latecleadera

miércoles, 17 de octubre de 2018

Día diecinueve. Monólogo: no hay que ir con prisa, igual nadie llega al final.




En los últimos días el diablo se ha posado sobre mis hombros y ha susurrado sus palabras en forma de graves y bajas melodías al oído del mago.  El mago ha permanecido callado, ha cerrado sus labios y en extraña trasmutación anatómica ha derivado su oído a mi oído permitiendo que mi cerebro terrenal comprenda las palabras de aquel demonio de pequeña estatura, color rojizo, vello fino cubriendo un rostro de mandíbula puntiaguda y prominente, labios delgados que ocultan blancos dientes, una nariz larga de águila harpía y  ojos bajo unos arcos ciliares prominentes como solo los poseen los pensadores, coronado con dos pequeños cuernos negros,  filudos y majestuosos. 

Cómo interpretar las canciones del demonio cuando estas son iguales a las de los santos en las misas de gallo en los templos  mientras  el sonido del viento atraviesa las hojas de los pinos. En ellas ya no 
se dan palabras de odio más si de reproche. 

Escribe, escribe y escribe

Susurra el  demonio: escribe hasta la muerte, escribe de la muerte, escribe hasta que los dedos sangren, hasta que la cabeza se perturbe de fatiga, hasta que las estrellas caigan y el sol se levante, escribe mientras la lluvia golpea el techo y mientras el niño y la mujer duermen plácidos en la cama. Escribe del niño aquel y del niño que es, escribe de imaginación, escribe recordando los guerreros del polvo, los ríos minúsculos y los escorpiones bajo las rocas, escribe de las esferas metálicas diurnas y de los platos luminosos nocturnos, de las bestias de la quebrada, de la historia de la bruja que ríe en el techo, de la que canta tras la tapia, escribe de los poemas que entonan los azulejos y cardenales en las ramas del golgota de flores blancas y rosadas al ocaso. Escribe de las disgregaciones filosóficas de los grillos ocultos en los ángulos de las paredes y de los sueños del perro viejo que nunca quiso conocer el mundo, de las historias que nunca terminaban en la mesa cuando los libros eran montañas y castillos y todo tenía que darse por feliz término al llegar la cena.  



¿Dónde están los seres fabulosos? me pregunta el diablo. ¿Dónde quedaron los terrores acuáticos que se perdían en la profundidad del océano de paredes de cemento? ¿Quién cuenta el camino que tomaban los gusanos luminosos a la media noche? ¿Quién invoca a las aves nocturnas discretas y sacras?  ¿Quién cubre los rostros de los seres nocturnos en el día y dónde se ocultan los gigantes de piedra que esperan la hora adecuada para destruirlo todo?  ¿Dónde iría a parar el avichulejo aquel de pelo grueso, ojos grandes, manos huesudas y rabo desordenado que saltaba de rama en rama? ¿Quién va a explicar la causa por la cual los muertos decidieron salir de sus tumbas y acabar en forma sistemática los vivos que aún no entendían lo sucedido? ¿Quién entendía las ideas de aquellos hombres y mujeres que se sentaban frente a sus casas cuando el mundo caía a pedazos en la nada, sin el menor asomo de terror sin la menor imprecación a su destino? ¿Quién me dice donde quedó la bruja regaliz y que paso con el jardín de los niños de piedra? ¿Dónde estarán los restos del puente de tubo rodeado de guayabos sobre la quebrada de aguas sucias?  Quién va a contar qué fue de la vida de todos aquellos que me acompañaron en el camino, antes que terminen siendo brisas del destino, ligeras perturbaciones espacio temporales en un universo expansivo y disipado. ¿Quién volverá a preguntarle algo a los enanos que miraban el reloj de la torre en un día de niebla y frío?  ¿Quién puede soportar al demonio en su hombro susurrando estas cosas a toda hora?



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