Luego del lamentable suceso del desplome de la ceiba centenaria en el municipio de Gigante, muchos han puesto sus ojos sobre otro de los árboles representativos y tal vez el más hermoso del Huila; el samán del parque de Iquira. Aunque no ha tenido la relevancia mediática que si tuvo el finadito maderable de Gigante, este árbol se ha convertido en el símbolo de identidad de todas las personas nacidas en esta población. Pensaría que junto al templo parroquial, forman los dos iconos que han servido de integradores de la conciencia comunal y del sentido de hermandad en esta pequeña región, es más, siendo un poco atrevido, podría decir que dicho árbol supera al monumento católico en su importancia, ya que sobre él reposa la memoria colectiva que se ha forjado por décadas y generaciones, que han desarrollado sus historias, romances, intrigas y relatos bajo el manto de su ramaje.
Como todo ser vivo en constante dinamismo, ha brindado un inconsciente reloj biológico capaz de marcar el compás de los ritmos culturales y rituales locales, impregnando en cierta medida un espíritu social primitivo en todos los iquireños. Estos a lo largo de los días han presenciado sus distintas fases vitales, como aquellas que se expresan en los escenarios cuasi fantasmales en los que sus ramas emergen de la niebla en las mañanas de invierno, o en el verdor de sus hojas en plena “primavera” que de manera sutil resaltan sus tonalidades según la hora del día; el decaimiento en los “otoños” tropicales, cuando preocupados muchos ven como pierde gran parte de su follaje, hasta las infestaciones de cigarras ensordecedoras en las tardes de verano y las coloridas orquídeas que florecen a mitad de año.