Pero ¿qué pasaría si al levantar con cuidado aquel bebe desnudo,
este, con una sonrisa te dijera “mira, ya tengo dientes”, para luego brotar una
llamarada de su boca?
Esto es lo que cuentan algunos abuelos que ocurría
al encontrarse el tunjo de oro.
¿Y qué es el tunjo de oro?
Antes que llegaran los españoles, los indígenas adoraban muchos dioses,
al parecer uno de ellos era representado como una pequeña estatua de
oro, tal vez era un dios del bosque, o
un dios de los juegos infantiles o un dios de la buena suerte, pero una vez llegaron los conquistadores, en
uno de los muchos saqueos que realizaron, mientras llevaban los tesoros robados
en los lomos de sus caballos, el pequeño
ídolo cayo de una de las alforjas
quedando perdido en la espesura
del bosque, en ese momento se convirtió
en espectro y desde entonces habita los cruces de caminos o las orillas de los senderos,
en ocasiones se convierte en un
niño de carne y hueso, a la espera de un caminante que cuide de él,
porque curiosamente es de los espantos que aunque asusta no causa daño,
sino todo lo contrario, trae riquezas a quien lo tome. Aunque claro, no todos se lo llevan, muchas personas presas del pánico salen corriendo despavoridas,
y más aún cuando ven que el niño al perseguirlos se les monta en las ancas de
su caballo o sobre sus hombros, solo
quienes conocen el truco, toman el niño
en sus brazos y antes que diga cualquier palabra y desencadene el hechizo, le
hacen con saliva la señal de la cruz en la frente y justo en ese momento se convierte en
estatuilla de oro; pero esta no se vende
como cualquier guaca, se lleva a casa y allí se deja en una cajita cómoda y
segura, donde a diario se le debe dar comida, (unos granitos de cereal que crecen en las montañas
de los andes), en retribución la figurita todos los días dará un pequeño
bollito de oro. Lo único que exige es
que todos los días se le dé de comer, se le consienta y se le limpie su cajita,
porque de no hacerlo, invocará lluvias y tormentas que inundaran el hogar donde
se encuentra para liberarlo y llevarlo nuevamente a los senderos a la espera de un nuevo
afortunado.