Uno siempre guarda cierto cariño hacia esas clásicas películas de espada y hechicería,
siendo para mí “Conan el destructor” una de las más representativas, y lo es esencialmente por ser la primera que
vi de cabo a rabo por allá cuando
cursaba 4 o 5 grado de primaria y que hasta la aparición del internet bien
entrada la década de los noventas, pude volver a mirar.
Hay que decir que con los años los gustos cambian para bien,
a diferencia de cuando tenía 10, ahora solo es sobre llevable por la carga de
nostalgia; ya las peleas no son épicas,
ni los monstruos aterradores, ni la trama intrigante…los efectos especiales
envejecen bien y el toque ochentero en la cinta es exquisito.
Pero había unas imágenes particulares que por alguna extraña
razón quedaron guardadas en mi mente, y que hasta hace muy poco pude lograr encajar
en todo ese intrincado neuronal mitologicomaniatico de mi cabeza.
Según el argumento de la película, el antiguo dios de los sueños llamado Dagoth, luego de ser derrotado en una batalla celestial, cayó a la tierra y su cuerpo fue convertido en una estatua de piedra que era adorada en la ciudad de Shadizar; requería para su resurrección que su cuerno mágico fuera devuelto a su frente por las manos de una joven virgen que en el acto debería ser sacrificada, misión esta promovida por las reina Tamaris. No voy a entrar en detalles sobre cómo se desarrolla la historia, pero al final las cosas no terminan como la reina y el maligno dios deseaban.