latecleadera

sábado, 27 de febrero de 2021

El silbador

 


Se dice que habita en los oscuros bosques que rodean los poblados solitarios de la región andina,  muchos afirman que frecuenta los cementerios  y recorre la superficie de los ríos turbulentos. 

El silbador es un enigmático espectro con forma de  ave  que para algunos es de color negra, para otros de color gris.  Cuentan los versados  en temas del mundo desconocido que era una de aquellas aves que acompañaban a las brujas en sus reuniones clandestinas en noches de luna llena y que por razones que son desconocidas entabló amistad con el mismísimo diablo.

Cuando se separó de sus terroríficos amigos, se adentró en los bosques de árboles viejos y  malezas impenetrables,   lugares que solo abandona para dirigirse a las pequeñas chozas de los campesinos ubicadas en las faldas de las montañas o  para merodear  las casas  que se encuentran en la periferia de los pueblos del Tolima grande y la región antioqueña.

A diferencia de muchos otros espantos,  este no es agresivo ni causa daño a quienes lo encuentran,  tan solo es un ave de mal agüero, un mensajero de malas noticias.  Cuando una calamidad está por ocurrir en un hogar,  el silbador se encarama en alguno de los árboles del jardín más cercano, o se posa sobre las tapias de piedra de las casas viejas y desde allí, donde nadie pueda verlo,  lanza su largo y melancólico canto;  un silbido que hiela la sangre de aquellos que la escuchan, que roba la esperanza y aleja todo rastro de felicidad;  cada canto  es como un hechizo de tristeza, por ello, si se cuenta con la mala suerte de escuchar su silbido, lo mejor es alejarse de aquel sitio,   no vaya ser que su presencia llame la mala suerte para quien se detenga a investigar de dónde viene aquel lúgubre sonido.

Hay que aclarar que no se debe confundir al pájaro silbador con el silbón,  otra leyenda pero de los llanos orientales,  esta sí con un pasado oscuro y con intenciones peligrosas… pero esa historia será para otra oportunidad.

** publicado originalmente en la revista "güipas" del diario "La Nación" 2019

La candileja

 


 Poco después que el sol se escondiera tras las montañas, o pocas horas antes del amanecer, era posible ver a lo lejos en el horizonte, sobre las copas de los árboles o recorriendo los extensos potreros de las haciendas,  una extraña luz rojiza que al acercarse se transformaba en tres brasas ardientes que de forma caótica  chocaban entre si liberando infinitas chispas por todos lados.

Aquello era llamado por los abuelos como la candileja, un espectro del más allá, que gustaba acercarse a los hombres mujeriegos  e irresponsables que disfrutaban recorrer los caminos de los campos a altas horas de la noche;   también solía perseguir a los borrachos o a los jinetes nocturnos,  enredándose en las ancas de las bestias, espantando los animales y buscando hacer caer a los asustados campesinos de sus monturas.

Mucho se habló sobre cuál podría ser el origen de la candileja:  Unos decían que era el alma en pena de una mujer indígena que había muerto dentro de su choza incendiada,  otros decían que eran los espíritus de una mujer y sus hijos quemados en la época de la violencia en Colombia,  otros hablaban que era el alma de una esposa abandonada y engañada por su esposo aficionado a los caballos,  y por último se decía que eran las animas en pena de una abuela alcahueta y sus dos nietos  traviesos e irrespetuosos, que al morir y llegar a las puertas del cielo, fueron devueltos a la tierra transformados en fuego para purgar todas las faltas cometidas en vida,  por eso se les veía chocar y lanzar chispas, discutiendo sobre quien había tenido la culpa de su castigo,  por eso se le veía descendiendo sobre ríos tratando de calmar infructuosamente el fuego que los consumía.

Contaban los abuelos que si se tenía la mala suerte de encontrarse  este espanto en las noches solitarias por los caminos,  nunca había que rezarle, pues esto atraía la candileja creyendo que podía buscar consuelo en las oraciones ajenas.  Para ahuyentarla había que gritarle e insultarle por haber sido una vieja permisiva con unos hijos malcriados, esto bastaba para lograr deshacerse de tan incendiario ser.

Hace mucho que no se tienen noticias de ella,  tal vez las almas que la conformaban por fin comprendieron la responsabilidad de sus acciones, aceptaron su culpa, enmendaron sus errores y entraron finalmente al reino de los cielos.

** publicado originalmente en la desaparecida revista "güipas" del diario "La nación"  2019

viernes, 26 de febrero de 2021

El mohán

 


Cuentan los viejos pescadores que viven  a las orillas del rio  magdalena,  que en épocas antiguas, cuando ellos aún eran jóvenes y el mundo guardaba muchos misterios;  en las noches de luna llena,  al salir en busca de su sustento, era posible ver una enorme figura sentada sobre  las piedras  blancas de la orilla del río,   un hombre de musculosa contextura, con una larga y enmarañada cabellera que bien podía llegarle a la espalda, vello cubriendo su cuerpo cual si fuera un oso, fumando un tabaco enorme cuya luz rojiza hacia juego con la fiereza de su mirada.

Era el mohán,  el rey de los ríos,  una divinidad de tiempos remotos, mucho antes que los españoles llegaran a nuestras tierras, mucho antes que los indígenas recorrieran los valles y montañas  irrigados por el rio grande.

Los abuelos sabían que había que tratarlo con respeto,  a pesar de su enorme estatura y  su presencia aterradora, podía ser un buen compañero de pesca;  sabían los abuelos que si se le ofrecía una pequeña parte de lo que se esperaba obtener,  con su voz profunda y abismal convocaría peces de todos los tamaños para que se enredasen en las redes bajo las canoas; sabían los abuelos que era bueno dejarle pequeños regalos de sal y tabaco sobre las piedras que gustaba frecuentar, para así evitarle la molestia de verlo trasformado en un humano más, comprando esos víveres  en las noches de fines de semana en las tiendas más alejadas de las poblaciones rivereñas.

Contaban los pescadores que solo en los días  de semana santa, el mohán no aceptaba ninguna ofrenda y castigaría a todo aquel que se atreviera lanzar sus redes o anzuelos, bien podría romper los fuertes hilos, enredar entre las piedras y malezas los anzuelos o en el peor de los casos, arrastrar a los aventureros desobedientes a las profundidades del rio, de donde nunca más saldrían con vida.

Este espíritu acuático también era un gran mujeriego, gustaba acechar las jovencitas que lavaban ropa en las orillas de los ríos, y aquella que elegía como su próxima amante, era raptada en un descuido de sus padres o acompañantes  (por eso nunca se dejaban las bellas niñas solas deambular por las orillas) para ser llevada a sus mágicos aposentos:   un palacio en la profundidad de las aguas, repleto de joyas y tesoros,  donde quedaría prisionera por tiempo indefinido.  Contaban los pescadores que en ocasiones  solían ver en horas de la mañana a las mujeres raptadas, tomando el sol sobre las piedras que emergían del caudal,  para luego verlas sumergirse nuevamente en las corrientes de las aguas, presas aun de los poderes mágicos de nuestro mitológico ser.

Hoy casi nunca se le ve,  evita lo más que puede el contacto con los humanos…está molesto con ellos, convirtieron sus  dominios en cloacas y vertederos de basura.   Con el huyeron los peces con los que se alimentaban los pescadores, con él se fueron las aves de picos largos y vistosos plumajes, con él se fue el ímpetu del río y las melodías del agua en las noches de luna llena.

** publicación original para la desaparecida revista "güipas" del diario La Nación año 2019