos había dos que siempre llamaban mi atención,  uno era EL ENIGMA SAGRADO, de fondo rojo con una copa en su centro y dentro de ella una calavera sonriente,  y el otro era CABALLO DE TROYA, que con el paso de los años fue aumentando como las películas de Rambo;  Caballo de Troya I, II. III……   y por supuesto, quien sería su escritor sino el desconocido (para mi) JJ. Benítez.

No volví a tener noticias de él por unos años, hasta que en una charla con una amiga en una esquina cualquiera, al amparo de la soledad y la oscuridad, en los recesos que nos dábamos de los besos babosos,  exponíamos puntos de vistas literarios (que cultos éramos, ala, Álvaro mutis y Bernardo hoyos comían chitos al lado nuestro).  Allí,  ella aun con las pupilas dilatadas me ilustraba sobre la obra cumbre de Benítez -el mejor periodista y escritor contemporáneo-  "El Milagro De La Virgen de Guadalupe".  Por suerte las charlas eran cortas, en otro escenario hubiésemos terminado con apoplejía por hablar tanta barbaridad.


Pero el mal ya estaba hecho y el universo conjuró para que JJ. Benítez y yo tuviésemos nuestro primer encuentro (literario).  

Cada fin de semana el grado 11 viajaba a  la capital, a un curso de informática en el SENA (con orgullo puedo decir que yo hice un curso de D.O.S, que soy modelo pre Windows mis estimados párvulos) y a la salida, en el tiempo libre, era obligatoria la entrada a un supermercado de cadena y en aquellos tiempos remotos  el YEP era lo máximo.  Y allí en el estante de libros (si, el YEP tenía su sección de libros) estaba reluciente el Caballo de Troya III, con todo y Jesús alzando su dedo, señalándome,  invitándome a desentrañar sus secretas enseñanzas.   Como todo buen parroquiano  promedio, dentro de las compras (masmelos o ropa en  promoción) tenía que ir algo robado.  Luego de aprender las técnicas y tácticas de mis compañeros yo opte por el libro, primero,  porque ¿quién robaría un libro? (que ingenuo, mi lista de perdidas es alarmante) y segundo porque el libro me había escogido.  Y sin entrar más en detalles, todas las huestes celestiales favorecieron el ilícito.  He de confesarlo, nunca disfrute tanto algo mal habido. Me sumergí en las páginas aventurescas de aquel reportero español en tierra santa, escapando de los estúpidos servicios de inteligencia israelí, siguiendo pistas tipo Robert Langdon, para finalmente terminar una tarde lluviosa frente a la tumba del mayor en los campos de Arlington,  a la sombra del níspero, dando infinitas gracias por su labor.  A partir de allí, mi vida intelectual se partió en dos... y cuanto he tenido que esperar a que esta fractura soldara sin secuelas…creo.


Ingrese al nutrido club de benitologos, me engullí varios tomos, iniciando al mejor estilo de Tolkien, con el caballo de Troya III  luego caballo de Troya II y caballo de Troya I. luego salte a los astronautas de Yahvé, mis enigmas favoritos, Ricky B, ovni alto secreto, caballo de Troya IV, la rebelión de lucifer, SOS ovnis y por último la mitad de caballo de Troya V,  sencillamente a estas alturas mi cerebro no pudo más y se derrumbó.  Conservó algunas funciones del tallo y algunos automatismos que le permitieron a mi cuerpo caminar, comer e ir a la facultad de medicina, pero el resto estaba en estado de coma profundo. Luego de los rezos de  mi tía abuela y la intercesión de José Gregorio, pude volver en mí  y retomar el camino.


Fueron necesarias arduas jornadas de descontaminación cerebral, leyendo  libros de historia antigua, artículos de crítica, historia comparativa, artículos de astronomía y arqueología y bendito sea el internet, viendo videos y análisis de personas serias que se habían tomado la molestia de desmontar el circo que este señor había formado.   

