Brujas hay por montones y pobrecitas de
ellas todo se dice: hay brujas en los cuentos infantiles, las hay pintadas en los cuadros de los grandes
artistas, están las que vuelan sobre
escobas aerodinámicas y las que se pierden en los relatos de las primeras
civilizaciones. Las hay gorditas y
bonachonas que gustan rescatar princesas
de conjuros peligrosos, y las hay flacas
y encorvadas que hechizan a bellas
inocentes. Las hay sabias y prudentes y
las hay malévolas e inmortales.
En un principio eran las mujeres curanderas de la tribu o las
ancianas sabias que conocían la planta que curaría al desamparado
campesino, pero los avatares de la
historia las señalaron de peligrosas y las
llevaron a la clandestinidad, allí se mezclaron con relatos de espectros
del bosque y sin saber cómo, entraron a
formar parte de las legiones del mal.
Según la región del mundo son sus brujas, y su título se aplica de manera indiscriminada
a todo lo que no nos parezca bien, desde seres vampirescos europeos,
pasando por estafadoras vende ungüentos
de la ciudad, hasta la vecina fea que no
nos cae bien.
La bruja que vive en nuestra tierra es una
bruja particular, por regla general es
una anciana; casi nunca son jóvenes, pues
parece que para ser bruja se necesita cierta experiencia en oscuros aspectos de la vida. No se está muy seguro de cómo alguien termina
convertida en bruja, todas ellas son
extremadamente discretas, tal vez por aquello de que hace muy poco las quemaban
si las descubrían. No utilizan escobas
voladoras, pero si pueden ir por los
aires convertidas en piscos que sobrevuelan los caseríos por las noches y que
caen con un golpe seco en los techos de las casas. Les agrada estar encaramadas en las ramas de los grandes árboles
que crecen en los patios de las casas viejas; árboles como el de tamarindo, los
naranjos o los de aguacate, desde allí
observan, buscan su víctima, generalmente niños u hombres apuestos, aunque las mujeres no se salvan de sus
intenciones. Inducen el sueño por medio
de conjuros que recitan al viento, y
mientras sumergen a los habitantes en pesadillas, succionan su vitalidad como si fuesen
vampiros, para luego escapar en
estruendoso aleteo, ululando por los
aires con carcajadas siniestras hasta llegar a su hogar, viejos caserones repletos de gatos y perros, adornados con estampitas de santos y con
multitud de frasquitos con pócimas secretas en alacenas de madera carcomida.
En otro tiempo era fácil descubrirlas o evitarlas rociando sal
o granitos de mostaza en el piso,
otros dejaban un calzón al revés buscando confundirlas,
o simplemente se esperaba su llegada al otro día pidiendo una tacita de azúcar o sal. Hoy ya no se complican la vida recogiendo
granitos del piso o ropa interior al
revés, simplemente van al supermercado
y compran todo con descuento.