latecleadera

viernes, 20 de junio de 2014

Orgullosamente opita



Hace muchos años, mi bisabuela,  mujer de sangre indígena y carácter austero, víctima de una enfermedad tuvo que ser trasladada de su rancho en el campo  a mi casa en espera de recuperación, nunca lo logro, los años cobraron factura y meses después moriría.  Pero antes que cayera en la locura senil pre mortem, que suele acompañar a todos los que se acercan a la centuria, en dos o tres palabras dejo claro lo que pensaba de las fiestas sampedrinas.  Era un 24 de junio, día de san juan (en algunas poblaciones del Huila este día es  igual o más importante que el mismo san pedro)  mi tía abuela, con quien yo vivía, había preparado un exquisito pollo, acompañado de asado huilense, insulso y  chicha de maíz;  cabe anotar que por aquellas épocas el pollo era el plato de honor, se servía solo en ocasiones especiales  y dependiendo del evento era su presentación: sancocho para paseos o como señal de gratitud y respeto ante la presencia de algún personaje importante como curas y políticos.  Arroz con pollo para matrimonios, quince años, primeras comuniones o grados. (Aun en estos días ultramodernos, no falta el gracioso que en cualquier fiesta aparece con su platico de arroz con pollo adornado con una gota inmensa de salsa de tomate fruko, dos tajaditas de pan bimbo y jugo de naranja tang).  Con cuidado llevamos a la anciana al comedor, cubierta con chales y mantas  para protegerla de los vientos impetuosos que suelen llegar en esas fechas, y  con alegría se le puso el plato al frente. Ella acostumbrada a la sopa de bando, la carne cocida, el arroz simple y la yuca, pregunto:
- ¿y esto?
 Mi tía con una sonrisa le contesto
– es el almuerzo de san juan mamita.
La vieja miro el plato meditabunda, hizo una mueca de desaprobación con su boca arrugada y dijo:
 – jumm, buen primor
Y empezó a comer en silencio.

Tiempo después entendí el porqué de su expresión.  Según narraban los viejos, en sus épocas mozas las fiestas de san juan y san pedro en el Huila eran cosa seria, ante todo, eran fiestas de campos y pueblos, con bastantes días de antelación preparaban todas la viandas y bizcochos, enterraban la chicha y el guarapo para que estuviese a punto, engordaban los marranitos que no iban a disfrutar para nada esos días, tejían los sombreros de pindo (accesorio obligatorio para los hombres) afinaban las cuerdas de los tiples y guitarras, apretaban el cuero de las tamboras y la  puerca y  me imagino, preparaban el discurso para conquistar a la futura abuela.   Cuando llegaban los días, era la francachela y la comilona (pero todo con mucha decencia dicen los viejos) los abuelos que en ese entonces eran mozos, ahítos de aguardiente fabricado en alambiques clandestinos, la barriga llena ya que al mejor estilo de un utópico país comunista,  la comida de todas las casas era la comida de   todos. Bailando bambucos y pasillos hasta acabar las alpargatas de cuero, montando los caballos carga leñas y alazanes  del diario trabajar en cabalgatas ostentosas, desenfundando ocasionalmente las peinillas para ver quién era el más machito y haciendo caso omiso a las imprecaciones del cura en el pulpito.   De las resacas de estos parroquianos nacerían historias de espantos y diablos, justicieros morales que darían su merecido castigo a estos  degenerados del carajo y que terminarían siendo los cuentos de terror de las próximas generaciones. 

De la forma como dio a entender mi bisabuela aquel día, el almuerzo y la algarabía incipiente en las calles del pueblo solo eran la sombra del Woodstock  de sus épocas mozas, ¿que rememoraría la vieja en aquel momento? Me cuesta imaginarlo, y por respeto a su memoria prefiero no hacerlo. 

