La mayoría de mis antiguos amigos y compañeros
de estudio ya tienen familia, muchos de ellos tienen hijos que son universitarios y si no miro la paja en el ojo ajeno, yo
dentro de poco tendré un preadolescente en casa.
Ante esto uno se da cuenta
que los años pasan volando, que cuando
alguien evoca algún suceso nacional y
este lleva su tiempo de ocurrido uno
siempre exclama en forma un poco estúpida ¡pero parece que fue ayer!
El tiempo es engañoso,
cierto día leí que la percepción que tenemos de él varia con los años, a mayor edad queda la sensación de que todo
trascurre más de prisa, según explicaban, para los niños y los jóvenes el tiempo es más
largo porque la cantidad de experiencias que guardan en sus cerebros (más lo
que no se recuerda de los primeros años) dan un lapso relativamente corto de conciencia
y el cerebro ajusta esto a su “reloj interno” distribuyendo todo de manera algo uniforme, por lo tanto, un
año en la vida de un niño es un largo periodo de experiencias y existir, es
todo lo que es. Un año de un
adolescente a pesar del bombardeo
hormonal será toda “una vida de
aventuras”. Los años de varias décadas
se ven como un fluido de sucesos que si no se tiene cuidado
perfectamente se funden en una amalgama llamada cotidianidad, vida laboral o
simplemente adultez. No sé cómo
percibirá el tiempo un abuelo, mirando desde la cumbre de la existencia un
ocaso próximo e inminente, como si la
muerte de manera irónica, apresurara el trago de todos aquellos que se le
acercan.
Algunos (no todos) guardan
cierto cariño por el pasado, invariablemente he notado que para muchos
“todo tiempo pasado fue mejor” y de una
u otra forma crean talismanes que evocan aquellos años perdidos; la canción en
la radio que entra dentro del epíteto de
“clásicos”, la película vieja en la
tv, el muñeco colgado en alguna pared o el adorno “vintage”
que le da ese toque hipster elegante a lo que sea que queramos presumir.
Algunos contamos con la suerte (o infortunio) de encerrar
pedazos de pasado en baúles y cajas cubiertas de polvo perdidas en habitaciones
de silencio. Cajas de tiempo las llaman
unos, otros simplemente cachivaches del
cuarto de san alejo.
Y entre todos esos
recipientes de años pasados, es grato
encontrar y desenmarañar nuevamente
aquellos compañeros que estuvieron a
nuestro lado en las buenas y en las malas:
los cuadernos del colegio y la escuela,
esos que las mamás (o esposas)
persiguen con delirio de inquisidor para tirarlos a la basura: “para que guardar mugres” exclaman con sabiduría, y en parte tienen
razón, cada arrume de hojas amarillas
solo guarda significado para aquel que en ellos escribió, son una bitácora, una huella del ser que día tras día fue
dejando impreso su espíritu con tinta de lapicero kilométrico azul.
En ellos podemos seguir el
rastro de lo que fuimos, lo que quisimos
ser y de lo que nos llevó a convertirnos en lo que somos, y si somos perspicaces
podremos extrapolar a lo que llegaremos.
Es así que revolcando
encuentro aquellos cuadernos de caratula sin plastificar, con un diseño austero, que eran cubiertos
con forros plásticos monocromáticos para evitar los daños causados por la
lluvia y que en muchas ocasiones eran
cortesía del político benefactor de turno.
Y allí están plasmadas las
primeras palabras, las primeras frases y los primeros dibujos
Al ojearlos bien puedo
evocar el instante en que dibuje aquello, sentado en un pupitre de madera
compartido, en una mañana de frio y niebla, atento a la cartilla guía.
O simplemente dejando
escapar la imaginación.
Creando pequeñas viñetas
Experimentando formas y
colores
Luego llegarían los modelos
modernos ya plastificados y de coloridos diseños, a tal punto que contar con un “buen
cuaderno” podría ser considerado como un elemento de prestigio dentro del
ambiente estudiantil.
Llegaría el colegio y los
cuadernos argollados, el imprescindible
y moderno “jean book” que permitía arrancar hojas sin el complique de
buscar su gemela para que esta en el futuro no saliera volando con apuntes
importantes
Y por supuesto, los
desvaríos juveniles de un nerdo en busca de emancipación
El horario que organizaba la
vida por materias
La ultima hoja donde se
apuntaba todo aquello que estaba prohibido en el resto del cuaderno
Los malabarescos dibujos
La aplicación del cálculo
para encriptar el nombre
La maldita ideología de
género inmersa desde aquellos años en la pecaminosa educación sexual
Para finalmente llegar a la
universidad entre gráficos confusos
Que luego se convertirían en
surrealistas figuras
Como era de suponer, el
semestre fue un fiasco
Luego cambie circuitos por
arterias
Y como si no hubiese tomado
escarmiento, junto a algún
compinche los apuntes se convertían en
tableros de triqui y cuentas de partidas de póker
Curiosamente también
encontré joyas como el hecho de saber que mis tíos abuelos también lo escribían
todo, como el día en que mi bisabuela
murió
O encontrar un telegrama
de mediados del siglo XX
Tesoros entre cuadernos al
azar
Postales navideñas, tarjetas que ahora más que nunca añoro en los
arboles de diciembre, y podría decir que
ahora más que nunca añoro los árboles que sustentaban estas postales, nada semejantes a los uniformes pinos
plastificados de moda.
Y por último joyas de la
literatura católica
Recomendado para muchas de
mis amigas
El baúl de los
recuerdos me permite ser niño de
nuevo, me permite enlentecer el tiempo y
soñar de nuevo en lo que quiero ser cuando sea grande.
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