latecleadera

viernes, 22 de agosto de 2014

Mi primera vez.



Fue un sábado en la noche, lo recuerdo claramente. Alfonso Lizarazo acababa de rematar su programa con el típico “y la próxima semana más cuenta chistes”, a lo lejos la discoteca “mil uno” dejaba escapar  los merengues de  jossie esteban y la patrulla 15,  intercalados con el -pum pum mami mami - del general.   Mis tíos abuelos alistaban sus bacinillas para las urgencias que pudiesen llegar en la madrugada, y con parsimonia, la parsimonia típica que dan los años bien vividos, murmuraban las ultimas oraciones para antes de dormir.  Era una noche solitaria; en la calle ocasionalmente se escuchaba el motor de alguna motocicleta a toda velocidad o el ladrido fugaz de un perro prófugo.  La luna llena se desprendía del horizonte y con su luz trémula eclipsaba el titilar de miles de estrellas en un cielo despejado,  corría una brisa fría  que movía rítmicamente las ramas de los naranjos, tanto los de mi casa como  los de mis vecinos, y yo, en la cúspide de mis quince años, con las hormonas alborotadas, sentado en la oscuridad del patio de la casa,  dando buen fin a la merienda  nocturna;  pensaba que era la noche ideal para tener un cálido cuerpo de mujer al lado,  alguien a quien susurrar palabras llenas de poesía y cubrir de besos tiernos (en aquellas épocas era un romántico empedernido, defecto que con los años pude remediar).  Y mientras divagaba en elucubraciones telenovelescas… ocurrió.  En un principio su imagen paso desapercibida sobre los tejados circundantes- que con facilidad podía observar desde mi posición- luego, rápidamente rebobine aquellos escenarios que sabía de memoria, y me percate que sobraba algo,  preste mayor atención y allí la vi:  discreta, tranquila,  inmóvil - posteriormente pensaría que a la espera de ser descubierta-  y en cuestión de segundos desapareció para reaparecer algo más adelante, fulgurante, con un movimiento lento y  uniformemente rectilíneo,   tratando sagazmente de confundirse  con  todas aquellas cosas que la noche promete a sus observadores.  Un frio  de excitación recorrió mi espina dorsal, ¡lo que tanto había soñado en infinidad de ocasiones estaba ocurriendo! Aquella  esfera luminosa de color azul blanquecino, tan brillante como sirio en  una noche de luna nueva, estaba cruzando justo frente a mí, ¿a qué distancia? No lo podría saber a ciencia cierta, tal vez unos dos o tres kilómetros y no más de un centenar de metros sobre el suelo;   era mi primera vez, era la primera vez que observaba un OVNI.   La nave, pues no podría ser otra cosa, (mis  profundo conocimientos astronómicos, meteorológicos y astronáuticos descartaban que fuese algo más)  a los pocos minutos se perdió entre unas montañas lejanas, sobre las cuales se avecinaba una tormenta.



De todas las pseudociencias, la ufología es mi favorita, tal vez sea porque desde niño siempre he levantado la vista al cielo y me he maravillado con aquella multitud de lucecitas inquietas que esconden tras su brillo infinidad de secretos. Tal vez sea por el hecho de soñar en ocasiones con artilugios metálicos que aterrizan en mi casa a cualquier hora del día, entre humo y vendavales.  Tal vez sea porque aun guardo aquella costumbre infantil de seguir la estela de vapor (chemtrais les dicen ahora algunos conspiranoicos) que dejan los aviones y tratar de ubicar el minúsculo punto metálico que la produce perdiéndose en el horizonte.  Tal vez sea porque se necesita tener ciertas tendencias esquizoides para que a uno le gusten esas vainas.  


La ufología era la ciencia (si la ciencia pensaba yo) que daría respuesta a todas las incógnitas de la humanidad.  Quien si no aquellos seres de morfología incierta, con su tecnología a años luz de la nuestra, los que nos darían las respuestas a las típicas preguntas de pre adolescentes, ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? Y las que se desprenden de aquellas, como ¿quiénes construyeron las pirámides? (obvio los egipcios no, eran demasiado estúpidos para hacerlo) ¿cómo se viaja más rápido que la velocidad de la luz? ¿Dónde queda la casa de ET y que paso con la orden de los jedais?

