Hace unas noches
soñé con el diablo. Me encontraba
en la casa vieja del pueblo, en escenarios completamente oníricos, entre
planicies inmensas y bosques merodeadores bañados por la luz de la luna llena parcialmente
cubierta de nubes; una luz de medianoche, una luz de perros en silencio y
grillos indiscretos, en un lapso de tiempo que bien podrían ser las horas
previas al eterno preámbulo del
amanecer, cuando las estrellas preparan su incipiente agonía y el tremor de los
rayos solares aun ajenos pero si inminentes anuncian su llegada.
Por terroríficas y mundanas
razones que no van al caso, mi yo imaginario había decidido subir al techo de
la casa, buscando con rabia aquello que de forma silente
acechaba mi familia durmiente y no daba tranquilidad a su descanso. De pie sobre las viejas láminas de zinc lo
vi. En un principio como algo difuso,
enmascarado en el fondo silvestre que se extendía tras él. Mis ojos algo encandilados por la luz cetrina
que desprendía el astro de la noche, solo
lograron distinguir su forma cuando los nubarrones pasajeros descubrieron la
cara de Selene y su brillo de misterio cayó sobre nosotros. Era un figura alta, desgarbada, encorvada,
piernas flacas con extrañas incongruencias anatómicas, brazos que llegaban
hasta sus rodillas y de los cuales unas manos estilizadas y con garras se
aferraban al aire, una cola serpenteante bailaba al compás de las melodías de
los grillos y una sombra sobre su espalda -bien podrían ser sus alas o una capa
cubriendo su desnudo cuerpo- se movía al
antojo de la brisa nocturna. Su cuerpo
no era de color negro, era oscuro, y al
notar mi presencia giró su cornuda cabeza
hacia mí. No existía una cara,
solo había un agujero de tinieblas delimitado en una fileña silueta, dos brasas
ardientes hacían las veces de ojos y
desde ellos me lanzó una mirada mezcla de odio, sorpresa y finalmente
indiferencia. Fue una situación
semejante a cuando se sorprende un gato
en el tejado y este planta su mirada ante la nuestra instantes previos a
escapar. De igual forma, este ser, el
señor del mal, tal vez buscando un instante de silencio, un momento de soledad
o simplemente molesto por la presencia de un simple mortal, decidió
desvanecer su presencia en los sonidos,
aromas y visiones que la noche carga y raudo como un ventarrón se abalanzó
sobre los techos de las casas vecinas para perderse finalmente en los bosques
lejanos. Yo me quede allí,
perplejo, había visto al mismísimo
diablo y vivía para contarlo. Luego
desperté.
Muchos podrían considerar esto una
pesadilla, yo no, para mi había sido un sueño raro. ¿Quién era ese ser? – Obvio, el diablo- me
respondí. Pero ¿Quién es el diablo?
Tratar de dar una personalidad
específica a este personaje es una empresa
difícil y casi que imposible;
odiado por unos, amado por otros, temido por muchos e ignorado por otros
tantos, sobre el recayó todo aquello que
la humanidad desechó, todo aquello de lo que se siente avergonzada; fue la segunda pesa en la balanza del universo
dual de los hombres y la excusa perfecta para justificar todas sus
irracionalidades.
Pretender explicarlo inevitablemente
llevara a derroteros metafísicos, cabalísticos, esotéricos, psicológicos y
hasta sociales, y sobre temas tan espinosos que divaguen los que saben, yo me
limitare a buscar el rastro de mi diablo personal, el diablo del tejado.
Al parecer nuestro anoréxico
amigo tuvo sus inicios en la región
mesopotámica, por allá en los años 7000 a.c, cuando su figura se diluía
entre la infinidad de divinidades sumerias, acadias y caldeas. Estas formaban parte de la trinidad cósmica:
lo de arriba, lo del medio y lo de abajo, y en cada uno de los niveles, estos
seres protodemoniacos tenían su espacio de acción. ¿Y de dónde venían ellos?
tal vez de la explicación mágica que dieran los hombres a los fenómenos
naturales que los acechaban a cada paso, y principalmente al suceso que marcaría la diferencia entre el hombre y el
animal, la conciencia de la muerte.
