Dicen los abuelos que hace mucho tiempo, en
un lejano pueblito ubicado en las laderas de una montaña, vivía un hombre
avaro, cascarrabias y solitario, incapaz de brindar ayuda a cualquiera que la
solicitase; era tal su mezquindad, que cuando algún pobre campesino moría,
muchos pedían colaboración para darle sagrada sepultura, menos este hombre que entre insultos gritaba
que nunca daría un solo peso para ello y que el día que muriese preferiría que
su cuerpo fuese lanzado al rio antes que
soportar la lástima de sus vecinos.
Y en efecto ese día llegó; como sus paisanos no eran como él, organizaron
su funeral a pesar de no contar con mucho dinero, pero en el momento en que tenían que
trasladarlo al cementerio en el catre de guaduas que habían construido simulando un
féretro, este se fue volviendo más y más pesado, tanto que los hombres que lo
cargaban tenían que hacer relevos cada pocos metros, y justamente cuando
pasaban por un viejo puente sobre el rio, este no aguantó el peso y se desplomó
arrastrando a las turbulentas aguas al difunto y su andamiaje. Sus restos nunca fueron encontrados, pero su
alma tampoco halló descanso, desde ese entonces en las noches solitarias de los
poblados más distantes, un desprevenido transeúnte ocasionalmente podrá ver una
extraña procesión; un pequeño grupo de personas cargando un andamio de guaduas
cubierto por una sábana blanca, debajo de la cual yace el viejo avaro, en
eterno peregrinar hacia un desconocido sepulcro. Es característico de este espectro el sonido
tenebroso que produce a medida que
recorre las calles solitarias, sus
huesos chocan incesantemente con el bamboleo de los fantasmas que cargan los maderos, y si
se pierde el miedo y se presta atención a la procesión se podrán escuchar los
comentarios que entre sí realizan los espectros, quejándose de lo
extremadamente pesada de su carga, hasta
que finalmente se pierden en la oscuridad, cruzando alguna esquina que lleve
camino al cementerio… esta es la historia del guando, tal y como me la contaron
los abuelos.