Cuando
se está molesto y se quiere cerrar algún tema de discusión buscando que quede
claro el nulo interés ante este y las nulas intenciones de volver a tocarlo, es
usual dejar escapar de manera fuerte y elocuente un “me importa un culo”.
El
culo es de las palabrotas más usadas para liberar esos ímpetus de ira,
posiblemente después del “hijodeputa” en todas sus variantes, el “marica”
desprovisto de la carga de libertad de genero actual y la “mierda” en toda su
coprológica naturaleza, el culo es sin lugar a dudas una de esas expresiones
que, aunque no es necesariamente ofensiva en las primeras personas del verbo,
si sirve como aditamento para restar
importancia a cualquier cosa.
Pero
¿por qué tiene el culo que ser necesariamente malo? Un día me imaginé sin él y el futuro se me hizo amargo; así será de
importante este señor que es de las cosas que primero se le miran a los bebes
cuando nacen, y si por desgracia no lo tienen el camino para recuperarlo es
arduo y menesteroso.
Pero
hoy no vine a hablar sobre las variables lingüísticas del culo, pompis,
derriere, nalgas o cola, ni mucho menos sobre su funcionalidad
fisiológica. Simplemente vine a tratar
de dar respuesta a la incógnita que ronda
estos azarosos días: ¿por qué nos gustan los culos de las mujeres?
Es
algo instintivo, ajeno a nuestra parte consciente, algo automático. La señorita ingresa en nuestro campo visual,
y el nervio oculocefalogiro automáticamente dispara su carga sináptica y los
ojos, la cabeza, el cuello y en casos extremos de respuesta a esta explosión
bioquímica, todo el cuerpo, gira cual girasol al sol muscular que en armónico
movimiento se aleja de nosotros.
Usualmente una descarga adrenérgica producto del dolor costal anula este
reflejo…
Al
parecer dicho interés por esta parte del cuerpo femenino se remonta a épocas
prehistóricas, muy a pesar de algunos amigos anti evolucionistas y fieles
seguidores del creacionismo, hay que
decir que el instinto primario que dispara este en ocasiones “pecaminoso reflejo” nace del
comportamiento de nuestros ancestros homínidos. En un lejano pasado, cuando
nuestros peludos ascendientes aun andaban en cuatro patas, la cópula se
realizaba por atrás, como muchos simios lo hacen hoy; y es precisamente esta parte la primera que
llamaba la atención cuando la hembra estaba en celo, con esto quedó enmarcado en nuestro cerebro
primitivo que la parte de atrás guardaba algo interesante, luego la evolución nos haría pararnos en dos
patas, y los intereses debían
cambiar.
Las
representaciones femeninas más antiguas tienen un marcado interés por determinadas
partes corporales femeninas: los senos, principalmente enfocados en su función
de amamantar, las caderas y las nalgas o “culo” (prefiere este último, es más
inclusivo)
¿Por qué? Parece que todo
tiene una base netamente biológica y de supervivencia. Unas caderas amplias indicaban una adecuada
adaptación para el embarazo y el parto; cuando Dios en el jardín condenó a Eva al destierro, la levantó de su estado puro y
animal y la puso a caminar; con voz de trueno le increpó “parirás con
dolor”; una de las desventajas de la
posición erguida es esa, problemas con el parto, y dentro de las tipologías de
pelvis, la que más se acomoda para esta función
y a la vez la más usual de ellas es la de tipo ginecoide, que en términos técnicos se describe:
-Sacro
cóncavo o bien excavado, con promontorio no accesible.
-En
el estrecho superior los diámetros
oblicuos y transversos tienen más o menos las mismas medidas no así el antero
posterior que es más corto
-Espinas
ciáticas romas
-Escotaduras
Sacrociaticas amplias.
-Las
paredes laterales de la pelvis son
rectas
-Arco
subpublico amplio.
Que
a efectos prácticos vendría siendo la que da la tan conocida forma de
guitarra. En aquellas épocas una mujer
con buenas caderas era signo de buena madre, y en la que probablemente la cría
no moriría (ni ella tampoco) en el parto.
Pero
¿y el culo?