Hoy su estilo narrativo me resulta insoportable (el de los caballos de Troya) sus referencias históricas con descalabros imperdonables, sus apuntes científicos tan confusos (tal vez ese es el truco) que al día de hoy todavía no capto bien a que se refería con lo del swivels para viajar en el tiempo, si lo tomó de una investigación de física teórica seria o si simplemente está mamando gallo.   Pero no todo fue malo, gracias a sus libros supe de la existencia de los evangelios apócrifos, no sé si truco mucho la cosa, diciendo que a María cuando era niña la llevaban a una nave nodriza, donde jugaba con los ET a la pelota  (eso estaba en un dibujito) también conocí el caso UMMO,  al grupo RAMA, a Sixto Paz y su corriente ufológica que por unos pocos años seguí.  Y lo más importante, gracias a su descarado plagio  pude llegar al libro de Urantia, una obra maestra de lo que sea que sea ese libro.  Tan completamente enredado y psicodélico, tan místico y seudocientífico, tan ameno y revelador que por derecho propio tiene que estar en la sección de libros de lectura obligada,  y si les resulta muy pesado pues simple esta la rebelión de lucifer que de la mano de Agurno y sinuhe nos darán un recorrido turístico por la historia de esta,  la tierra, es decir Urantia, el 606 planeta del sistema de Satania, en la constelación de Norlatiadek, del universo local de Nebadon, del sector menor de Ensa, del sector mayor de Splandon en el séptimo superuniverso Orvonton….amen.

lunes, 19 de mayo de 2014

Album de chocolatina JET, mi dulce compañia



Hay días en los cuales uno hace limpieza y actualización de la billetera, elimina recibos de hace siete meses, recibos de cajero del  día de pago, papelitos con números de teléfonos sin nombre, tarjetas de presentación, desprendibles de publicidad de brujos y brujas (se guardan por si las moscas) y dependiendo de la época de vida, se puede reemplazar el condón que ya huele a sudor de nalga o reacomodar la credencial que una chica por obligación nos  regaló en el colegio el día del amor y la amistad.  Pero algo que de una u otra manera estuvo, esta y espero estará, son las láminas de chocolatina JET,  esos papelitos rectangulares con imágenes a todo color en una de sus caras y en el reverso una explicación clara, completa y verídica ("el cielo y la tierra pasaran pero las verdades de las laminitas no pasaran" reza una inscripción maya en un templo egipcio del Perú).


Desde la escuela empecé la  titánica tarea de completar el álbum de historia natural, pasando por el colegio, la universidad y actualmente el trabajo, donde cada que puedo me embolsillo la primera que vea por ahí (había que recolectar como mil envolturas para reclamar un álbum).   Estas laminas fueron la moneda local de la infancia, con ellas se compraban  productos y servicios, se traficaba, había casas de cambio clandestino y al mejor estilo de los abuelos, se guardaban los excedentes en algún baúl o debajo del colchón.  Podría ser una leyenda urbana, pero se decía que si se llenaba el álbum, este se podía canjear por 500 o mil pesos en los camiones de reparto, nunca se supo de alguien que lo hiciera, bien porque nunca se pudo llenar el álbum, o porque tenía uno que ser muy pendejo para cambiarlo por tan poco.


Llenarlo fue una de las actividades propias de la infancia y la juventud, tan importantes como la primera comunión o levantarse la vieja buena de otros grados.  Pero como en todo álbum, siempre existía la lámina que nadie conseguía.  Podían pasar años sin que aparecieran y  a diferencia de las nuevas, las viejas (las láminas) no tenía su imagen atenuada en el álbum, como secreto de alquimista  solo la conocía quien la tenía en sus manos, y saber de su existencia era todo un suceso, por regla general eran los tipejos de los grados superiores quienes las conseguían, no me quiero imaginar los métodos de tortura utilizados para el fin, así que si por cosas del destino, caía en mis manos una de aquellas, con cuidado religioso se pegaba con la línea de colbon (y solo colbon ningún otro pegante) y en la seguridad del hogar se repetía una y otra vez “mi precioso, mi tesoro”.  A los años supe que existía un plan maquiavélico por parte de la compañía nacional de chocolates, ellos, resguardados en unas torres oscuras de chocolate, distribuían las láminas por regiones o localidades, de modo que si en mi pueblo era el pitecántropos o las inundaciones las imposibles de encontrar, en otros pueblos o ciudades eran la luna o la chinchilla que yo tenía por montón.


Nunca lo pude llenar, y siendo honesto, creo que aún no sé cómo son dos o tres laminitas, pero el álbum sigue en pie, después de sobrevivir a trabajos de biología y física de la escuela y el colegio, al saqueo esporádico de algunos amigos  y al efecto propio de los años sobre el papel.