Luego sería necesario enmarcar dichas ideas en una historia coherente,
algo que diese sentido a la explicación primigenia, y nacería la religión.
Antes de la tierra, cuando todo
se tramaba en el campo celestial, el señor de todo lo creado ya tenía a su
alrededor su hueste de sirvientes, todos ellos luminosos y poderosos: ángeles,
arcángeles, principados, potestades, virtudes, dominaciones, tronos, querubines
y serafines. Luego de una deífica semana, algo monótona, el Señor decidió matar el
tedio creando la tierra y cuanto bicho andase sobre ella. Al final de una ardua jornada de trabajo llegó
exhausto a casa y mientras se quitaba sus zapatos tomó algo del barro que había
recogido en sus suelas, empezó a jugar con el haciendo bolitas y palitos,
estornudo y ¡santa madre! nació el primer hombre. Dios impresionado por esta improvisada
creación, y haciendo uso de su conocido sentido del humor, convocó a todos sus
sirvientes y en tono socarrón se los presentó; ahí tenían a el hombre, mitad
animal mitad ser celestial y solicitó se arrodillasen ante él. Muchos que conocían el genio cambiante
del patrón y acostumbrados a sus ataques
de locura le siguieron la corriente, excepto Lucifer o Luzbel o siendo más exacto Iblis, quien era el encargado de las artes y la
música celestial, aparte de ser el más apuesto de todos los presentes y según
algunos el más poderoso. (El nombre lucifer derivo de un juego de palabras de
una de las muchas traducciones de libros
bíblicos al latín cerca del siglo V dc. en un principio todos estos seres
celestiales eran a su vez luceros, astros,
luces estelares sempiternas e inexplicables, de ahí su nombre Luzbel o
lucifer -el portador de luz o quien lleva la luz-) Para él esa bromita ya se
estaba pasando de la raya y se lo hizo
saber al Creador. Este que no gustaba que
le llevasen la contraria entró en cólera y lo desterró del reino celestial.
Lucifer orgulloso hasta el
tuétano, prefirió el destierro a la humillación, y bajó a la tierra a hacer de las suyas.(es
en este punto donde al parecer se transforma en Satanás, el enemigo, el
rebelde, el revolucionario, sin que haya que confundirlo con un satán que
vendría siendo como un acusador, aunque algunos afirman que Lucifer y Satanás
son dos entes distintos, el primero un
concepto o principio del mal y el ultimo un demonio sanguinario y cruel) Y vaya sorpresa cuando se encontró con la
primera pareja de humanos, Adán y
Lilith, (esta fue la primera mujer de Adán,
hecha del mismo barro y por lo
tanto con los mismos derechos.)
Aprovechó los problemas maritales que surgieron entre estos, (Lilith fue
la primera feminista, cada vez que tenía relaciones con Adán le increpaba
el por qué tenía que quedar ella debajo
si ambos habían sido hechos de la misma materia, y como este no cedía, no se dejó subordinar más, lo mando al carajo, pronuncio el nombre
secreto de Dios, se convirtió en espíritu y se fue del paraíso (si hubiese
tenido madre habría dicho “me voy para
donde mi mamá, y no me busque”) en los
terrenos áridos fuera del edén se encontró con el maligno, Satanás o mejor
dicho, Samael, la serpiente; este, como la canción- la vio bien buena- y ella
despechada … como el dicho: el solo, yo sola, la casa sola… de esta unión al mejor estilo de los conejos, nacieron infinidad de demonios,
que posteriormente Dios se encargaría de aniquilar. Adán aparte de solo, cornudo, se quejó ante
el creador, este le dio 100 mg de propofol, 5 mg de midazolan y 300 mg de tiopental. Con un bisturí N° 20 hizo una incisión medio
lateral izquierda, y a punta de gubia y sierra de gigli le sacó una costilla,
cerró con vicryl 2.0 y prolene 3 -0, lo dejó al cuidado de unas bestias salvajes
pero inteligentes (pues tenían
conocimientos médicos para la recuperación) y en su taller celestial
con segueta y martillo formó a
Eva. Espero que Adán despertara y se la
dejó al lado -aquí te entrego la Mujer, moldeada de tu costilla- hay que decir que Dios todo lo hace bien, de
modo que ya se pueden imaginar a Eva, y ni que decir Adán, que algo adolorido
ya estaba pensando que hacer para que en los trotes amatorios no se le
reventaran los puntos, y es más, algunos textos dicen que si con una costillita
pequeñita había salido tremenda mujer, que no podría hacer el Señor con las
restantes 24, tenía pensado negociar con
el creador para su próximo cumpleaños a que intentara sacarle otros cuantos
huesos que no eran absolutamente
indispensables, pero las cosas no salieron como él quiso. Esta es una de las razones teológicas de la
infidelidad masculina, aun cargamos la culpa de las ideaciones eróticas de
Adán.
