Partiré de la suposición de que la noticia publicada hace pocos días en el diario “la nación” sobre nuevos (o antiguos siendo más precisos) actos de corrupción en la ciudad de Neiva es real, puede que solo sean simples calumnias, hoax parroquiales de internautas desocupados, pero esto solo el tiempo lo definirá.
La salud es uno de los
sectores más golpeados por la corrupción y el Huila y especialmente la ciudad
de Neiva es un buen ejemplo de ello. Sin
contar las ya usuales notas que aparecen
mensualmente en los diarios locales, donde se ventilan “pecadillos” de algunas
instituciones o funcionarios que en
buena medida representan la conocida frase de un expresidente “la corrupción en
sus justas proporciones”, y dejando de
lado grandes elefantes no blancos sino ultra blancos, como la torre materno
infantil del hospital universitario de Neiva, que ya va a completar 6 años en construcción, se ha
llevado consigo cerca de $ 42.500 millones y sigue en obra negra (un buen
espejo que nos muestra que tipo de clase
política maneja nuestro departamento) nos llega ahora una nueva pieza a este
juego de bandidos y ladrones.
Entre el amasijo de
acusaciones y confesiones registradas en un audio tomado ilegalmente (ya sabemos
cómo terminara esto) a un ilustre (según algunos) excandidato al concejo de
Neiva y ahora funcionario de la universidad surcolombiana, en el cual se
explicaba el “modus operandi” entre este impoluto ciudadano y el exgerente de
la ESE municipal y ahora según me comentaron docente de la surcolombiana, donde
según lo escrito por el diario “la nación” daban buen ejemplo del tráfico de
favores políticos, unos renglones llamaron mi atención:
“Esa especialización
---refiriéndose supuestamente a una especialización en pediatría hecha por la
esposa de Cangrejo---, eran tres personas que son amigas, conservadoras, y
ellas me dieron las preguntas a mí…”
Pongamos en contexto el
asunto.
Las especializaciones médicas en Colombia son una odisea. A diferencia de muchos postgrados de otras
carreras, estas requieren dedicación absoluta, difícilmente solo queda tiempo
para la familia. Para realizar una
residencia (que es como se llama a la especialización clínica en medicina) se tiene que contar con un buen colchón
financiero que solvente los gastos personales (y familiares si es el caso) por
espacio de 3 o 4 años, tiempo que será
dedicado exclusivamente a la academia.
El gobierno se ufana de
decir que contamos con el tercer mejor sistema de salud del mundo, tal vez le
falto especificar algo, es el tercer mejor sistema de salud para las EPS y
cuanto administrativo tenga metidas las manos en él, para el personal de salud
y el paciente es una mierda.
Un residente no es un
estudiante cualquiera, es un médico con experiencia laboral, que tuvo que
sortear un riguroso proceso de selección, que se encuentra en constante
formación y piensa entregar lo mejor de sí a la sociedad; sus horarios de trabajo fácilmente exceden
los de cualquier trabajador oficial,
cumple funciones administrativas, realiza funciones asistenciales y
tiene que dar cuenta de actividades académicas, y solo en este país del sagrado
corazón, no recibe un solo peso por ello,
el trabajo de residencia es gratis, no remunerado, al contrario, cada
semestre dependiendo de la universidad puede variar entre los 5 y los 20
millones. Curioso estímulo para un país
que urge de disponibilidad de especialistas que aligeren las largas colas de
espera de citas y procedimientos médicos,
pero como la malicia indígena nos embarga, el gobierno sabiamente aparte de no dar
recursos para el pago de estos profesionales,
decide recortar los cupos de becas que tenía asignados para “ayudar” a
médicos de bajos recursos (que son bastantes).
Pero esta es la parte
“buena” de la situación. A diferencia de
otros países como Argentina, Chile o
España (a los cuales emigran gran parte de los médicos colombianos) donde
para ingresar a una residencia, luego de validar títulos y más cuestiones de
rigor, solo se tiene que presentar un
examen de conocimientos médicos generales (absolutamente nada fácil) que
representa un 80 o 90 por ciento del puntaje, siendo el resto dado por la hoja
de vida, y que dependiendo del resultado
permite al postulado elegir la especialidad
y la institución donde piensa desarrollarla, dando sensación de
transparencia y justicia, en Colombia las cosas son un poco diferentes.
