Curiosamente me gusta la semana
santa; me gusta entrar a los templos
católicos y verlos repletos de gente mascullando oraciones de un lado para
otro, me gusta ver las imágenes de santos erguidas en sus caballetes y
engalanadas con flores y adornos de papel, me gusta el olor a incienso y el
vuelo de las golondrinas sobre los candelabros luminosos del techo. Cuando puedo pasar la semana santa en mi
pueblo, suelo salir en las noches en compañía de mi hijo a ver las procesiones
por las calles silenciosas, cuando puedo me uno a ellas y me dejo embriagar por
el susurro de voces que siguen una sola melodía grave y en ocasiones disonante,
al compás del sonido que dejan los pasos en el asfalto polvoriento, el llanto
ocasional de algún niño y el ladrido de los perros en las casas cercanas.
La semana santa me gusta porque me trae a la
memoria los tiempos de mi niñez, cuando junto a mis tíos abuelos, católicos a ultranza, los
acompañaba a cuanta ceremonia o evento religioso se realizara, para la mente de
aquel niño, aquello estaba lejos de las reflexiones teosóficas, cosmogónicas y
morales posteriores, ese solo era un lapso de tiempo en donde aquel mundo
vaporoso y mágico en el cual reposaba el
dios que me habían inculcado -un dios austero pero bondadoso- bajaba de su
espacio sin lugar y se diluía en cada figura de yeso, en cada cuadro pintado,
en cada flor de lirio y hoja de palma, en cada cantico y en cada oración
profesada por el sacerdote de turno. Por
suerte alcance a vivir aquel último coletazo de los tiempos que contaban los
abuelos en donde todo era prohibido, en donde todo lo que se sublevara contra
el rito de rigor sería debidamente castigado por el maligno, que como en
ninguna otra época, andaba más atento, merodeando por los ríos y las montañas a la
espera de los infractores. Creo que fui
de la última generación que aspiró aquel
humo de incienso que provocaba una extraña reacción en el cuerpo, que hacía que
la verga del hombre permaneciera pegada a la cúpula vaginal como perros
callejeros hasta la deshonra el viernes santo.