El mandingas
Dicen que el príncipe del mal, aburrido de
estar todo el día sentado en su trono, por allá en los confines del infierno, decidió un viernes por la noche abandonar su
puesto de trabajo y recorrer el mundo de los vivos para disfrutar de los
placeres prohibidos, esos mismos que tantos clientes le llevan a sus dominios.
Frente a un espejo mágico como los que
salen en los cuentos de hadas, se limó
sus cuernos hasta hacerlos casi imperceptibles,
se cortó sus largas uñas, se
afeitó la barba rala que cubría su prominente quijada y con mucho cuidado
recogió su delicada cola de tal manera que le quedara oculta en un pantalón.
Se vistió con sus mejores galas, y aprovechando
el tener todas las riquezas mundanas posibles,
emprendió su faena de parranda y jolgorio a lo largo y ancho de toda la
región.
Eso fue hace muchos años, pero según parece, el hecho de salir de
parranda le gustó tanto al señor de averno,
que desde entonces no desaprovecha ocasión para subir a la tierra y
hacer de las suyas en las fiestas tan frecuentes durante todo el año en el país.
Por eso las abuelas lo recuerdan recorriendo los caminos de
herradura montado sobre una briosa mula,
fumando un largo tabaco, con sombrero alón gigante y ropa de paño, visitando los pueblos en las fiestas
reales, gastando dinero a borbotones y
engatusando a los más desprevenidos.
Por eso también nuestros padres lo recuerdan cuando dicen haber
escuchado de él, apareciendo en la mitad de la noche en las discotecas de moda,
elegantemente vestido, apuesto, seductor y solitario, enamorando alguna
desprevenida jovencita, que luego de no escuchar la recomendación que él mismo
diera, viera sus pies no como los de
cualquier mortal, sino como dos negras y pulcras pezuñas con las cuales bailaba
como un trompito de madera.
Hoy en día casi no se sabe de él. Dicen los entendidos en el tema que evita las
multitudes por aquello de los celulares y las redes sociales, a pesar de ser el señor mandingas le queda
muy mal eso de aparecer como una nota o imagen viral que lo convierta en un
meme. Al parecer su última pasión son las apuestas, por lo que se le ve en compañía de tahúres
de dudosa reputación; ellos apostando su
alma por algunas monedas de oro, que con un malévola sonrisa el señor del mal
les deja ver con la promesa de riquezas a cambio de su obediencia en el más
allá.
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