En los últimos días el diablo se ha posado sobre mis hombros
y ha susurrado sus palabras en forma de graves y bajas melodías al oído del
mago. El mago ha permanecido callado, ha
cerrado sus labios y en extraña trasmutación anatómica ha derivado su oído a mi
oído permitiendo que mi cerebro terrenal comprenda las palabras de aquel
demonio de pequeña estatura, color rojizo, vello fino cubriendo un rostro de mandíbula
puntiaguda y prominente, labios delgados que ocultan blancos dientes, una nariz
larga de águila harpía y ojos bajo unos
arcos ciliares prominentes como solo los poseen los pensadores, coronado con
dos pequeños cuernos negros, filudos y majestuosos.
Cómo interpretar las canciones del demonio cuando estas son
iguales a las de los santos en las misas de gallo en los templos mientras el sonido del viento atraviesa las hojas de
los pinos. En ellas ya no
se dan palabras de odio más si de reproche.
Escribe, escribe y escribe
Susurra el demonio: escribe hasta la muerte, escribe de la muerte, escribe hasta que los dedos
sangren, hasta que la cabeza se perturbe de fatiga, hasta que las estrellas
caigan y el sol se levante, escribe mientras la lluvia golpea el techo y
mientras el niño y la mujer duermen plácidos en la cama. Escribe del niño aquel
y del niño que es, escribe de imaginación, escribe recordando los guerreros del
polvo, los ríos minúsculos y los escorpiones bajo las rocas, escribe de las
esferas metálicas diurnas y de los platos luminosos nocturnos, de las bestias
de la quebrada, de la historia de la bruja que ríe en el techo, de la que canta
tras la tapia, escribe de los poemas que entonan los azulejos y cardenales en
las ramas del golgota de flores blancas y rosadas al ocaso. Escribe de las
disgregaciones filosóficas de los grillos ocultos en los ángulos de las paredes
y de los sueños del perro viejo que nunca quiso conocer el mundo, de las
historias que nunca terminaban en la mesa cuando los libros eran montañas y
castillos y todo tenía que darse por feliz término al llegar la cena.
¿Dónde están los seres fabulosos? me pregunta
el diablo. ¿Dónde quedaron los terrores acuáticos que se perdían en la
profundidad del océano de paredes de cemento? ¿Quién cuenta el camino que
tomaban los gusanos luminosos a la media noche? ¿Quién invoca a las aves
nocturnas discretas y sacras? ¿Quién
cubre los rostros de los seres nocturnos en el día y dónde se ocultan los
gigantes de piedra que esperan la hora adecuada para destruirlo todo? ¿Dónde iría a parar el avichulejo aquel de
pelo grueso, ojos grandes, manos huesudas y rabo desordenado que saltaba de rama en
rama? ¿Quién va a explicar la causa por la cual los muertos decidieron salir de
sus tumbas y acabar en forma sistemática los vivos que aún no entendían lo
sucedido? ¿Quién entendía las ideas de aquellos hombres y mujeres que se
sentaban frente a sus casas cuando el mundo caía a pedazos en la nada, sin el
menor asomo de terror sin la menor imprecación a su destino? ¿Quién me dice
donde quedó la bruja regaliz y que paso con el jardín de los niños de piedra? ¿Dónde
estarán los restos del puente de tubo rodeado de guayabos sobre la quebrada de
aguas sucias? Quién va a contar qué fue
de la vida de todos aquellos que me acompañaron en el camino, antes que
terminen siendo brisas del destino, ligeras perturbaciones espacio temporales
en un universo expansivo y disipado. ¿Quién volverá a preguntarle algo a los
enanos que miraban el reloj de la torre en un día de niebla y frío? ¿Quién puede soportar al demonio en su hombro
susurrando estas cosas a toda hora?
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