A mí el san pedro me alcanzo  con las benditas reinas incluidas, pero por suerte no eran lo más importante. Era usual ver el pueblo inundado (literalmente) de vendedores ambulantes a los cuales se les compraba la muda de ropa para las fiestas, eso si luego de un largo regateo. Las calles principales intransitables por los caballos briosos y sus jinetes beodos, voladores tronando sobre mi cabeza y una banda de viento armando la parranda en el parque principal. Vi muy a  mi pesar, aquel juego macabro de la descabezadura de gallos. El ritual de la matanza de marranos era algo de locos, en vísperas de san pedro, poco después de la media noche, el pueblo se despertaba por los chillidos de los animalitos, algo aterrador, pero que sepa, no dejo traumado a nadie.  Luego al amanecer el olor a carne asada inundaba todas las casas.  La preparación de la comida  era todo un evento social y familiar, allí, en las casas viejas y grandes, los hermanos dispersos por el mundo se volvían a reunir, ya se pueden imaginar la algarabía de diez  o más hermanos con sus esposas e hijos, riendo y tomando licor, adobando la carne y metiéndola al horno de barro, espantando los perros golosos,  dejando a los niños corretear por todos lados y a los más grandecitos acolitándoles  sus primeras escapadas al mundo cruel del romance. En las noches Los entablados populares con orquestas  famosas y de medio pelo, plan de cacería buscando la victima lo suficientemente ebria para acceder a peticiones non sanctas, los borrachitos de siempre formando pleitos y los dos o tres heridos por puñal o machete que le daban ese toque picante a las festividad.  El día principal  era la coronación de las reinas de san juanero, donde lo que importaba era el baile y nada más, las preguntas ya se sabían y las respuestas también: ¿a quién admira? ¿Qué es lo que más le gusta hacer? ¿Cuál es su personaje favorito?  Las respuestas variaban entre el papa Juan Pablo segundo, la madre Teresa de Calcuta, dios, mi papa y mi mama, Jesucristo, Gabriel García Márquez y la más culta Simón Bolívar.  Todas sin excepción gustaban de la lectura y de pintar. Al final ganaba cualquiera por los motivos que fuera, y siempre, siempre, se habían robado la corona, ocasionalmente había cruce de palabrotas entre comadres y vecinas pero de ahí no pasaba a más.  Cuando todo se acababa, un lunes, era la despedida de los tíos y los primos, el desenhuese de las conquistas de las noches previas, las confesiones de las puritanas que habían pecado más de la cuenta, las largas jornadas de trabajo para reponer lo que se había gastado y el anhelo de que llegase pronto el nuevo junio.



Hoy algunas cosas han cambiado; nos inundan los sombreros vueltiaos, el vallenato de la nueva ola (que ya debe ser vieja) y el reguetón, aunque grupos culturales de una manera sorprendente están logrando devolver el estatus original a los bambucos y rajaleñas.  Los desfiles presumen ser malas copias de los de Barranquilla y  Pasto.  el reinado roba todo, asfixia, condiciona y limita, el sanjuanero pierde su encanto y se transforma en una melodía insoportable de tanto escuchar (después de una jornada  de elección donde se toca y se baila en más de 50 oportunidades ya es intolerable) y lo peor es que solo existe el sanjuanero de Anselmo Duran, todo lo demás desaparece, todos los otros bambucos se aminoran, el tradicional en ocasiones pasa a ser una mofa.  El oficial tan pulcro, tan estilizado, tan de la elite ya ni se baila, se camina;  poco se de baile, pero en la escuela lo poco que me enseñaron o que quise aprender era una paso alegre y elegante, el conocido bambuqueo, una extraña mezcla de saltos y volteretas que nunca aprendí, pero que me fascinaba, hoy solo se ve algo caminado, algo raro, algo más que aquellas señoras y señores de alta alcurnia también desean acabar, como quieren acabar nuestro dejo característico, que para algunos pasa a ser vergonzoso (no conozco al primer paisa o costeño que se avergüence de su acento)en aras de modernizar las fiestas de san juan y san pedro, de convertirlas en émulos deformes de reinados de belleza, de centro nacional e internacional de la farándula, de volverla la fiesta y el festival de los festivales, solo queda un hibrido simplón de todo y de nada, una fiesta  más de pueblo ¿será porque precisamente eso es lo que es? la fiesta del pueblo opita, la que no necesita de reinas insulsas ni festivales estruendosos. Somos descendientes de los bravos yalcones, andakies, paeces, tamas y pijaos, hijos de españoles rudos de mente pastoril, el recuerdo vivo de generaciones de campesinos curtidos bajo el sol ardiente del valle del magdalena. Si alguien quiere desfiles soberbios, reinas de belleza artificial y grandes artistas bien puede ir a cualquier parte de Colombia a disfrutar de ello, aquí lo que tenemos es asado y mistela, bambucos y rajaleñas, opitas a mucho honor celebrando la memoria de nuestros antepasados.


Anoche, viendo por la tv uno de los tantos desfiles y cabalgatas, torcí la jeta  al mejor estilo opita y con el típico acento cantadito que nos caracteriza, dije:

-jumm, buen primor.


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