¿Qué tan difícil sea llenarlo hoy?? No lo sé, que día visitando fugazmente el mercado de las pulgas vi dos o tres sitios donde vendía y cambiaban laminas, pero se pierde la emoción, de destapar la chocolatina, comerse el chocolate antes  que se derrita, voltear el papelito blanco y ver allí la hijuemadre lamina que siempre se ha necesitado. 

Como dato de cultura general han existido varios tipos de álbumes; el primero salió en 1962 llamado "la conquista del espacio" y "autos jet", luego salió otro en 1963, "banderas y uniformes" luego otro en 1964, "el hombre y el mar".  Por lo  visto estos no tuvieron mucho auge,  nunca vi a mi abuelo pegando laminitas con colbon cuando llegaba del trabajo en la finca ni a mis padres tampoco, tal vez estaban ocupados criándonos.   El álbum de historia natural salió en 1968 y estuvo inalterable hasta 1999 cuando tuvo cambio de imagen y adicionaron algunas laminas (y quitaron otras)  lo cual fue un despelote pues había dos soles para un solo lugar, y otras ya no estaban.    "El mundo de los animales" llegó en el 2007 y cuando ya casi lo llenaba lo sacaron de circulación y entraron los "animales prehistóricos y en peligro de extinción" en el 2011 que igual solo duró dos años pues cuando ya estaba a pocas lagartijas de llenarlo apareció la nueva versión  "planeta sorprendente",  ojala que a este si lo dejen unos 15 o 20 años para ver si al fin completo uno.



domingo, 18 de mayo de 2014

Acuarios, un lugar de paz en su vida


 

La primera vez que tuve  ante mí un acuario fue en primer grado de escuela, en la casa de un amigo;  había un pequeño cubo de cristal con piedritas multicolores en el fondo, restos de un naufragio de porcelana y una ranita verde con una manguera que le entraba por el trasero y botaba burbujas sin fin por la boca.  Dos bailarinas doradas se movían de un lado para otro, moviendo sus aletas y sus colas como si estuvieran bailando (por algo les decían bailarinas y no cuchas o bocachicos) desde ese día siempre quise tener un acuario y tener allí infinidad de pececitos nadando de un lado para otro. Pero Por razones que no van al caso,  no tuve la oportunidad de tener uno en casa,  aunque esto nunca frenó mis impulso acuariofilisticos.  Durante años fue normal que llegara a  casa con renacuajos en todos sus estadíos, con insectos rarísimos parecidos a cucarachas acuáticas que picaban terriblemente  y que se alimentaban de renacuajos o en ocasiones con pececitos capturados en riachuelos cerca de la finca de mis bisabuelos  que duraban pocos días en mis recipientes improvisados o en la alberca de la casa.

Hace unos años, y en un descuido de mi esposa, llegué con la mágica cajita de cristal a  casa, so excusa  que sería el nuevo juguete de mi hijo (cuyo único interés por el mundo acuático se limita a las piscinas)  improvise una mesa desbancando algo de algún lado, coloque el acuario, lo llene de piedritas blancas, coloque el filtro, arroje (literalmente) unos cuantos litros de agua y deposite en aquel turbio escenario dos bailarinas.  Y desde ese momento inicio mi calvario (y el de mi esposa en cierta forma) como primer apunte hay que decir que es casi imposible tener en esos primeros días el agua igual de cristalina a la de las tiendas de mascotas.  Allí los animalejos corren y se exhiben en toda su multicolor forma en aguas  transparentes.  En la casa, a los pocos días del montaje, el color pasaría de un azul nocturno  a un azul clarito, luego a un amarillo verdoso, luego un verde amarilloso  y luego a un verde pestilente (1° observación de mi esposa) Sin contar que las primeras noches el sonido reverberante del burbujero me recordaba  la olla de la sopa hirviendo al medio día (2° observación de mi esposa). De modo que empapándome un poco del tema llegué a la conclusión que la causa de todo aquello era el poco espacio que brindaba la cajita mágica, que para permitir un adecuado desarrollo del ecosistema  (ya hablaba en esos términos) era necesario una caja más grande, así que escapándome del sistema capitalista y exhibiendo mis dotes de MacGyver un día traje a casa  5 láminas de vidrio de 1 metro con tanto de ancho y cincuenta y tantos cm de alto. Con la ayuda de mi esposa (mujer de infinita paciencia) esa noche nos dedicamos a pegar los vidrios en el orden adecuado con la silicona indicada, con el pequeño detalle de no saber para qué carajos era el aparatejo con forma de pistola que venía con ese frasco, de modo que fue una lucha terrible tratar de sacar el endemoniado pegante a tal punto que use la culata de un martillo para obligarla a salir.  Una hora después, cuando solo faltaban dar los últimos retoques y limpiar los vidrios, los libros de apoyo y el piso de los parches de silicona,  comprendí que aquel aparatejo que había desechado era la pistola de silicona… (3° observación de mi esposa). A pesar de todo fue un bonito acuario, así todos opinaran lo contrario, habitado por bailarinas, escalares, neones, betas, cebras,  camarones de rio, guppys, una cucha y más.  Todos ellos con una increíble tasa de mortalidad (exceptuando 2 bailarinas y un escalar) 