Volviendo al cuento, cuando el
maligno, que por ahora llamaremos la serpiente Samael, que muy al estilo de rin
rin renacuajo, andaba lo mas de
arreglado, caminaba y tenía manos (solía estar tentando aquí y allá) engañó a
Eva e hizo que la pareja fuera desterrada del paraíso. En este punto la cosa vuelve y se complica, Samael no
contento con ver la pareja
desterrada, decide hacer uso de
sus poderes y vuelve y concreta una cita con la Eva, que por muy desterrada que
estuviese y con las hojitas de parra cubriendo sus partes nobles cada día
estaba más sexy. Este la sedujo y de su unión nació Caín (o al
menos eso cuentan las malas lenguas) Abel nacería de la reconciliación de Adán
y Eva y pues ya sabemos en qué termino el cuento. Pasaron generaciones y la serpiente, ya animal rastrero, seguía haciendo de las
suyas, instituyó la envidia, el odio, el
asesinato y más. Siglos después, el
señor de los cielos dejó la creación al
cuidado de un grupo de seres
celestiales, decidió que también tenía que actuar en las altas esferas. Estos seres eran los encargados de velar
para que las estrellas siguieran su rumbo, el sol y la luna aparecieran cuando
tocaba, los vientos corrieran por donde era, en fin, labores domésticas. Nuestro perverso personaje, como recuerdan había sido uno de los más
bellos y por ende sabia de las artes de la belleza y la moda; tomó unas cuantas mujeres, les rasuró las axilas, les dejó el afro (la
moda lampiña es de estos tiempos) insufló sus pechos a una talla 36 b, moldeo
caderas, corrigió sonrisas y les enseñó
a estas señoritas el arte de la seducción y el glamour. Los vigilantes del
cielo, llamados de ahora en adelante
egregores, vieron estas chicas y por
algún desconocido mecanismo sintieron deseo sexual (eran solo espíritu, que se
les paró es un misterio) y 200 de ellos bajaron a la tierra y se unieron con
ellas (¿Cómo?, ni idea, una posible teoría seria la hipercondensacion del aire
circundante del espectro, junto a una dislocación cuántico gravitatoria de los
bosones angelicales) copularon y copularon y de esta orgia fantasmo paradójica
nacieron los nefilim, gigantes caníbales y brutales.
Dios cuando regresó se quedó
aterrado por lo que veía, se puso la mano en la cara y se dijo que quien lo
había mandado a jugar con barrito y más porquerías, que eso le pasaba por
dárselas de artista, que el verraco de Lucifer tenía razón y que ahora este
mismo hijuemadre le estaba volviendo la vida un ocho. Se armó la de Troya en el cielo, los
egregores fueron capturados junto con la serpiente (aunque parece que esta
recibió indulto o se escapó) y arrojados
a un abismo en espera del juicio final.
