Cuenta la leyenda que hace muchos años,
tantos que nuestros bisabuelos aun eran niños,
una hermosa mujer que había llegado de España buscando mejor suerte en estas tierras, montó su negocio en una concurrida población
de la región. Pero su actividad era algo
particular; se dedicaba a leer las
líneas de las manos, a vaticinar el futuro con las cartas y a otra suerte de
artes prohibidas que poco a poco fueron llenando sus bolsillos de dinero, no contenta con esto, su lujosa casa se convirtió en un sitio de
parranda y desorden donde muchos jóvenes
perdían su inocencia y donde muchos señores olvidaban los votos de fidelidad que habían hecho el día de su matrimonio.
Una noche de invierno, cuando ya los años de hermosa juventud se le estaban
terminando, el señor don diablo llegó a su negocio y al parecer hizo un trato con la mujer, pero las cosas no se dieron como ella
suponía, posiblemente trató de engañar al señor del mal como lo hacía con sus
frecuentes clientes, y este, siendo el maestro del engaño no comió cuento y la
castigó por su insolencia. Una rara
enfermedad apareció en su piel, y a los pocos días la llevó a la muerte.
A su funeral nadie pudo asistir, pues de su
cuerpo se desprendió un olor insoportable y contaban algunos chismosos que se
asomaban por las ventanas que de su boca salían infinidad de murciélagos.
El cuerpo desapareció, la casa se derrumbó
y ella se transformó en un espectro; una
mujer de hermoso cuerpo que tras un velo
ocultaba un horrible rostro, cuya mayor
característica era una boca llena de innumerables colmillos con los cuales
podía devorar a hombres pendencieros e infieles y mujeres desordenadas y vulgares que tuviesen la mala
suerte de encontrarla en los solitarios
caminos entre poblados de la región en las horas previas a la media noche.