Si algo tenemos de particular todos aquellos que nacimos a finales de los 70s y principios de los 80s, es la inmensa ingenuidad en nuestra niñez y unos pocos años después. Llegamos en ese periodo de transición en donde no alcanzamos el régimen autoritario que nuestros abuelos aplicaron a nuestros padres, tampoco experimentamos ese frenesí cósmico libertino en el cual si se sumergieron nuestro padres (y del cual salimos) y no recibimos en nuestras manos infantiles las maravillas de la tecnología y el nuevo despertar que trajo la década de los noventas y el nuevo siglo (creo que los charlatanes llaman a esto la era de acuario). Somos modelos ochenteros o setenteros tardíos, hijos de una década que se caracterizó por ser un punto de empalme, de algo que unió dos etapas importantes; solo eso, el clip, cuerda, gancho, colbon o engrudo que pegó lo mejor que otros si tuvieron.
Y en esos años de paradisiaco estupor hubo algo que amoldó nuestros pensamientos, nuestros sueños, nuestra percepción del mundo y nuestra comprensión de la realidad. La series de tv.
Venían adecuadamente dosificadas en espacio de media hora los días de entresemana en las tardes, o de una hora los sábados y domingos. estaban diseñadas en una inalterable estructura; primero el intro, tan esencial como la misma serie, a tal punto que no ver el intro era casi como no ver el programa completo, luego una toma general de la ciudad en donde se ubicaba él o los protagonistas mientras se colgaban los últimos “starring” para continuar con la presentación de la situación problema, la posterior exposición de este al protagonista, los entuertos en los cuales se veía inmerso, para terminar en una salida premedita, fotográfica, algo traída de los cabellos, en la cual siempre salía victorioso; todo finalizaba en una escena en la que nuestro héroe besaba una chica o reía junto a ella en cualquier lugar palaciego. Y nuevamente el tema musical que daba por terminado el capítulo. Y así pasaban los días y las semanas y los años, viendo la misma escena en diferentes colores, apagando la tele, tranquilos porque el orden universal no había sido alterado, el equilibrio cósmico continuaba.
¿Y cuales fueron las series que marcaron nuestra temprana niñez y adolescencia? Aquí van algunas (no vienen en orden cronológico, ni están todas las que deberían estar)
- Macgyver
Serie creada en 1985, la dieron en varias épocas, pero la más relevante fue la transmitida en el canal uno, gracias a Jorge Barón de 6 a 6:30 de la tarde de lunes a viernes.
Angus Macgyver, interpretado por el carismático Richard Deán Anderson era un muchachote treintañero licenciado en ciencias físicas y ex corredor de autos de carreras que trabajaba como agente de la fundación fénix (una agencia parecida al FBI pero de buenas intenciones) que con una navaja y mucho ingenio desarmaba bombas atómicas y armaba cohetes espaciales. Recorría el mundo truncando planes malévolos de cuanto loco existiese en el poder. Al parecer nunca mato a nadie, tenía un archienemigo llamado Murdoc y tuvo un hijo de una de sus múltiples conquistas en algún capitulo perdido. Este hombre fue el patrono de los rebuscadores e improvisadores, el dios lar de aquellos que posteriormente darían pie a cosas llamadas colombianadas, pero también era un hombre de ciencia nato, a cada situación de peligro y dificultad le encontraba su principio físico o químico que lo desencartaba. Unía un gancho para el pelo, dos fósforos, un chicle viejo, una menta, y luego de dar una somera explicación científica de cualquier fenómeno ya tenía lista una carga explosiva que volaría la puerta de acero de algún laboratorio de máxima seguridad. Y lo peor de todo es que era tan contundente en lo que decía y hacia que uno terminaba creyéndosela, de modo que cuando se estaba en situaciones semejantes (como cuando las llaves se quedaban dentro de la habitación, o había un corto circuito o se veía algún radio mal sintonizado), se evocaban capítulos y capítulos y se repetían sus protocolos; el resultado salía a la vista, las llaves seguían encerradas, el daño eléctrico era peor y el radio terminaba reducido a mil partes inconexas.