Meses después di el segundo paso, que era quitar todos los adornos artificiales y entregarme al paisajismo natural, llegue con troncos que dejaban turbia el agua, lajas de piedra que al caer rompían el vidrio y que además ocultaban  adecuadamente los cadáveres de pececitos; plantas acuáticas compradas a precios ridículamente altos y que no pasaban de una semana pues eran pasto para las vacas acuáticas.  Luego me di cuenta que aquella caja artesanal era muy pequeña y no cumplía todas mis expectativas de modo que la deje a un lado y me conseguí otra de mayor tamaño, en la cual conocí las costumbres caníbales de muchas especies, las danzas de cortejo de otras,  sistemas jerárquicos en otras, bulling acuático, y el reinado absoluto de la cucha en aquel pequeño mundo, nadie le pegaba, nadie la molestaba, y cuando estaba molesta se llevaba por delante lo que fuera.


El acuario fue un miembro más de la casa, al que había que dar comida, limpiar (mi esposa no quiso hacer más observaciones “es su acuario, usted lo limpia”) esto podría gastar toda una tarde, proteger de los niños visitantes que cual personaje de Nemo gustaban golpear los cristales o en el peor de los casos tratar de colgarse de él. E invertir en belleza con luces de neón que a los pocos días eran insoportables, o filtros súper híper eficaces que dejaban de funcionar cada tanto.

Pase por las etapas del acuarofilo, que sería empezar por los pescaditos de siempre, las típicas bailarinas o goldfish y los escalares, luego montar un zoológico superpoblado, después entrar al paisajismo, pasar a los ciclidos, la superpoblación de ciclidos, pasar nuevamente a los goldfish y escalares para finalmente quedar con los dos o tres peces que a modo de ejemplo de la ley de la adaptación del más fuerte soportaron todo este ajetreo.  Finalmente y como presintiendo una próxima mudanza los dos pececitos dorados que quedaban nadando de un lado para otro, como hacía muchos años los había contemplado en casa de mi amigo, entregaron sus almas al señor celestial, cortesía de algún cambio de agua mal hecho (es el colmo que a estas alturas usted no sepa cambiar el agua increpo mi esposa como 4° y ultima observación) quedando solo la cucha de una libra que podría servir para sopa de enfermo, esta quedó en la antigua casa, ya que el vetusto acuario no resistiría un trasteo.  Unos meses después, don Guillermo (el dueño de la casa) nos informó que el animalito había muerto de pena moral,  anima bendita, ojala haya encontrado el descanso que aquí en este valle de lágrimas nunca pudo tener.
Sé que ahora por google o YouTube se puede encontrar la información que se quiera sobre el apasionante mundo de la acuarofilia, pero si alguien quiere tener las nociones básicas, no tanto técnicas, más si sobre los eventuales “sucesos” que pueden venir en el desarrollo de ella, les recomiendo HABLABA CON LAS BESTIAS LOS PECES Y LAS AVES.  De KONRAD LORENZ  un ameno libro que seguro los hará llegar un día de estos, en un descuido de sus esposas (o esposos) con una mascota a la casa.


jueves, 15 de mayo de 2014

Mea culpa....tambien lei JUVENTUD EN EXTASIS




Ya casi era la media noche y aún tenía  en mi mente aquella duda existencial, una encrucijada casi, casi metafísica.  ¿De qué escribo? ¿de Carlos Cuauhtémoc  o del vello púbico? Y ante la similitud entre los dos me decidí por el primero, por el  novelista mexicano y su obra máxima "JUVENTUD EN EXTASIS".  Por cosas del destino,(y si existe dios debo agradecérselo) el primer ejemplar de este libro cayó en mis manos cuando ya tenía los veinte y tantos años encima, claro, no era un adulto hecho y derecho, pero tampoco un adolescente díscolo,  (según recuerdo, Regina 11 en una entrevista dijo que a la edad de 21 años  los huesos del cráneo se había sellado adecuadamente y  el cerebro no crecería más, por lo cual  podríamos considerarnos adultos, sabia la brujita querida).
  
