Cuentan los viejos pescadores que
viven a las orillas del rio magdalena,
que en épocas antiguas, cuando ellos aún eran jóvenes y el mundo
guardaba muchos misterios; en las noches
de luna llena, al salir en busca de su
sustento, era posible ver una enorme figura sentada sobre las piedras
blancas de la orilla del río, un
hombre de musculosa contextura, con una larga y enmarañada cabellera que bien
podía llegarle a la espalda, vello cubriendo su cuerpo cual si fuera un oso,
fumando un tabaco enorme cuya luz rojiza hacia juego con la fiereza de su
mirada.
Era el mohán, el rey de los ríos, una divinidad de tiempos remotos, mucho antes
que los españoles llegaran a nuestras tierras, mucho antes que los indígenas
recorrieran los valles y montañas
irrigados por el rio grande.
Los abuelos sabían que había que tratarlo
con respeto, a pesar de su enorme
estatura y su presencia aterradora,
podía ser un buen compañero de pesca;
sabían los abuelos que si se le ofrecía una pequeña parte de lo que se
esperaba obtener, con su voz profunda y
abismal convocaría peces de todos los tamaños para que se enredasen en las
redes bajo las canoas; sabían los abuelos que era bueno dejarle pequeños
regalos de sal y tabaco sobre las piedras que gustaba frecuentar, para así
evitarle la molestia de verlo trasformado en un humano más, comprando esos
víveres en las noches de fines de semana
en las tiendas más alejadas de las poblaciones rivereñas.
Contaban los pescadores que solo en los
días de semana santa, el mohán no
aceptaba ninguna ofrenda y castigaría a todo aquel que se atreviera lanzar sus
redes o anzuelos, bien podría romper los fuertes hilos, enredar entre las
piedras y malezas los anzuelos o en el peor de los casos, arrastrar a los
aventureros desobedientes a las profundidades del rio, de donde nunca más
saldrían con vida.
Este espíritu acuático también era un gran
mujeriego, gustaba acechar las jovencitas que lavaban ropa en las orillas de
los ríos, y aquella que elegía como su próxima amante, era raptada en un
descuido de sus padres o acompañantes
(por eso nunca se dejaban las bellas niñas solas deambular por las
orillas) para ser llevada a sus mágicos aposentos: un palacio en la profundidad de las aguas,
repleto de joyas y tesoros, donde
quedaría prisionera por tiempo indefinido.
Contaban los pescadores que en ocasiones
solían ver en horas de la mañana a las mujeres raptadas, tomando el sol
sobre las piedras que emergían del caudal,
para luego verlas sumergirse nuevamente en las corrientes de las aguas,
presas aun de los poderes mágicos de nuestro mitológico ser.
Hoy casi nunca se le ve, evita lo más que puede el contacto con los
humanos…está molesto con ellos, convirtieron sus dominios en cloacas y vertederos de
basura. Con el huyeron los peces con
los que se alimentaban los pescadores, con él se fueron las aves de picos
largos y vistosos plumajes, con él se fue el ímpetu del río y las melodías del agua
en las noches de luna llena.
** publicación original para la desaparecida revista "güipas" del diario La Nación año 2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario