latecleadera

jueves, 3 de julio de 2014

Mis libros perdidos. La familia mumin en invierno



Me gustan los libros infantiles.  Nunca me contaron un cuento al dormir y tampoco me gustaría que lo hubiesen hecho, ¿qué atención prestaría a la historia  con los ojos a media asta y la mente divagando en los territorios de Morfeo?  Tuve la suerte de disfrutar todas esas narraciones al amparo de la soledad y la penumbra de la biblioteca del pueblo.   Recuerdo que  habían dos: la del colegio, llena de libros de texto, enciclopedias, mapas, pupitres viejos, balones pinchados y cuanto desecho reutilizable se diera en cada año,  algo semejante a un cuarto de san alejo gigante, siempre ocupada por tres o cuatro estudiantes transcribiendo la tarea del libro al cuaderno con kilométrico azul con tapa mordisqueada y al lado el  lapicero rojo para los títulos en mayúscula. En la entrada la bibliotecaria menuda y amable, con sus gafas colgando del puente de la nariz, sentada en su escritorio, siempre ocupada, siempre llenando formatos de quien sabe que, y a su lado aquel molesto e insoportable invento producto de alguna mente psicorrigida y sádica, el mueble metálico donde se guardaban las fichas bibliográficas, apiladas y  apretujadas, llenas de códigos insoportables, donde encriptados estaban los títulos de los libros que uno podría necesitar.

La segunda era la biblioteca municipal, la mayoría del tiempo solitaria, con mesas como las que se utilizaban en el kínder, sillas para enanos y cinco estantes repletos de libros. ¿Quién los donó  o  compró? es un misterio, solo sé que quien quiera que haya sido  le quedo eternamente agradecido, allí tuve mi primer encuentro con Herge, Tolkien, Asimov, Michael Ende, Bradbury, Edgar rice y muchos que se me escapan.  Y para volver al tema de los cuentos infantiles, allí entre los tomos de los cuentos de editorial  EKARE (la única que recuerdo) y otros más, encontré un pequeño libro azul, no era el libro infantil estándar; grande, con historias sencillas,  prolijamente ilustrados y de pocas páginas,  este tenía más letras que dibujos y una escasa pero considerable cantidad de hojas que llevaban a  dejarlo siempre en lista de espera para años posteriores.  Finalmente lo leí, si la memoria no me falla cursaba décimo, luego lo volví a leer en vacaciones, luego en once  y  nuevamente en vacaciones, para esas fechas ya era un libro corto que se podía sacar perfectamente en dos días, después por cosas del destino, el librito terminó en mi casa, finalmente en el mismo espacio que ocuparon las fotocopias de farmacología y los libros de cirugía en mis épocas universitarias. Su nombre: LA FAMILIA MUMIN EN INVIERNO
Una novela infantil  producto de la mente prodigiosa de la finlandesa Tove Jansson.  Allí se narra la historia de los mumin, pequeños trols semejantes a hipopótamos, y en este caso particular, del pequeño Mumin que despierta de repente en invierno cuando todos deberían estar hibernando y descubre que mientras ellos duermen su casa es habitaba por decenas de seres misteriosos y divertidos, habitantes del invierno y la noche, que como entes de una dimensión alterna, son residentes corrientes de su hogar por aquellas épocas del año.  De este modo el pequeño Mumin cambia su rol de niño a adulto y se convierte en el “señor de la casa” tratando  conservar el orden ante las peripecias de los extraños inquilinos y de paso, tratando que estos se sientan lo mejor posible en aquel lugar.  Es un libro mágico, absorbente, en ocasiones misterioso y según la susceptibilidad del lector terrorífico.  Con  personajes de miradas penetrantes y flautas de melodías preámbulo de primavera (Manrico)
 filósofos y nostálgicos con camisas a rayas (tutiki)
o solitarios y oscuros como la Bu que busca el calor del fuego para apaciguar su frío interior.


La familia mumin en inverno según dicen fue la historia en la que Tove dio un giro narrativo, saliendo de las ideas sencillas e infantiles de  obras anteriores (la familia mumin, la llegada del cometa, las memorias de papa mumin, una noche de san juan bastante loca) dando a cada personaje una mayor profundidad.

Cuando estaba a punto de terminar mi carrera, lo regale a un antiguo amor del pasado (valga la redundancia) quien conociendo mis manías bibliófilas sugirió “algo” para el tedio; craso error, los mumin no son para el tedio, tal vez debería haberle regalado algo de Coelho o Cuauhtémoc, cuando años después, quise remediar mi error, pregunté por él, me respondió que nunca lo había leído, que eso era para niños y que no tenía ni idea  donde podría estar.  

Los mumin son para leer en días de invierno, mientras las gotas repiquetean en el techo, los arboles mecen sus ramas llenas de humedad o simplemente en una noche de frío, en la cama, bajo las cobijas calienticas, sin bullicio ni televisor, como mucho, acompañado del sonido de un grillo noctambulo y la mirada furtiva de un niño curioso.

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