Próximamente se estrenara (o ya
se estrenó) la última superproducción del canal RCN, “sala de urgencias”, la
continuación de “a corazón abierto”, donde- me imagino- seguirá la historia de
nuestros estimados residentes del hospital universitaria Santa María, ya no
simples estudiantes hartos de hacer rotes de suturas y tactos rectales y
embriagarse cada dos días en un bar todo cuqui.
Ahora son médicos hechos y derechos, trabajando de sol a sol en quien
sabe que IPS de mala muerte, victimas
del perverso sistema de salud.
Nuevamente este tipo de series
nos pondrá contra la pared a todos los que de una u otra forma terminamos
alzando la mano y recitando el juramente hipocrático. Nuestras esposas (y
esposos) nos miraran con recelo cada noche que lleguemos a casa, pensando con quien
sabe cuántas bandidas vestidas con uniforme quirúrgico (de esos con los que usualmente
se ven a muchos haciendo mercado) nos habremos revolcado en ese supuesto turno que
acabamos de cumplir. Nuestros vecinos harán cuentas de los millones y millones
que mensualmente devengamos, luego de hacer nada, y que ojala la Dian nos joda
todo lo que pueda. Nuestros amigos
estarán prestos a preguntarnos si también nosotros sacamos corazones, hígados y
riñones, diagnosticamos síndromes inmuno
cardio torácicos con aparatos láser, suturamos heridas de borrachos, arreglamos
huesos sin anestesia, vacunamos niños mocosos, le tomamos la tensión a viejitos
neuróticos, atendemos consulta prepagada, reanimamos cinco paciente en paro y
claro…nos echamos a la muela la enfermera buenona que nos sigue a todo lado,
todo eso en un mismo día. Y por último
las señoras amas de casa y ancianitas, papel y lápiz en mano prestas a apuntar
cuanta enfermedad salga en este programa para preguntar en la próxima cita médica
si ellas no tendrán eso y de por qué no sería mejor si les ordenáramos unas gammagrafías
por si las moscas.
Ya hubiese querido yo tener como
compañeras de equipo a una Verónica
Orozco, Carolina Gómez, Natalia Duran o Carolina Guerra y que estas se tomaran unos cuantos cócteles cada noche
pos turno y se prestaran para cuanta cochinada se le ocurriera a uno,
pero no,
la vida quiso que las bonitas ni me distinguieran y las feas igual, que no
tomara coctel sino cerveza águila en la
esquina de la facultad con los compañeros de rote de siempre y que recibiera turno en el constantemente
en remodelación hospital universitario
de Neiva, al lado de enfermeras en vísperas de pensión y docentes atentos a
cuanta estupidez saliera de nuestra boca para asignar su respectivo turno de
castigo.
Pero no vine a escribir sobre
esto, solo quería dar un preámbulo para recordar esos viejos compañeros de
aventuras, principalmente de los
primeros semestres de medicina; los encuadernados,
voluminosos y pesados tratados de anatomía.
La morfología fue, es y será una
de las materias de miedo a las que todo estudiante de salud tendrá que
enfrentar. Algunos ansiosos y otros
temerosos ante el primer día de
encuentro con su cadáver de práctica, en el salón impregnado de formol llamado
anfiteatro, donde luego de vencer el morbo natural, uno terminará encariñándose (u odiando) a su instrumento de
estudio. (Recuerdo a cristabolina, la
ancianita que se pensionó en nuestro semestre, tan pequeña y tan estudiada, con
su aroma característico, que finalmente se volatilizó un día cualquiera o
simplemente terminó donde terminan todos los cuerpos no utilizables). Durante días y días (principalmente los que
repetimos) estuvimos frente a aquellos NN que muy a su disgusto terminaron en
nuestras manos para que les disecáramos cada vena, cada arteria, cada nervio y
linfático y los pintáramos pulcramente de azul, rojo, amarillo y blanco. Ellos formaron parte de nuestra vida, algunas
de sus partes nos acompañaron a casa y su
aroma fue nuestra colonia por todo aquel semestre (todo secundiparo de medicina
inevitablemente huele a formol) y para guiarnos en tan noble labor, teníamos a nuestra mano aquellos sacros libros
de anatomía, la biblia del estudiante.
En mis épocas, el libro de cabecera era la anatomía de Moore,
de forro azul, con dibujitos a color y fotos con imágenes de piezas anatómicas
pulcramente disecadas; en sus hojas un
cuerpo era una obra de arte, algo visualmente agradable, elegante y para
completar sencillo, nada parecido a los
órganos y miembros llenos de grasa y como diría mi abuela “ñervos” que no
dejaban distinguir nada de nada.
Seguía la anatomía de Gardner, a blanco y negro, portátil y cómoda cual edición
de bolsillo, no tan fácilmente
descriptiva como la Moore, pero con la ventaja de sus apuntes radiológicos
clínicos que siempre aparecían en los
parciales.
Continuaba la inquietante
anatomía de Latarget en sus
multifacéticos tomos, meticulosamente descriptiva, con imágenes a color tan
complicadas como sus descripciones, intercalando los nombres castizos por sus
originales latinos, trastornando las
leyes de la física para que lo lateral superior externo dejara de estar al lado
que estábamos acostumbrados a tenerlo y pasara al otro, donde lo de abajo ya no
estaba abajo ni lo de arriaba arriba.
Ese era un libro para promedios de 4.2 en adelante.
Perdida en un oscuro estante de
la biblioteca, junto a libros de inmunología
que aun especulaban sobre la función del eosinofilo, estaba la reverenciable anatomía de Testut,
con sus páginas amarillas de olor a pergamino antiguo, formando una muralla de
conocimiento en sus no sé cuántos tomos, pétrea, sacrosanta, con sus dibujos a
mano en tinta negra y a color, su latín
fluido, y probablemente algo de griego en algún lado y dos o tres jeroglíficos
egipcios perdidos en sus hojas. Más que un libro de estudio era un grimorio, y
todo aquel que en su ignorancia se atreviese a leerla pagaría caro aquel
sacrilegio, lo digo por experiencia,
ante la escases de libros en días previos a un parcial, a lo único que pude
echar mano fue a estos dinosaurios morfológicos, podría jurar que estaba
leyendo la descripción de una momia extraterrestre hallada en las ruinas
babilonias. El resultado del examen era
de esperar.
También estaban los atlas de
Sobotta y Netter, que servían de material de apoyo visual ante los libros
anteriores y corroboraban que lo que leíamos era lo que pensábamos que era, así el cuerpo frio sobre la mesa nos
demostrara lo contrario
Y por último y solo utilizable en
caso de extrema urgencia, el atlas visual del tiempo, libro que en los primeros
días del semestre, junto a un amigo, buscamos por si era de utilidad y del cual
solo rescatamos la rubia que servía de portada, que de común acuerdo concluimos que estaba
bien buena.
Ojala que en algunos de los
nuevos capítulos de esta serie de galenos criollos, aparezca alguna referencia
de estos monstruos del conocimiento médico,
ante tanto esperpento y truculencia sería justo y necesario.
y por ultimo, y por políticas de la mesa directiva de latecleadera, agradezco cualquier "me gusta" "like" o comentario que dejen por estos lares, y si no les gusta... también.
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