Me gustan los libros infantiles. Nunca me contaron un cuento al dormir y tampoco me gustaría que lo hubiesen hecho, ¿qué atención prestaría a la historia con los ojos a media asta y la mente divagando en los territorios de Morfeo? Tuve la suerte de disfrutar todas esas narraciones al amparo de la soledad y la penumbra de la biblioteca del pueblo. Recuerdo que habían dos: la del colegio, llena de libros de texto, enciclopedias, mapas, pupitres viejos, balones pinchados y cuanto desecho reutilizable se diera en cada año, algo semejante a un cuarto de san alejo gigante, siempre ocupada por tres o cuatro estudiantes transcribiendo la tarea del libro al cuaderno con kilométrico azul con tapa mordisqueada y al lado el lapicero rojo para los títulos en mayúscula. En la entrada la bibliotecaria menuda y amable, con sus gafas colgando del puente de la nariz, sentada en su escritorio, siempre ocupada, siempre llenando formatos de quien sabe que, y a su lado aquel molesto e insoportable invento producto de alguna mente psicorrigida y sádica, el mueble metálico donde se guardaban las fichas bibliográficas, apiladas y apretujadas, llenas de códigos insoportables, donde encriptados estaban los títulos de los libros que uno podría necesitar.
La segunda era la biblioteca
municipal, la mayoría del tiempo solitaria, con mesas como las que se
utilizaban en el kínder, sillas para enanos y cinco estantes repletos de
libros. ¿Quién los donó o compró? es un misterio, solo sé que quien
quiera que haya sido le quedo eternamente agradecido, allí tuve mi primer
encuentro con Herge, Tolkien, Asimov, Michael Ende, Bradbury, Edgar rice y
muchos que se me escapan. Y para volver
al tema de los cuentos infantiles, allí entre los tomos de los cuentos de
editorial EKARE (la única que recuerdo)
y otros más, encontré un pequeño libro azul, no era el libro infantil estándar; grande, con historias sencillas,
prolijamente ilustrados y de pocas páginas, este tenía más letras que dibujos y una
escasa pero considerable cantidad de hojas que llevaban a dejarlo siempre en lista de espera para años
posteriores. Finalmente lo leí, si la
memoria no me falla cursaba décimo, luego lo volví a leer en vacaciones, luego
en once y nuevamente en vacaciones,
para esas fechas ya era un libro corto que se podía sacar perfectamente en dos días,
después por cosas del destino, el librito terminó en mi casa, finalmente en
el mismo espacio que ocuparon las fotocopias de farmacología y los libros de cirugía
en mis épocas universitarias. Su nombre: LA FAMILIA MUMIN EN INVIERNO
Una
novela infantil producto de la mente prodigiosa de la finlandesa Tove Jansson.
Allí se narra la historia de los mumin,
pequeños trols semejantes a hipopótamos, y en este caso particular, del pequeño Mumin que despierta de repente en invierno cuando todos deberían estar
hibernando y descubre que mientras ellos duermen su casa es habitaba por
decenas de seres misteriosos y divertidos, habitantes del invierno y la noche,
que como entes de una dimensión alterna, son residentes corrientes de su hogar
por aquellas épocas del año. De este
modo el pequeño Mumin cambia su rol de niño a adulto y se convierte en el “señor
de la casa” tratando conservar el orden ante las peripecias de los extraños
inquilinos y de paso, tratando que estos se sientan lo mejor posible en aquel
lugar. Es un libro mágico, absorbente, en
ocasiones misterioso y según la susceptibilidad del lector terrorífico. Con personajes
de miradas penetrantes y flautas de melodías preámbulo de primavera (Manrico)
filósofos y nostálgicos
con camisas a rayas (tutiki)
o solitarios y oscuros como la Bu que busca el
calor del fuego para apaciguar su frío interior.
La familia mumin en inverno según dicen fue la historia en la que Tove dio un giro narrativo, saliendo de las ideas sencillas e infantiles de obras anteriores (la familia mumin, la llegada del cometa, las memorias de papa mumin, una noche de san juan bastante loca) dando a cada personaje una mayor profundidad.
Cuando estaba a punto de terminar
mi carrera, lo regale a un antiguo amor del pasado (valga la redundancia) quien
conociendo mis manías bibliófilas sugirió “algo” para el tedio; craso error, los
mumin no son para el tedio, tal vez debería haberle regalado algo de Coelho o Cuauhtémoc,
cuando años después, quise remediar mi error, pregunté por él, me respondió que
nunca lo había leído, que eso era para niños y que no tenía ni idea donde podría
estar.
Los mumin son para leer en días de invierno, mientras las gotas repiquetean en el techo, los arboles mecen sus ramas llenas de humedad o simplemente en una noche de frío, en la cama, bajo las cobijas calienticas, sin bullicio ni televisor, como mucho, acompañado del sonido de un grillo noctambulo y la mirada furtiva de un niño curioso.
Los mumin son para leer en días de invierno, mientras las gotas repiquetean en el techo, los arboles mecen sus ramas llenas de humedad o simplemente en una noche de frío, en la cama, bajo las cobijas calienticas, sin bullicio ni televisor, como mucho, acompañado del sonido de un grillo noctambulo y la mirada furtiva de un niño curioso.
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