A los nefilim decidió ahogarlos a
todos, junto con todas las creaturas de la tierra, pero como el Señor es
misericordioso, decidió salvar una pareja de cada especie. Llamó a un tipo de nombre Noé, le costeó la
carrera de arquitectura e ingeniería civil, una vez graduado lo mandó a
construir un arca, empaco cuanto animal cabía, y desato el diluvio. En esta catástrofe murieron los gigantes,
además de los dinosaurios, y cerca de unos cuantos millones de especies que Noé
no alcanzo a recoger –los designios del señor son inescrutables-
De toda esta masacre quedaron las almas
de los gigantes bastardos,
entes llenos de odio y venganza,
merodeando por todos los rincones de la tierra; acababan de nacer las legiones
de espíritus malignos.
De modo que hasta aquí quedamos
con: Samael por un lado con su sequito de ángeles leales (no se fue del cielo solo, el como todo buen
líder tenía sus adeptos; entre los más
representativos estarían Asmodeo demonio
de la lujuria, en ocasiones esposo de
Lilith en otras uno de sus hijos, y según chismes de la negra candela padre del
mago Merlín. Amon, el demonio vidente,
que ve el pasado y el futuro, probablemente una deformación del dios
egipcio Amón. Astaroth el fétido, como su nombre lo indica olía a feo,
posiblemente porque era el demonio de la
pereza, la vanidad, la codicia y la economía algo así como un político en
campaña, una posible deformación de la
diosa fenicia Astarté o Ishtar. Belcebú, el dios de las moscas, una macabra
degradación del dios filisteo del trueno y la lluvia Baal. (El Thor
filisteo). Belial el corrupto,
personificación del orgullo y la arrogancia.
Mastema el ángel exterminador, el sicario de Dios, el homicida por
excelencia. Mammon el demonio de la codicia o más exactamente la codicia como
tal. El leviatán, el dragón marino, otro de los inventos de
Dios en sus ratos de ocio.
Por otro lado tenemos a los
egregores o ángeles vigilantes que fueron encarcelados en el abismo hasta el
día del juicio.
Los espíritus de los
nefilim, hijos de los egregores y las
mujeres humanas prediluvianas.
Los hijos de Lilith la primera
esposa de Adán, y por ultimo algo que se me escapaba, las almas de los muertos
que yacían en el inframundo, reino en un principio de las diosas primitivas de
la fertilidad y la noche, el cual solo
era un sitio de espera, para después ir evolucionando a un reino de penumbra y
castigo que sería territorio y potestad del maligno en sus distintas
representaciones.
Durante algún tiempo el señor del
mal mantuvo un bajo perfil, aunque sus obras e influencias siempre estaban a la
orden del día: enfermedades incurables, pestes arrasadoras, la muerte
indiscriminada, reinos de injusticia, venganzas, envidias, temores. Todo
aquello que formaba parte de ese aspecto
inconfesable del humano, fue achacado
a los dioses primitivos, el hombre
astuto como siempre expiaba sus culpas y
responsabilidades en el señor del mal.
Curiosamente el maligno nunca fue
tan poderoso como lo consideramos hoy, por encima del rey celestial nadie estaba,
y en algunos momentos formó parte de la burocracia divina, su labor se centró
en los trabajos sucios, se convirtió en el acusador, en el fiscal divino, literalmente era el satán (acusador o enemigo)
de los hombres, quien les buscaba la caída, y le demostraba día tras día a su
señor que nosotros no éramos ninguna
perita en salsa.
Los siglos pasaron y los humanos
se extendieron a lo largo del mundo, mezclaron sus culturas, nacieron
civilizaciones y Samael, la serpiente, Satanás o Lucifer se amoldaron a ellas.
Bastante había hecho por la humanidad. Junto a los ángeles vigilantes había formado parte de la asociación de
entidades espirituales civilizadoras y culturizadoras, algo así como un cruce
entre el SENA y Colciencias. A los hombres les enseñó el arte de la
metalurgia, algo de minería, algo de literatura, algo de óptica, algo de química, algo de
moda, algo de medicina, algo de magia, algo de adivinación en fin algo de todo.