Me cuesta trabajo imaginar los estragos que habría sufrido  mi “esfera biopsicosexual”  si a los 15  o 17 años  hubiese leído esos párrafos heréticos.  A lo mucho había logrado superar la educación ochentera y la revolución de los noventas, esto habría sido el golpe final, un harakiri mental que inexorablemente me habría llevado a una vida ascética o a un seminario a las afueras de cualquier ciudad.  

Debo decir que la primera vez que vi este manuscrito, quede impactado por su título, "JUVENTUD EN EXTASIS" en rojo sangre estrogénica,  con la foto de dos jóvenes mirándose cara a cara y quien sabe en qué cochinadas pensando mutuamente. A tal punto que llegue a pensar que podría servirme de ayuda teórico táctica, para concretar ciertos asuntillos sexysentimentales que tenía enredados.   Por simples  cuestiones de buena educación y de normas de Carreño, no lo leí públicamente, lo deje para la noche, en la tranquilidad y privacidad de mi habitación. Y una vez abierto se desplegó ante mí un nuevo mundo…


A mi mente llegaron imágenes y recuerdos entrelazados de forma desordenada, ¿qué carajos era lo que estaba  leyendo?  No estaba seguro si leía el guion de Marimar o "alcanzar una estrella 2"  mientras escuchaba a la monjita que nos daba filosofía y educación sexual en el colegio  tratar temas como la polución nocturna o el ciclo menstrual. Eso orquestado en el ambiente académico de una fiesta universitaria, mientras,  aparecían imágenes de diapositivas de chancros sifilíticos o linfogranulomas venéreos.  Luego me sentía en las charlas que se daban a los jóvenes los martes de semana santa en el pueblo, donde el cura o seminarista de turno, nos explicaba la importancia del celibato y la abstinencia.   

No sé a las cuantas horas lo terminé, pero al llegar al final me persigne, recé el yo pecador  y me dormí pensando en ese capítulo donde al mejor estilo de un reguetón famoso, los personajes  estaban con ropa haciendo el amor. (Que como dijo Silvio rodríguez no es lo mismo pero es igual).

Prometí sobre cuatro revistas de Kaliman y un álbum de chocolatinas JET nunca más volver a leer algo así, y lo he cumplido fielmente hasta la fecha.  Pero si por cosas del destino, un sábado en la tarde no tienen nada que hacer  y hay  un ejemplar de este libro a mano,  léanlo (Fry de futurama lo hizo)  fuera de prejuicios puede ser entretenido, eso sí,  como los frascos de  veneno, mantenerlo fuera del alcance de los niños.

miércoles, 14 de mayo de 2014

En la orilla del oceano cosmico




A mediados de los ochentas, no recuerdo los días ni la hora, encendía el televisor Toshiba a blanco y negro y me dejaba llevar por las imágenes y las historias que narraba un hombre de aspecto flemático, de cabello oscuro y lacio revuelto por la brisa del mar.  Era la serie COSMOS, y aquel hombre de semblante sereno era Carl Sagan.  Cursaba por esos días algún grado entre 1° y 5° de primaria, y a pesar del esfuerzo de mis profesoras, nunca llegarían a mi ideas tales que abarcaran galaxias, supernovas, secuencias evolutivas desde una simple protocelula hasta un simio, ni viajes de gemelos en el tiempo.   Sin que  contáramos  con los conocimientos básicos para entenderlo, Sagan, de una forma amena, ágil y casi poética,  presento ante nosotros  un universo complejo, vasto, lleno de misterios y cosas extraordinarias, y lo mejor de todo, entendible, aun para un niño de escuela.  Sin quitar mérito al plan de estudios vigente en aquel entonces, COSMOS, junto al TESORO DEL SABER y NATURALIA  se convirtieron en  “maestros virtuales” que inclinaron mi mente y la de muchos otros al mundo de la ciencia y sus maravillas.

