Cuando visitas a tus abuelos en las viejas
casonas del campo o en las vetustas casas de los pueblos, ¿alguna vez has
escuchado a altas horas de la noche, golpes de pequeñas piedras en el techo?
Si te ha ocurrido probablemente es porque
en algún momento fuiste de interés para el duende.
Cuenta la leyenda que este ser es de los
más antiguos sobre la tierra, al parecer pertenecía a las huestes angelicales que
se rebelaron contra Dios en el principio de los tiempos, pero a diferencia de
sus otros alados compañeros no se transformó en demonio sino en un curioso ser
con una extraña predilección por los bosques, principalmente los de guadua, por
los árboles con grandes raíces o los caminos solitarios.
Se le describe como un hombre que no supera
el medio metro de estatura, de nariz larga, orejas puntiagudas y cabello escaso
y desordenado, con una gran cabeza sobre la cual gusta lucir un enorme sombrero
de palmicha que parece cubrir todo su cuerpo, tiene manos largas y huesudas y
aquellos que han alcanzado a verlo refieren que sus pies están torcidos o
completamente al revés.
Tiene el poder de la invisibilidad, de la
metamorfosis, de volar, del dominio de
los elementos naturales y muchos otros que harían palidecer a un superhéroe, pero la mayoría de las veces solo los utiliza
para hacer travesuras porque
esencialmente es un espíritu burlón;
se divierte enredando la crin de los caballos o el cabello largo y
dorado de las mujeres jóvenes, disfruta
escondiendo cosas en los hogares que visita, y si esta de malas pulgas, formando
desorden por donde pasa. En ocasiones cuando siente que sus dominios han sido profanados
hace que los caminantes se desorienten y se pierdan en lo más profundo de las
selvas o los bosques.
Pero hay algo que enloquece a este
personaje: las mujeres jóvenes y hermosas próximas a casarse; cuando una de
ellas llega a una zona donde este ser tiene presencia, empieza a asediarla; la
roza con sus manos invisibles, se le aparece en los sueños y no pierde momento
para susurrarle cosas malas al oído, todo con el fin de que abandone a su
prometido y se escape con él a las profundidades del bosque. Si no es correspondido,
en las noches lanza multitud de piedras al techo de la casa donde se encuentre
la señorita, rompe vidrios y tumba los enseres, y algunos dicen que cuando se
pone agresivo puede llegar a morder a la asustada jovenzuela. En ocasiones también lanza piedras a las
casas desde los árboles cercanos cuando quiere asustar algún niño travieso o
simplemente cuando quiere que un niño salga a jugar con él.
Cuentan los abuelos que la mejor forma de
deshacerse de su presencia es tocando un
tiple en tonos muy altos, o teniendo cerca un cerdito, al parecer estos animales no son del agrado
del duende, y si esto no funciona, lo mejor es abandonar el
lugar y viajar a la ciudad, detesta las grandes urbes con sus edificios enormes,
el ruido de los carros y las gentes caminando a prisa en todo momento y en todo
lugar.
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