Agradezco inmensamente al Canal
A, luego Canal 1 y finalmente canal Caracol, el haber permitido educar y
mantener en estricto orden y armonía mi agitado sistema gastrointestinal,
principalmente en sus primeras porciones y funciones, iniciando por la parte estimulativa de la
región olfativa de mi nariz, la secreción de mis glándulas salivales, el cálido
preámbulo acidificante de mi estómago en espera del bolo alimenticio y los
primeros dos metros de intestino degradando el quimo en sustancias solublemente
nutritivas.
Eran los 90s, años agitados y de
cambio, el sol estaba en su cenit, los buitres giraban en espirales juguetonas
cerca de las nubes, los ruidos de los trastes de cocina escapaban al compás de
los vapores que desprendían los platos servidos en la mesa del comedor: aroma de arroz cocido con trocitos de cebolla,
carne frita en aceite viejo, papa cubierta de una exquisita mezcla de tomate,
cebolla (nuevamente cebolla) color, caldo Maggui y dios sabe que otro
ingrediente secreto (ricostilla no, esta llegó después) comúnmente conocida
como “hogo” y la papa ascendida al título de “papa chorriada”, sopa de plátano
y jugo de guayaba. Y en toda esta escena completa y absolutamente hogareña, se
elevaba sobre las tapias y los techos de las casas, escapaba por las rendijas
de las ventanas y por las puertas abiertas inundándolo todo, aquel sonido que salía
de la cajita mágica llamada televisor, aquella melodía que si el oído no me
engaña era interpretada por un sintetizador, un piano, una flauta?? Y una
guitarra. Algo así como “pa papa papa, pa paparapa, pa papapa parapa, papa
papa parapa parapa, pa papa, pa parapa papa, pa pa”. Esa endemoniada melodía del programa número
dos de los colombianos (el numero uno es sábados felices) Padres e Hijos.