El árbol guarda tras de sí el
recuerdo de un mundo poco cambiante, es la reserva del silencio de los
milenios. Una planta en su forma más
sutil es calma y quietud en armonía de vida, prescinden de inteligencia porque
aquella implica violencia y su fuerza radica en la posibilidad de trascender en
el universo de las posibilidades como
aquello superior a la quietud del ente inanimado que no requirió confrontar al
otro yo para poder ser.
El árbol habla el lenguaje del
viento, se expresa en el vaivén de sus ramas, en una ilusión de caos natural
que a ojos del buen entendedor
dilucidara los instantes no apresados en medidas de tiempo, solo un
continuo devenir del pasado interpretado desde su vegetal experiencia.
Todo árbol en la simbología
del mago, en la formación de arcanos y sigilos, en la base de un conjuro o como
cuerpo de una oración lleva implícito el sentido del tiempo en su expresión
pasada, las hojas son lo efímero del ahora que acaba de morir, una flor es el
reflejo de una muerte futura, las ramas evocan el canto de los animales estacionales
y el tronco y su madera es la escritura de los años, un bosque es una composición de siglos
pasados y las características de cada especie son el lenguaje de los milenios.
Cada especie representa un
instante, una leve perturbación en la maraña de campos que formaron el ayer.
Un ser vegetal es la memoria de
la tierra, pues llevan la impronta de mantener en su más remoto linaje el
impulso vital básico que genero la vida en el planeta. Están en íntima relación con la tierra y es
ella quien les da el soporte y la promesa de su permanencia.
(El grimorio del herrero y el dragón)
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