Muchos sin quererlo se
convierten en símbolos. Trascienden su existencia por décadas, siglos o simplemente se incorporan para siempre en
el acervo de la humanidad. Un símbolo encierra
aquellos significados primarios que estructuran la civilización y al ser humano
como especie. Un símbolo es la esencia de una idea.
Todos los días a toda hora
mueren personas, todos los días a toda hora mueren niños; mueren en accidentes,
mueren por enfermedades, mueren de hambre, mueren asesinados… estas dos últimas
en macabro ascenso. Todos los días vemos imágenes de niños
tendidos sin vida en algún lado. Todos los días escuchamos noticias de sus miserables
destinos. La historia los muestra como
testigos y actores de las intrigas del hombre y su deseo de poder.
Aylan de tres años, de
origen sirio, murió junto a su madre, su hermano de cinco años y nueve refugiados en
una costa de Turquía al naufragar la embarcación en la cual huían de la guerra
civil de raíces religiosas y étnicas de su país. El mar finalmente lo depositó en la playa. Y allí en compañía de las olas, la arena y la
mirada de un agente policial durmió… morir es dormir eternamente sin poder soñar.
Aylan sin quererlo se convirtió
en un símbolo, símbolo de lo miserable
que puede llegar a ser la humanidad.
Sé que no cambiara nada,
pero este era el único sueño que debería
compartir. Como símbolo queda al lado de mis hijos.
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