Años después revisando los estantes de una librería,  tamaña sorpresa me lleve al ver allí en compañía de ejemplares de pablo Coelho y Deepak Chopra la edición de COSMOS, para ser más exactos la 21° edición, de editorial planeta, y dos o tres estantes después, su segunda parte UN PUNTO AZUL PALIDO (no necesariamente segunda parte).  No tenía ni idea que aquella serie de televisión que había llamado tanto mi atención como mazinger z o los Transformers, estaba a mi disposición en papel.  Nuevamente rememore las peripecias del Voyager, seguí la secuencia que llevo a Miller a recrear el caldo primigenio, especule sobre qué tan habitable seria titán, y nombre dos o tres galaxias cuyos nombres ya había olvidado.


Actualmente se emite una nueva serie, un remake de la serie de  los ochentas, en esta ocasión presentada por Neil Degrase Tyson (alumno de Sagan), en ocasiones tratando de imitar  la original no sé si buscando capturar audiencia o simplemente como tributo al fallecido Carl.   De lo único que si se puede estar seguro, es que el COSMOS original difícilmente podrá ser reemplazado,  con todo y sus limitaciones visuales y técnicas, y con las dudas que hace treinta años se tenían, no deja de ser un documental de culto para muchos, y para los más frikis, también están los libros.  

domingo, 11 de mayo de 2014

Cuando yo era budista......



Todos en algún momento de la vida pasamos por esos episodios de inconformidad existencial, temporadas de dudas metafísicas, vacío espiritual y  anhelo de respuestas y serenidad.  La gran mayoría  siempre presentó estos síntomas por allá iniciando  sus veintes, concordando con los años universitarios.  Sobra decir que en “esos días de cólico mental” el ritmo de vida universitario nos mantenía  al tanto de las distintas corrientes de pensamiento y opinión.  Posiblemente terminábamos con algún arabesco de tatuaje, de esos que hoy solo dan  vergüenza,   con los cabellos más allá del hombro; largos, rebeldes y grasosos (el dinero para el tratamiento capilar era bien invertido en licor). Calzando   sandalias rústicas, encargadas a los vendedores de artesanías que se sentaban frente a la facultad o simplemente tomando cerveza cada dos días, tarareando canciones del mago de oz, rodeados de una nube de humo de cigarrillo o en el mejor de los casos, una nube de hierba quemada.

En esas andaba mi persona por aquello días (claro, no hice todo lo anteriormente escrito, no corrí con tanta suerte), buscando respuestas complejas a preguntas ridículas que nadie me había formulado. Desahogando mi mente en la biblioteca pública que quedaba en la antigua estación del tren, a ratos rodeado de niños, a ratos rodeado de indigentes, a rato rodeado de eruditos que no hablaban con nadie.  Y en una de aquellas búsquedas del libro semanal, cayó en mis manos un compacto y vetusto ejemplar de EL PEREGRINO KAMANITA de Karl Gjellerup.  Lo empecé a leer con desconfianza, el titulo no prometía nada, no había dibujitos ni tampoco ningún tipo de reseña en la portada. Solamente estaba en la colección de obras de autores ganadores del nobel.  

-Algo bueno ha de tener- me dije.  Y en efecto sí que lo tenía.


De la mano de Kamanita inicie mi peregrinaje interior, lo acompañe en sus travesías como mercader, como romántico pretendiente (la historia llegó a un punto tal, que  destilaba cursilería por la solapa, ni Corín Tellado lo habría hecho mejor, pero igual no podría dejarla inconclusa) me convertí en fiel ladrón devoto de la diosa Kali, y por días perseguí la sombra del buda sin encontrarlo.  Al final, posiblemente un fin de semana, morí como kamanita y resucite de nuevo en el paraíso en compañía de la preciosa Savithi, para luego, un lunes de parciales, ver morir a los dioses eternos junto con su paraíso, como lotos que caen al fondo del lago  y  finalmente renacer cual estrella o galaxia un viernes de parranda, esperando la tan anhelada respuesta del buda en su nirvana, que si mal no estoy llego ese sábado en la madrugada después de una noche de bebeta y fornicación.

El peregrino kamanita  es de esos libros que absorben, que impregnan el entorno con sus palabras, a tal punto que fue  posible escuchar los pasos de las negras panteras rodeando mi habitación. Y es, a mi parecer, el mejor libro para iniciarse en el mundo del budismo.  Una historia narrada al lado del buda ya anciano, con un personaje principal tan humano como cualquier parroquiano.