La
cosa es que entre el culo y la cadera tiene que existir armonía. Según algunos estudios, el culo como tal no
es tan importante, es la relación que se da entre culo, cadera y columna. Y le
encuentro razón a ello, hoy por hoy y gracias a la cultura narco, es usual ver
por las calles variopintas señoritas y
no tan señoritas exhibiendo su trasero quirúrgicamente diseñado, solo que en ocasiones y a pesar de tener un
buen tamaño, verse compacto y redondito, hay algo que no termina de
cuadrar, pasa como con los lentes de
contacto de colores, uno termina fijándose en ellos no porque sean bonitos sino
por lo raros que se ven.
Según
los entendidos debe existir una relación de la cintura de un 60% con las caderas,
ello daría la curvatura frontal guitarreana ideal. Eso por un lado, por el otro
lado está la relación angular entre la columna y las nalgas, muy a pesar nuestro, no es el culo con sus músculos glúteos hipertrofiados o
ensiliconados el que lleva la batuta, sino el ángulo que se forma en la columna
lumbosacra. Este parece que en su
medida ideal se ubica en los 45.5 grados, ángulos menores son mujeres de
espalda larga, poco aptas para la reproducción, ángulos mayores son mujeres algo
exóticas que peligrosamente pueden caer en patologías lumbares. ¿Y por qué justamente esta medida? Esta angulación junto con una masa muscular
glútea adecuada brindaba a la mujer un
punto de apoyo adecuado para realizar labores en estado de embarazo y la hacían
más apta para soportar varias gestaciones.
De
modo que la cosa no es solo un culo bonito y ya, nuestras queridas mujeres
deben comprender que cuando sutilmente desviamos la mirada ante alguna señorita
bien dotada, lo que hacemos es realizar un complicado calculo entre las
relaciones, proporciones y angulaciones de la
cadera, columna lumbosacra y masa muscular glútea, todo ello producto de
miles, o tal vez millones de años sabiamente trabajados por la madre naturaleza
con el fin de mantener la especie humana en pie. O en términos de mujer resentida, lo que
buscan simplemente es sexo… lo cual sería
cierto, de no ser por el neocortex cerebral, pero ese ya es otro cuento.
Con los
hombres las cosas son de otra forma. La imagen
habla por si sola.
Por
ultimo traeré a colación una historia relacionada con el culo.
Hace
unos años (muchos años) un culo prominente no fue justamente una moneda de la buena
suerte.
Sara
Baartman (1789-1815) fue una mujer bosquimana
del grupo de los hotentotes del sudoeste de África, tomada como esclava
por colonizadores europeos y llevada a Inglaterra
como atracción de circo por una particularidad anatómica. Dentro de este grupo étnico, es usual en las
mujeres una pronunciada angulación
lumbar y un incremento en la acumulación grasa en la zona glútea, por ello sus
cuerpos tienen culos excepcionalmente grandes, al parecer esta particularidad
anatómica les evitaba pérdidas calóricas y de paso servían para el “traslado”
de los niños.
Sara corrió con la mala suerte
de caer en manos de un médico inglés, que intrigado por su figura la embarcó a
Londres donde la encerró en su circo de cosas raras, allí fue exhibida como animal exótico, pues
según su captor una mujer con un culo y genitales gigantes (hipertrofia de
clítoris y labios menores) era prueba suficiente para ser considerada una raza inferior
(aparte de ser de raza negra) ante las críticas por el trato inhumano en
Inglaterra, fue trasladada a Francia donde
no hubo ningún cambio, se hacía
desfilar, se cobraba un valor extra por tocar su cuerpo, y cuando el show
perdió interés, la pobre mujer fue prostituida; finalmente murió a los 25 años alcoholizada, sola
en un mundo extraño y víctima de algún tipo de enfermedad venérea. No contentos con haberle arruinado la vida,
una vez muerta su cuerpo fue utilizado como material de estudio por médicos parisinos:
tomaron un modelo de yeso de su cuerpo, y luego de la autopsia, su esqueleto,
cerebro y genitales fueron dejados como especímenes de exposición en un
museo. Solo hasta 1994 luego de
finalizado el apartheid y bajo el mandato de Nelson Mandela, se pidió al gobierno francés que repatriara
sus restos, que finalmente fueron devueltos a su natal África en el 2002.
Para
bien o para mal, el culo sí importa.