Y ya estaba harto de que lo dejaran a un lado, en el puesto de un simple
demonillo sin trascendencia, un macho cabrío cualquiera retozando en los
bosques, espíritu de las cosechas o la
fertilidad o flautista afeminado. El
merecía mucho más, esos insignificantes mortales debían postrarse ante su
poder. Y retomando los viejos aires
mesopotámicos cuando los espíritus o
dioses eran representados como
imponentes toros alados, empezó a
fraguar su próxima presentación. No
tuvo que esperar mucho, un pueblo de locos diseminaba sus ideas por el medio
oriente protegidos por su antiguo señor, el cual le había dado la espalda, se
había tornado mezquino y en ocasiones tan letal como él (o más). Ya no quería
ser más su satán, quería de nuevo ser Satanás.
Y llegó el momento que tanto había esperado, en una extraña paradoja, su
enemigo (Dios) se rebajó a la condición humana, en una noche de desértico verano se acercó a él y le propuso un
negocio, de antemano sabía que no lo iba a aceptar, pero quería conocer esa nueva condición de la
divinidad, había pasado cuarenta días a
su espera y seguía siendo el mismo viejo incomprensible e impredecible de
antaño. Lo dejó a su suerte, lo que había visto le causo agrado, había llegado su venganza.
El cristianismo nació, se extendió por el medio oriente y el mediterráneo y se
afianzó como la religión oficial del imperio dominante, un imperio de política, dinero y poder,
curiosamente ideas estas que eran atributos
de muchos de sus leales súbditos.
El imperio en su afán de riqueza anatemizo todo aquello que fuese en su
contra, en un solo saco arrojó todos los pequeños dioses y espíritus de la
naturaleza- benévolos y malévolos- los
grandes dioses del pasado fueron rebajados a cuentos infantiles, y sus poderes
disueltos en el aire. El nuevo rey tomó
lo que quiso de ellos, cubrió su cuerpo maltrecho con túnicas de oro y
entronizó la cruz sobre un pedestal de dinero y armas. El maligno sonrió, que
tonto había sido Dios, se había rebajado a la condición humana, y él, desde los
inicios de los tiempos le había estado advirtiendo de la fragilidad de los
mortales, pero Dios era un viejo terco y
loco, y hacia lo que quería, y sin pensarlo, (o tal vez pensándolo muy bien) le
había dado la oportunidad de reclamar lo suyo, y no la desaprovecharía. Después del siglo III dejó de ser satán el
acusador y se convirtió en el griego diábolo el difamador, aunque
sabía que guardaba más semejanza con el deiwos, tan semejante al theos o deus con el cual calificarían a su enemigo,
y latinizándolo, sería el diablo: el
señor del mal, el príncipe de las tinieblas, el rey del inframundo, el ínferos,
el infierno, tal como lo postulaba el zoroastrismo y el maniqueísmo, él era la contraparte del
creador, la otra cara de la moneda, la igualdad de la ecuación cósmica. Él era el mal, la muerte y la destrucción, y aunque
parecía que el dios único aún conservaba su antiguo poder, que probablemente el
fuese su creador (la pérdida de la memoria podría ser una de las consecuencias
del aniquilamiento de su pasado) ahora había sido entronizado como el príncipe
del mundo, la Tierra era suya, y se
ensañaría con sus creaturas preferidas.
En este punto ya no quiso ser más
una serpiente parlanchina, tampoco el galán de
los años primigenios; adquirió
las cualidades de todos aquellos dioses, duendes, espíritus y temores que hasta
ese momento habían poblado la tierra.
