Son claras las imágenes que llegan a mi mente: luego del encuentro con el hombre de
ultratumba al borde del camino, el mago que en un futuro no muy lejano seré yo,
guiaba con premura a un pequeño grupo de anónimos niños por entre una montaña
repleta de árboles moribundos, niebla húmeda y fría disuelta por una brisa
huracanada preámbulo de tempestad.
Son imágenes
Podría ser la mañana pero todo pareciera que evocará la
pronta caída de la noche
Los animales guardaban silencio y solo se escuchaba el rumor
de los arboles viejos conjurando maldiciones para aquellos que no deberían
estar allí.
El mago y su expresión de afán y algo de angustia, en un
rostro de una sobriedad solo heredada de los dioses antiguos.
Sus ropas negras y largas desteñidas por innombrables días
de sol, y unos mechones pegados a su frente mojada por una incipiente llovizna.
Ascendimos por las empinadas faldas de aquella montaña perdida entre bosques susurrantes, evitando tropezar con infinitos guijarros regados por todos lados. Atrás quedaba la sombría floresta, ahora solo había lugar para ocasionales arbustos de ramas como látigos y una hierba semi seca que seguía el ritmo del preámbulo de la tormenta.
Poco antes que la primera estrella desplegara su brillo tras las nubes de lluvia, el mago enseñó un pequeño claro en un difuso huerto con extrañas figuras geométricas en un suelo sin flores… el dibujo de un laberinto… recitó algunos hechizos en una lengua desconocida y empezó a caminar por aquel sigilo milenario, nos ordenó que le siguiéramos en fila india y que nunca nos separáramos, a cada paso su figura se disolvía en etéreas formas petras para finamente desaparecer y dejarnos solos en una planicie oculta a los ojos profanos, donde majestuosas se elevaban enormes piedras sin tallar, menhires por doquier, algunos dólmenes y difusas formas pétreas de tres o más metros, un jardín de piedra, un jardín de niños de piedra.