Nunca había visto un agujero
negro en el cine, y fue por ello -desconociendo absolutamente todo lo
demás de la película- que estaba a la
espera de su llegada a la cartelera; después me entere que era la nueva obra
de Christopher Nolan, el mismo que había reivindicado la imagen de Batman,
devolviendo la dignidad pisoteada por tantas interpretaciones chillonas del
superhéroe, y del mismo Nolan que había sacado a Inception,
el ladrón de sueños en el cual se convirtió Leonardo di caprio luego de
ahogarse en el océano entre los restos del Titanic.
A mi corto parecer la película es
el antiguo y universitario arte de copiar y pegar llevado a la perfección, una armónica
amalgama de cintas previas de ciencia
ficción, y es precisamente por esto que la considero una de las mejores
películas de ciencia ficción. Su falta de originalidad permitió que tomase lo
mejor de otras y creara una obra maestra. Sin renegar de ellas, ya era hora que
apareciera algo diferente a las historias moralistas, con su organigrama de
corte militar estadounidense propio de
Star Wars, Star Trek o los Guardianes de la Galaxia. Ya no más confederaciones,
senadores, imperios y comerciantes intergalácticos.