Abandonó su estampa de toro majestuoso y optó por una figura más caprina, sus cuernos se convirtieron en su corona, las viejas alas
emplumadas y sobrias entraron en otoño quedando dos arabescos de murciélago, la
cola de felino terminada en serpientes broto de su trasero, cubrió de oscuridad su cuerpo, sus manos
transformadas en garras, sus pies en
pezuñas, quiso ser la amalgama de todos
los dioses del pasado, quiso al mejor estilo de su nuevo gran
enemigo ser único, y haciendo uso de su poder ancestral y
primigenio, absorbió todos los atributos de su entorno, alargó su verga para ser el señor de la
fertilidad, afianzó su tridente señal del poder sobre los mares, el vino y la
riqueza fluyeron bajo su sombra, dador de pestes y hambrunas, amo de la suerte,
desencadenante de la tormenta, y en su grotesca figura descendió a las
profundidades de la tierra, hogar de las almas de los muertos, y en ella
construyó su reino, señor del averno, regente del inferno, juez y verdugo de
las almas impías que habían sido olvidadas por su dios. Ya tenía su ejército, ya tenía su reino, ya
tenía su poder. Que gracioso, la misma
obra que el creador en su condición humana había institucionalizado lo había
entronizado como señor del mal, como antítesis del creador, como el enemigo
máximo. Nuevamente había torcido los
proyectos de su señor.
Aunque no tenía el don de la omnipresencia, ideo el mecanismo
para estar en casi todo lado, diluyó su ser en las múltiples creaturas que lo
habían acompañado, y el mejor vehículo que pudo encontrar fue la misma mente de
los humanos, aquella que con tanto ahínco había cultivado en los principios de
la creación, aquella que Dios había mostrado en el momento de la jugarreta,
cuando puso ante si aquel monigote de barro.
Él, como el mayor de los seres
celestiales había comprendido su naturaleza y por ello había preferido el
destierro a su subordinación, en ese
momento lo había entendido todo, y ahora, cuando las circunstancias lo había llevado
a aquel desenlace, utilizó aquel conocimiento para ser casi semejante a Dios,
ubicuo y omnipresente, en cada mente de
cada humano, en lo más recóndito de esos seres
había sembrado su semilla, aquello que ellos llamaban
indiscriminadamente mal; su idea, su
esencia, la rebelión en su estado puro, la no aceptación del orden
creador. Así fue como se convirtió en
venganza y sortilegio, en rabia y fuego, en pasión y abundancia, en duda y
razón. Luego decidió recorrer de nuevo la superficie de la
tierra. Ya desecha su figura primordial, tomó prestada la envoltura de sus
súbditos, y bien pudo ser la tormenta que azotaba las cosechas, el fuego que
consumía las aldeas, el filo de la espada del conquistador, la bestia alada que
aullaba en la noche, el incubo que violentaba
esposas insatisfechas o el súcubo de jovencitos solitarios, disfruto los aquelarres orgiásticos al amparo
de la luna llena, mientras sus devotas le besaban su culo. Bebió la sangre que
le ofrendaban sus discípulos aristócratas en busca de la eterna juventud,
repasó y corrigió cada texto y letra de los eruditos bajo la luz de una vela, y
finalmente, en el colmo de la banalidad se convirtió en canción entre luces y
guitarras estridentes. Igual que importaba, él era el señor de la tierra.
Una de las mejores referencias de
este ser, puede ser tomada de la cosmogonía Tolkiana, cuando Hurin es llevado
prisionero ante el trono de Morgoth: “yo soy el rey mayor: Melkor, el primero y
más poderoso de todos los Valar, que fue antes que el mundo y lo creó. La
sombra de mis designios se extiende sobre Arda y todo lo que hay en ella cede lenta e inexorablemente
ante mi voluntad. Y a todos los que tú ames, mi pensamiento los cubrirá como
una nube fatídica, y los envolverá en oscuridad y desesperanza. Dondequiera que
vayan, el mal le saldrá al encuentro. Cada vez que hablen, sus palabras
provocaran malentendidos, todo lo que hagan se volverá contra ellos. Morirán
sin esperanza, maldiciendo a la vez la vida y la muerte” (los hijos de Hurin- J.R.R Tolkien) aquí la
maldición que profesa el Valar no pretende
ser una invocación o un clamor ante un poder superior, sino que él,
pretende provocar la ruina de su enemigo mediante la fuerza de su propia
voluntad.
¿Y dónde quedo mi diablo del
tejado?
Este solo fue uno de los tantos
que nacieron bajo el ardiente sol tropical americano. Fue el demonio que sobrevivió a las naos de
los negreros, que a diferencia del etéreo diablo bíblico y medieval, si poseía
cuerpo y en su cuerpo un corazón fuerte que palpitaba al ritmo de los
tambores. Fue el diablo que sobrevivió
a la viruela y a los perros caníbales de los españoles, el diablo que se bañaba
en oro, y proveía abundantes cosechas de maíz y papa, el que no exigía sangre
de vírgenes y niños sino festivales y orgías de chicha. Fue el diablo letárgico, el que evitó la
filosofía raicera de los eruditos
milenarios y opto por andar día y noche por los caminos reales y de herradura,
sobre un rocín negro, en compañía de un perro de fuego, lavando sus mulas en los ríos correntosos de
las montañas y valles andinos en los
días santos, para luego dejarlas ejercer su antiquísima profesión de putas de
feria en los caseríos dispersos.
Curiosamente, su antiguo enemigo,
después de desembarcar en las costas de América, decidió enclaustrarse en sobrias
edificaciones de piedra y adobe, aletargado por el aroma del incienso y
obnubilado por las luces de las multitudinarias velas y cirios, dejando sus criaturas a la deriva. Nunca comprendería su antiguo señor y su
extraño sentido del humor negro y la ironía.
De modo que tratando de dar un poco de orden a tanto caos, optó por
implementar una incongruencia ideológica,
se convirtió en el castigador de las malas acciones, en el ejecutor de
las condenas sacras. De suceso en
suceso, de aparición en aparición, de relato en relato, se convirtió en leyenda
y de leyenda se convirtió en guardián, guardián de las buenas costumbres; todo campesino libertino y adultero
terminaría raptado a mitad de la noche, en los caminos solitarios mientras
regresaba a su abandonado lecho marital, elevado por los aires, arañado por
todos lados, congelado con risotadas de búho para que aprendiera que nunca
debería traicionar a su mujer. Al
borrachín gustaba clavarle sus uñas y
mostrarle sus filudos dientes sentado en
la gualdrapa de la silla de montar,
a tal punto que la beodez se fuera al piso y entre plegarias y letanías
jurase nunca más tomar licor. A aquel jinete que osara cabalgar en semana santa
lo retaba a duelo, que de antemano ya lo sabía ganado, y lo desperdigaba en las
selvas y llanuras vírgenes para nunca ser encontrado. Finalmente decidió dejarse ver como un
gigante pulcramente vestido, con sombrero alón que tapase su rostro, siempre
fumando un grueso tabaco, apostado sobre cualquier esquina, a altas horas de la noche, en calles solitarias
a la espera de algún infractor, y cuando no había nada que hacer simplemente
optaba por entrar a las discotecas,
galante como en sus inicios, coqueto y conquistador, para finalmente
dejar ver sus pezuñas y desvanecerse en una nube de azufre.
Tal vez simplemente quiso
nuevamente torcer los caminos de su contrincante y hacer lo que se supondría no
debería hacer. El mal, como era de
esperarse nunca desapareció, ese trabajo ya se había resuelto, era algo propio
de la naturaleza humana. Y fue este
diablo, el diablo tropical, el que está en los picaportes de las puertas de
madera de las casas viejas, el que
estuvo aquella noche onírica sobre mi tejado, viendo el horizonte,
preguntándose qué nueva artimaña tendría que ingeniar para complicarle la vida
a su contendiente, mientras llega el día tan anhelado del encuentro fatal. Ese demonio escueto, el rebelde ancestral,
era el lar de mi casa, mi diablo personal.
por ultimo, y por políticas de la mesa directiva de latecleadera, agradezco cualquier "me gusta" "like" o comentario que dejen por estos lares, y si no les gusta... también.
Comentario de un humilde desconocido de la Internet...Excelente...excelentísimo...me encantó...que manera tan monstruosa de escribir y describir. Gracias por compartir su talento.
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