Para presentarme a una
residencia lo primero que tengo que hacer es comprar el formulario de
inscripción, que según la universidad varía entre los 200 y 600 mil pesos, un
buen negocio pues perfectamente se pueden presentar cientos de médicos a una
especialidad que solo brinda la opción de 3 o 4 cupos. El siguiente paso es presentar el examen de conocimientos médicos generales
y específicos a la especialidad escogida, que requiere para su resolución
varias horas de estudio al día por varios
meses; si paso el examen clasifico a la prueba psicotécnica, si
paso esta, algunas instituciones exigen una semana de
rotación para “conocer” a sus futuros estudiantes y por último la prueba
definitiva, la archiconocida y temida
entrevista. Quien sortee todos estos
obstáculos felizmente entrará a formar parte del selecto grupo de
residentes (RCN nos vendió la idea que estos son
estudiantes promiscuos, que cada noche sellaban su jornada con una copa de
licor en un bar estrato siete y que tenían los conocimientos médicos típicos de
un estudiante de pregrado de primeros semestres).
Pareciera un proceso
riguroso y justo para escoger profesionales en los cuales quedara la salud de
muchos pacientes, pero….
Es conocido por todos los
médicos que lo único imparcial en este proceso es el examen, que este es el
único “punto seguro” en un océano de
subjetividades y pareceres. Se rumora entre médicos que en X o Y
universidad de los 3 o 4 cupos asignados uno o dos de ellos ya están asignados para hijos o
recomendados de ilustres personajes (la mayoría de las veces esto se cumple),
que muchas universidades escudándose en triquiñuelas de supuesto origen
administrativo disminuyen o aplazan
cupos dependiendo del mercado local, que
algunas por temporadas prefieren estudiantes de otras regiones para en el
futuro no verse en problemas de
competencia laboral, que algunas reciben
egresados de esta universidad y de esta
no, que muchas exigen un “perfil” que
nadie, aparte de sus escogidos, saben cuál es.
Dentro del anecdotario de
todo médico está el número de veces que se ha presentado a residencia y las veces que la “entrevista” los ha
descabezado.
Situaciones como estas son
motivo de jocosa y triste conversación.
¿Doctor Pablito Ud. de donde
es?
De Neiva doctor.
Allá hace mucho calor
¿cierto?
Sí señor,
Ah bueno, puede retirarse.
O que simplemente al entrar
a la entrevista, uno de los evaluadores con solo darle un vistazo dictamine.
- Lo siento doctor Ud. no cumple con el
perfil ****ista, puede retirarse.
Algo así solo muestra que el
nivel de imparcialidad y objetividad de las universidades del país tiende a cero, exceptuando el resultado del
examen, el boleto dorado, la llave
maestra (aunque casos se han visto en el que el primer puntaje no siempre pasa
a residencia)
Y resulta ahora, que según
esos audios, lo que hasta hace poco era lo más sagrado en términos académicos, el sacrosanto del conocimiento médico, andaba de arriba para
abajo, de un lado para otro, cual lista de mercado, en las manos de políticos baratos, como moneda de pago para favores
personales, algo que de ser cierto es
completamente vergonzoso, algo que nos escupe en la cara a todos y cada de los
egresados de la universidad surcolombiana,
algo que por simple decencia las directivas de la USCO tienen que desmentir
o en el peor de los casos castigar con severidad, algo que como profesionales
surcolombianos sencillamente no podemos permitir siga ocurriendo.
Mientras esto ocurre algunos
galenos tienen pensado visitar las distintas oficinas de los partidos políticos
regionales, con el fin de solicitar a
cambio de los votos de su núcleo familiar, la temática que cubrirán las preguntas
para las próxima convocatorias a residencia, porque al final de cuentas son
estos honorables personajes quienes nuevamente
definirían nuestros destinos, ¿o no?