El atardecer descolgaba sus últimas horas sobre los muros de la casa
uniforme y blanca; la ventana de madera carcomida, con estampillas de dioses
decadentes y rollizos se encontraba de par en par.
La princesa, sonriente con la mirada al vacío yacía tras ella.
La brisa transportaba hasta mí su aroma, mezcla de perfume modesto y sudor reciente... algo dulce.
Revolotee por aquel caserío unas mil veces, deseoso lanzar fuego y en
mis garras arrebatar el temporal sentido del ser. Me abstuve por sortilegios y truenos impresos en los pisos rojos como el
ocaso, colocados allí por algún infame brujo enemigo de dragones.
Paciencia, resoplaron los juncos de la
quebrada cercana, mientras veía estupefacto la caída de muchos soles, vigilante
en los montes áridos y colosales.
Unos días la vi rosada, como antaño vestían las doncellas que sereno
devoraba. Aveces era azul, enjuta en sus
atavíos como hormiga en tela de araña.
Por años toleré gustoso el humo de los incensarios y las palabras
iracundas e ilógicas de clérigos turbados por fuerzas telúricas.
Mimético, cual camaleón, me deslizaba por mis sueños soleados en
potreros y sabanas de pastizales amarillos con guayabos estériles y
gigantes. Rozando mi piel en su hogar,
ingenuo en apariencia, mientras, inconsciente afilaba la daga de mi ceremonial
sacrificio.
Fue en una de tantas noches, bajo el brazo fuerte del cazador estelar,
cuando, tranquilo, deambulando por calles luminosas, acero ardiente sentí en
mis costados; La trampa había sido tendida, y yo, majestuoso y humillado,
luchaba desesperadamente en su interior.
Los verdugos quebraron mi pétrea piel y con cadenas y grillos, en mallas
finas y fuertes como el silencio, fui llevado a mi prisión. Largas jornadas duró mi transporte, y los
hombres sombríos pero satisfechos, arrastrado me llevaron - al colmo de sus
fuerzas – a mi destino final. Allí,
inmerso en muros de fuego y rocas lisas y filosas permanecí; atado, mutilado,
vilmente despojado de mi poder, mascullando venganzas futuras, sacrílegas.
Dragón no podía ser más, y como una ilusión
fui capaz de morir, soberbio en ríos de calor.
Hace unas noches, ligeramente disuelto en las sombras cual nueva
criatura soy, la vi. En boca de madre
ajena, multiplicando su vida... alegre.
Las hojas caen, los árboles inquietos murmuran, los animales de ojos
profundos, atentos observan al mago, sentado sobre las ruinas del templo
antiguo, su santuario.
“Una sombra ha llegado, extraño ser que recuerda los míticos dragones” comentan
las flores entre sí. Nuevas noticias
trae a su señor. Un fugaz brillo brota
de sus ojos; de esperanza, de sabiduría... de divina venganza.
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