latecleadera

viernes, 26 de febrero de 2021

El mohán

 


Cuentan los viejos pescadores que viven  a las orillas del rio  magdalena,  que en épocas antiguas, cuando ellos aún eran jóvenes y el mundo guardaba muchos misterios;  en las noches de luna llena,  al salir en busca de su sustento, era posible ver una enorme figura sentada sobre  las piedras  blancas de la orilla del río,   un hombre de musculosa contextura, con una larga y enmarañada cabellera que bien podía llegarle a la espalda, vello cubriendo su cuerpo cual si fuera un oso, fumando un tabaco enorme cuya luz rojiza hacia juego con la fiereza de su mirada.

Era el mohán,  el rey de los ríos,  una divinidad de tiempos remotos, mucho antes que los españoles llegaran a nuestras tierras, mucho antes que los indígenas recorrieran los valles y montañas  irrigados por el rio grande.

Los abuelos sabían que había que tratarlo con respeto,  a pesar de su enorme estatura y  su presencia aterradora, podía ser un buen compañero de pesca;  sabían los abuelos que si se le ofrecía una pequeña parte de lo que se esperaba obtener,  con su voz profunda y abismal convocaría peces de todos los tamaños para que se enredasen en las redes bajo las canoas; sabían los abuelos que era bueno dejarle pequeños regalos de sal y tabaco sobre las piedras que gustaba frecuentar, para así evitarle la molestia de verlo trasformado en un humano más, comprando esos víveres  en las noches de fines de semana en las tiendas más alejadas de las poblaciones rivereñas.

Contaban los pescadores que solo en los días  de semana santa, el mohán no aceptaba ninguna ofrenda y castigaría a todo aquel que se atreviera lanzar sus redes o anzuelos, bien podría romper los fuertes hilos, enredar entre las piedras y malezas los anzuelos o en el peor de los casos, arrastrar a los aventureros desobedientes a las profundidades del rio, de donde nunca más saldrían con vida.

Este espíritu acuático también era un gran mujeriego, gustaba acechar las jovencitas que lavaban ropa en las orillas de los ríos, y aquella que elegía como su próxima amante, era raptada en un descuido de sus padres o acompañantes  (por eso nunca se dejaban las bellas niñas solas deambular por las orillas) para ser llevada a sus mágicos aposentos:   un palacio en la profundidad de las aguas, repleto de joyas y tesoros,  donde quedaría prisionera por tiempo indefinido.  Contaban los pescadores que en ocasiones  solían ver en horas de la mañana a las mujeres raptadas, tomando el sol sobre las piedras que emergían del caudal,  para luego verlas sumergirse nuevamente en las corrientes de las aguas, presas aun de los poderes mágicos de nuestro mitológico ser.

Hoy casi nunca se le ve,  evita lo más que puede el contacto con los humanos…está molesto con ellos, convirtieron sus  dominios en cloacas y vertederos de basura.   Con el huyeron los peces con los que se alimentaban los pescadores, con él se fueron las aves de picos largos y vistosos plumajes, con él se fue el ímpetu del río y las melodías del agua en las noches de luna llena.

** publicación original para la desaparecida revista "güipas" del diario La Nación año 2019

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