Y antes que todo este cuento terminara en el sancocho paranoide científico místico religioso, donde pululan las energías que no son energías pero que sí lo son, los universos alternos donde buda, Jesús y algún comandante de una flotilla de la confederación galáctica están atentos a nuestra evolución, más que corporal,  espiritual, y donde se fragua una lucha encarnizada entre reptiloides estelares e intraterrenos, reticulianos, pleyadianos, sirianos, gaminedianos y un sinfín de anos antropomórficos.  Antes de todo esto, cayó en mis manos un librito profusamente ilustrado, que con contundentes pruebas arqueológicas y antropológicas  nos evidenciaba que nosotros no estábamos solos en el universo, nunca lo habíamos estado, “ellos”  siempre habían estado aquí. Ese librito era de uno de los padres de la “arqueoufologia” o mejor dicho, “de los teóricos de los antiguos astronautas” Erik Von Daniken, hotelero y estafador suizo, que postulo una serie de ideas algo descabelladas pero que curiosamente tienen sentido. Los humanos o bien descendemos directamente de linajes extraterrestres, o somos  animales nativos de la tierra pero modificados genéticamente para convertirnos en humanos, o somos humanos civilizados abruptamente por enviados del espacio.  Y las pruebas de ello están en cuanta piedra, petroglifo, escultura, pintura, vasija o leyenda del pasado que nombre  una cosa llamada dios.  Desde la biblia hasta las falsificaciones que venden en San Agustín, todo, absolutamente todo proviene de estos “alienígenas ancestrales” (cabe resaltar que History Chanel se encargó de darle un inusitado renombre a dicha teoría, pasando de lo meramente especulativo a lo completamente absurdo).


Pero vuelvo al libro, a uno de los tantos de la producción de Daniken,  el que tuve en mis manos y que se perdió en manos de un compañero de universidad (al cual le compartí el secreto –no estamos solos-) era “el oro de los dioses” donde se narran las aventuras del escritor en las cuevas de los tayos en Ecuador,  recorriendo pasadizos en cavernas, siempre con cautela, no fuera ser que algún rayo láser activara alguna trampa, luego en el museo del padre Crespi, en Cuenca, repleto de láminas de metal ¿oro? Donde la historia perdida de la humanidad esta ricamente ilustrada (a estas alturas de la vida no sé si aquellas  laminas son en realidad restos  arqueológicos o falsificaciones, y que paso con ellas después de la muerte del padre)

 luego se pasó al análisis de leyendas  aborígenes americanas y polinesias, se repasaron  tesoros precolombinos y egipcios y por supuesto, las obligadas narraciones y descripciones astronáuticas que aparecen en la biblia y en los textos sagrados indios.  El libro podrá ser muy especulativo, muy fantasioso o peligrosamente ligero, pero en el recorrí infinidad de culturas y bien o mal algo aprendí de ellas, eso sin contar que en cada página aparecía la correspondiente ilustración con su debida explicación.  El tipo no será arqueólogo, ni astrónomo, ni científico pero de hacer libros para vender,  sí que sabe. 


Daniken y su producción literaria (de los cuales me he leído apasionadamente tres) bien puede formar parte de la época de oro de la ufología. La que aun sembraba dudas, la que no estaba contaminada con las tendencias de la nueva era. Más que libros que pretendían pasar como científicos, serian verdaderas joyas de la ciencia ficción: guerras estelares, prófugos galácticos, romances entre héroes  cósmicos y doncellas aborígenes, nada que envidiar a Star Wars  de George Lucas, o las intrigas marcianas de Edgar Rice.

Muchas veces, cuando la noche es solitaria, la luna se alza sobre el horizonte y la brisa mueve las ramas de los naranjos, me gusta pensar que la luz indeterminada de aquella noche, fue la nave exploradora de un osado aventurero de una estrella lejana, buscando respuesta a preguntas aun no formuladas.

2 comentarios:

  1. Oiga, ¿dónde encuentro la nota sobre Jaime Ricardo Guio?

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    1. "un bambuco por favor" y no es sobre jaime es sobre su compañero eduardo

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