No me gusta la poesía porque la mayor parte del tiempo no
logro entenderla, es un arte que es
simple y complejo a la vez; sin lugar a
dudas es la mejor forma de la que dispone el alma (en caso tal que esta
exista) para lograr expresar trozos de
su esencia. La poesía son breves
instantes de lucidez inspirativa que llegan sin pedir permiso, que salen a
trompicones entre razonamientos cotidianos y que quedan colgados en las ramas
de la monotonía. Es simple porque llega
a retazos: una frase célebre por aquí, una idea maravillosa por allá, la
conjunción de juegos de estrofas y palabras que con suerte puede emparejar en
peculiares rimas, pero ante todo es la
libertad de la no continuidad, un poema
puede ser solo un binomio de grafías y listo.
A diferencia de la narrativa no me
exige un hilo argumentativo, no
me exige un nudo y un desenlace, puede
ser pobremente descriptiva, puede ser el vacío de conceptos en los casos más
extremos. Es en el mejor de los casos un
aguacero de imágenes y sentimientos que golpetean de manera desordenada la retina; los puedo tomar
de aquí y poner allá, conjugarlos, subirlos y bajarlos y no por eso dejaran perder su sentido; el poema es la expresión de un sentido
espiritual, la conciencia misma de las
palabras. Por ello al leer un poema me
adentro en la mente de quien lo escribe, trasciendo sus razones y entro en
comunión con el concepto allí plasmado,
puedo entenderlo a mi modo, odiarlo a mi modo y replicarlo a mi modo indistintamente de la
idea del creador, por ello muchas veces
se asemeja a una colosal farsa, me dice
lo que yo quiero ver, solo en el momento
de la epifanía puedo entrar en
concordancia con el poeta y encontrarle sentido real y verdadero a lo que allí está
plasmado.
Todos somos poetas en determinados momentos, principalmente en las grandes épocas de
crisis. Todo joven se ha visto obligado
a plasmar su desconcierto en un par de versos, todo poeta antes de poeta fue
adolescente, y este, una vez ha logrado estabilizar su caudal de incertidumbres,
asesina lentamente al orante interno, deja que las letras se diluyan en el
pasado como recuerdos sosos y ridículos de una crisis existencial pueril.
Solo la verdadera poesía sobrevive a ese maremoto
hormonal, pasa por sobre la cabeza de
las decenas de musas anónimas que deshojaron versos insulsos. El desamor y la poesía son perfectos amantes.
Todo adolescente sacrificó en múltiples altares elevados a múltiples
dioses párrafos enteros creados para su amor de turno. Legiones de mujeres se han bañado en el humo
que emana de las teas sagradas donde anónimos poetas casi imberbes degollaron frases de amor eterno, verdadero e
incondicional. Legiones de mujeres se
han convertido en musas insospechadas de tímidos augures literarios, y ellas
han continuado su vida como si nada, inmunes a la magia que brota de las llamas
de la pasión mal habida.
Afortunada aquella que ha sido consciente de ello... y maldita sea su alma si solo ha logrado dibujar una sonrisa de desprecio. El hado de la musa solo posa sus alas en
limitadas ocasiones y castiga con una mundanal y corriente vida a aquellos que
disfrutan despreciarlo.
Mientras el poeta solo, espera, se consume lentamente como la mecha de una vela quemando su última gota de parafina.
Por ello, cuando se trasciende el embrujo de la belleza y se ve más allá de las formas de la carne,
la poesía se entroniza, se transmuta a
oración y adquiere el poder de un conjuro,
reconoce el rostro de los arquetipos en cada verso y desafía a los
dioses en cada punto y aparte.
Las letras nacen de las crisis, (le entendí a un amigo hace unos días) y cada uno guarda sus propias crisis, cada
quien día a día, minuto a minuto entabla diálogos con sus demonios privados,
los escupe, los desafía, lucha con ellos y en la mayoría de las veces se siente
derrotado.
Por mucho tiempo consideré mi poesía como algo privado,
prohibido para ojos ajenos, algo que bien podría tener un fin kafkiano. Luego, paso a paso vi como emergían a mi lado
escritores anónimos pero valientes,
dejando en el aire y en las hojas sueltas que lleva el aire, versos de distinta métrica y amorfo
sabor. Cada uno dialogando abiertamente
con su demonio personal, forjando
secuencias armónicas de palabras desde la felicidad, el amor, el odio, la
muerte, el sueño o lo que sea que la mente llegase a evocar.
Poco me gusta la poesía ajena, por mi inherente incapacidad
de entablar empatía con el prójimo, y
mucho menos para lograr rasgar los estertores espirituales que edifican sus
estrofas, sin embargo acá están algunos que llegan a mi memoria.
Adonis Ramírez en su libro vocifera:
“Mi poesía no está hecha de prosa o de rima
Está llena de dolor y pasión.
Jonathan Díaz en su blog susurra:
“Ven conmigo que voy al horizonte,
Que te llevo a donde el el sol se esconde,
Sígueme hasta que la luna tenga sueño,
Sigue mi voz, mi respiración, que soy tu dueño.”
Juan Felipe castro recita en su canal su último poema:
Edwin peña en su página “el fragmento” deja entrever partes
de su futuro libro:
“Con tal de no perder de vista tus pómulos,
Voy a depositar el orgullo en el baúl, en la basura, en el
betún de Judea…
¡Que ambiciones de estar contigo! Si no tardas mucho, voy a
decirte que regreses;
Para hablar de lo que sea, de alquitranes, pabellones y café
en tazas pequeñas de la abuela,
Con tal de todo, puede ser cualquier guerra, con terquedad,
sin armaduras, violencia y marea.
Voy a pedirte una vez más: recuerdos, música, abrazos, el
tiempo completo de tu espera.”
Daian Yustres en su blog “montes altos” evoca estirpes de
antaño:
“Descalzo como debería ser,
Caminando entre gamones, y desnudo él;
Un moreno bravo y bajo llegó con amarga coca entres sus
dientes.
¡Bendita tú la luna cachetona de esa noche!
Testigo de las gotas verdosas que salpicaron las orquídeas.
Pues de dichas gotas ya brotaron
Fuertes los grandes Paeces.”
Y por último, y desde las sombras de su mente, Sinuhe en su tomo VI “elemental” confiesa:
(Me gusta ser silencioso)
En las noches soy una bestia
Una bestia mexicana borracha.”
Yo, a esta hora de la madrugada no quiero decir nada, prefiero guardar silencio…necesito guardar
silencio.