Durante la semana siguiente a su lectura fui algo parecido a un budista, desempolve mis sandalias visajosas compradas a un pseudo hippie artesano, no comí carne, aunque creo que fue más por falta de dinero que por convicción, y malinterprete eso de “el deseo es lo que causa el sufrimiento” en un “me importa un culo todo”.  No duró mucho ese estado, a falta de gurú que me guiara, árbol de la sabiduría en el cual meditar y un nirvana esquivo, volví a mis viejas andanzas, eso sí con la esperanza de que cuando muera y renazca en el paraíso, y vuelva y muera y renazca en lo que sea que siga después del paraíso, el buda cordialmente de respuesta a las preguntas que por aquellos días de confusión rondaban mi cabeza.
ilustración de alberto montt

sábado, 10 de mayo de 2014

Un bambuco por favor



Muchas veces por cosas de la vida llegan a nuestras manos obras que bien podrían estar condenadas al olvido.

Hace años, recién graduado, llegué a un pequeño poblado inmerso en la cordillera colombiana, allí iniciaría mi rural, con tremendas expectativas por esa nueva experiencia. Y una de esas expectativas era la rubia preciosa y pendenciera que allí trabajaba  como odontóloga,  o al menos eso era lo que me había comentado un médico amigo que conocía la zona.  

Mientras viajaba por carreteras maltrechas en una chiva destartalada, me imaginaba en mi futura vida profesional, de parranda y jolgorio continuo, acolitado (y quien sabe que más) por mi compañera laboral.  Después de las 3 o 4 horas de viaje al fin llegué a mi destino, un caserío de 3 calles  con la soledad típica de todos los pueblos a las 11 de la mañana. Me dirigí al puesto de salud y  me presenté ante el médico saliente. Este amablemente me presentó mi nuevo equipo de trabajo, y tamaña sorpresa me lleve cuando del consultorio de odontología no salió la venus libertina que me habían pintado  sino un señor cincuentón, con principios de calvicie y un típico acento paisa.

 – ¡mucho gusto hombre!-
Me saludó  y me dio la mano efusivamente.

De toda aquella serie de elucubraciones mentales que había tenido  no quedó nada, que mala suerte la mía, pensé.


Su nombre era Eduardo Enrique Gil Cataño, y aunque nunca me acolitó  ninguno de mis pendencieros planes, pues no gustaba de parranda y menos del trago, si fue una de esas personas que por fortuna muy de vez en cuando se encuentran en la vida.  

Artista hasta los huesos, formaba parte del reconocido DUETO ENSUEÑOS (desconocido para mi) ganador de no sé cuántas veces el Mono Núñez y otro montón de concursos nacionales e internacionales de música colombiana. Curiosamente como maestro de guitarra era pésimo.    según me contó, la había aprendido a tocar a oído, y para enseñar guitarra a oído a un rockero la cosa se ponía complicada.  Lo suyo era el canto: cantaba al desayuno, al almuerzo y a la cena. Y cuando no cantaba narraba anécdotas e historias (algunas repetidas y parecía no darse cuenta, cosas de la edad pensaba yo), vaya uno a saber si eran ciertas.  


Fueron días de trabajo agradable, de tertulias diarias, bien podían ser en la cabina de la ambulancia, junto a palomino el conductor  o en la sala del puesto de salud. De  el aprendí a criticar como lo hacen los abuelos, también seguí sus fieles enseñanzas en métodos y tácticas para “volarse” del trabajo (en términos médicos seria fistulizarce), aprendí a escuchar y degustar la música colombiana, que hasta esa fecha solo me era tolerable en almuerzos y presentaciones de colegio. Y me enseñó esa manía  de iniciar proyectos porque si,  solo por la razón de mantener la mente ocupada, como lo fue    crear un ajedrez en mármol  del cual solo hizo medio tablero y dos peones,  o crear pequeños lagos en el patio para criar peces ornamentales de los cuales solo cavo dos o tres huecos sin forma, en los cuales al final sembró  cilantro que nunca creció, cortesía de los pájaros y las hormigas. Sin contar con los experimentos culinarios con menudencia de pollo y maíz pira que mejor ni me acuerdo.

