En la biblioteca de mi pueblo habían tres o cuatro libros de
astronomía, algunos con coloridas y detalladas imágenes de planetas, cúmulos y
galaxias que nutrieron mi incipiente anhelo de explorador estelar hasta bien
entrada mi adultez, cuando muy a mi pesar, descubrí que esas fantásticas fotos
solo eran el producto de un laborioso trabajo de astrofotografía y que nunca
las vería tal cual con un telescopio, por más que aumentara el diámetro del
espejo principal. Pero como en mis épocas
de adolescente no sabía eso, algunas páginas (unas pocas decenas) terminaron en
mis archivos personales como material de consulta, principalmente en lo
relacionado con mapas estelares y más datos relevantes para mi calenturienta
mente de ñoño, no hay que olvidar que eran principios de los noventa y el
internet y el flujo libre de información aún estaban en pañales.
De todos esos textos uno que llamaba la atención era “el
universo” un título poco pretencioso y bastante obvio para el tema, pero que
tenía una particularidad…era el único que postulaba de forma bastante
convincente las distintas etapas del desarrollo de la vida en los planetas
rocosos del sistema solar y algunos satélites de los gigantes gaseosos; y no solo
se limitaba a suponer que algunas bacterias aisladas estuviesen pegadas de
alguna roca, en sus ilustraciones
recreaban claramente una exuberante vegetación, casi tropical, rodeando cráteres
y lagos lunares o marcianos. Por aquel
entonces, si eso aparecía en un libro de uno de los estantes destinados a los
temas de ciencias naturales, era algo que por simple deducción debería ser
cierto.
Como a medida que uno se vuelve viejo los intereses cambian
y algunas cosas importantes se dejan a un lado, por varios años perdí el rastro
de ese libro, suponiendo que en las distintas modificaciones y cierres de la
biblioteca hubiese terminado en la basura, pero cual sería mi sorpresa cuando
en una de las pocas visitas a la biblioteca del colegio (heredera de todos los
libros cuando algún gobierno local declaró que eso de tener un espacio público
para tener arrumes de hojas era una pérdida de tiempo y recursos) y luego de
una breve charla con la siempre eterna bibliotecaria “carmelita”, por
curiosidad pedí información sobre algunos viejos amigos de celulosa, y esta,
luego de una breve pesquisa, los sacó de un rincón y me los entregó. Como no los podía robar ni tampoco arrancar sus
hojas, pedí permiso para llevarlos a casa, fotografiarlos y devolverlos con prontitud.
Y este es el resultado.
Sobre el autor poco he podido averiguar, solo sé que era (o es) un capitán
pensionado de la marina italiana, con dos
o tres libros más dedicados al tema y algunas referencias en revistas de
ciencia y astronomía de la década de los 60 y 70, en las que exponía su idea
del desarrollo de vida compleja en los distintos cuerpos del sistema solar, principalmente
en nuestro satélite natural… eran años de sueños y esperanza en el ámbito científico,
a tal punto que en el mismo libro sus últimas páginas se dedican a la colonización
lunar prevista para finales de la década de los 80…sobran palabras.
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