"el zorro y las uvas" acuarela |
Y los días transcurren entre nubes de tormentas invisibles,
cubriendo pájaros de plumas invencibles reacios a realizar gestas imposibles.
Los días trascurren al borde de la muerte que revuelca
entrañas mientras sonríe en la cara de
aquel que creía que todo lo podía y que se hacía llamar Dios como apodo
majadero repetido por infantes octogenarios sentados en bancas de madera,
inmersos en narcóticos deseos.
Los días trascurren entre palabras que comen caricias para formar sonrisas.
Sonrisas que duermen en ojos repletos de lágrimas disueltas
en retazos de piel que ofuscan sus años a los rayos del sol matutino.
Un sol que yace en los brazos brumosos del arco de color iris que apunta a las
tormentas hijas de tormentas visibles y húmedas.
Húmedas como los pies
de la mujer amada, blanca y además pálida.
La palidez que solo la muerte deja rebozar de sus
labios secos de palabras y
sonrisas, la muerte que busca en los días
de las semanas y meses incompletos que giran en cosmológico desorden para
formar la secuencia de instantes
desencadenantes de años.
Años que labran con paciencia de roca las arrugas en los
rostros de los transeúntes ajenos a las aves portentosas, aquellas que
circundan un sol octogenario, aburrido,
explotando infinitamente en deseos de yacer al borde de una calle cualquiera,
sentado inerme en bancos de madera
viendo pasar los días que pasan entre nubes de tormentas invisibles, invencibles
e imposibles.
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