 Fue en una de tantas charlas  en la que  me habló sobre su padre, un señor aún más díscolo que él, alcalde de Cañasgordas al cual siempre describió como un patriarca casi macondiano.  Entre una historia y otra me regaló un libro, bueno… en realidad un archivo de Word, donde el viejo, antes de morir había dejado plasmadas sus memorias.  Lo leí meses después, 172 páginas donde Domingo Gil narraba su vida desde  cuando era un mocoso desarrapado hasta sus últimos apuntes ya en los 90s. Le pregunté si lo habían publicado,  si mal no estoy me dijo que no, pero que sí pensaba hacerlo.  No sé si lo hizo, a los pocos años Eduardo murió  víctima de un cáncer renal, recibió a la señora muerte cantando, como siempre había querido.

PD: Hoy  me enteré  que nació  su primera nieta, ¿Qué bambuco le habría dedicado?

jueves, 8 de mayo de 2014

sexo romano....en la escuela


Un día cualquiera,  cuando mi hijo llegó de la escuela  y antes  que se sentara frente al televisor a ver sus programas de siempre, le hice la pregunta protocolaria y obligatoria que me imagino todos los padres les harán a sus hijos. 

 ¿Qué vieron hoy en clase? 

El con sus cinco años y pico como dicen las abuelas,  mientras tomaba algo para comer y se acomodaba en un sillon,  me respondió con la mayor naturalidad posible

– Sexo romano- 

Ante la respuesta guarde unos segundos de silencio, mientras las neuronas decidían si lo que había escuchado era lo que había escuchado, y luego de analizarlo concienzudamente, estas (las neuronas) decidieron que lo mejor era preguntar de nuevo, por si las moscas.
 
¿Sexo romano? Pregunte precavidamente. 

– si sexo romano-  volvió a responder. Y como si nada siguió viendo tv.

Sabia que yo ya no era un jovencito (aunque algunas señoras en consulta me digan lo contrario) y que los tiempos cambian,  pero… si mal no estaba,  mi inducción al increíble mundo de la reproducción animal había ocurrido por allá en 5º primaria, con todo y libro de biología,  con un espermatozoide que parecía un micrófono y del cual había sacado un chiste.  Y la parte de la sexualidad,  las relaciones de parejas y todo eso, solo ocurriría en el colegio, cuando  algunos de mis compañeros habían dado sus primeros pasos (otros ya habían corrido una buena maratón) en la materia,  yo me excluía del grupo, mi timidez solo me daba para quedarme con las ganas…en fin.  Pero volviendo al tema; que la nueva ley de educación fomentara el temprano aprendizaje y la convivencia y todo lo demás,  pues era comprensible.  Pero a escasos cinco años, ¿ya tocando temas de sexo  y precisamente romano?   Caso extremo habría aceptado el sexo hindú, el chino o el chibcha, que a todas estas no tengo ni idea en que se podrían diferenciar.  Pero es que los romanos son los romanos. Pasaron por mi cabeza escenas de la película Calígula, los frescos pintados en muros  y las variadas historias que había leído y escuchado sobre sus gustos y preferencias. Y  por mas que lo intentaba, la asamblea general extraordinaria de neuronas en mi cerebro no lograban llegar a un punto claro sobre como cuernos la profesora les explicaría a estos infantes eso del papel dominante del hombre romano en la relación sexual,  no importase si fuese hembra o macho, o sobre  leyes tales como la "Lex Scantinia", "Lex Iulia y Lex Iulia de vi publica",  sobre las escenas de los baños  u otro montón de cosas, que por los clavos de nuestro  salvador  no quiero ni nombrar.

Sabiamente preferí no preguntar más, no fuera ser que me salieran con cosas peores. Y como todo buen hombre de la casa hice lo  mas sabio…. Esperar a que mi esposa llegara.  Cuando ella regresó, discretamente -no fuera a darle un vahído- le comenté lo sucedido.  Ella fresca como una lechuga  me aclaro todo.  Eso del sexo romano nunca se había tocado, al menos en clase; vaya uno a saber que comentaran esos mocosos en los corrillos de recreo (el ladrón juzga por su condición) lo que había pasado era que el colegio había invitado a un escritor bogotano de cuentos infantiles y este había hecho su visita ese día.  Su nombre CELSO ROMAN, y algunas de sus obras, que  días después habría de conseguir como tarea  son:   el abuelo armadillo, la comadreja robagallinas o los fantasmas de mi cuarto…. Nada que ver con la época antigua.