latecleadera

jueves, 28 de septiembre de 2017

Federico corre bajo la lluvia



Algunos amigos me han preguntado el por qué escribí el libro,  como es de suponerse, poca razón he dado, es que soy malo dando respuestas rápidas a preguntas simples.

Me imagino que cada escritor maneja su ritmo de producción creativa, no sé  cuántos de ellos harán uso de las herramientas del mercado editorial,  salvándose de la dispendiosa tarea de la corrección y la muy interesante labor de la maquetación.  Pero de mí solo puedo decir que soy un procrastinador exquisito, y para que el libro llegara a otras manos fue necesario un largo camino.

¿Por qué literatura infantil?

Porque esta se enfoca necesariamente en el niño que todos llevamos dentro.   Es errónea la apreciación  que lleva a pensar que los libros infantiles son solo para los menores de edad,  es claro,   ese es  el público al cual está dirigida,  buscando crear un lazo entre la historia, el libro y el lector, que de una u otra forma creará  una vía para dar paso a la interpretación de su realidad y un espejo para reflejar sus necesidades y sueños.   Pero en el adulto el panorama cambia,  el libro infantil es la llave que abre aquel baúl arrumado en algún lugar de la mente donde se guarda lo más preciado del  existir.  Todo adulto siempre busca ser aquello que el niño deseó,   todo adulto anhela ser el niño que sueña ser grande,  todo adulto siempre busca regresar a su estado básico, sobre el cual edificó su vida y su realidad. 

A diferencia del publico de 7 u 8 años, un lector mayor puede reinterpretar cada historia, amoldarla a sus anhelos secretos,  cotejarla con sus fantasías olvidadas y  sumergirse en las frases simples que pueden decir mucho;  como cuando se hablaba con la abuela en una tarde de jueves sobre cosas que ya no se recuerdan por su aparente irrelevancia, pero que cada tanto nos martillan en lo más profundo del ser. 

La literatura infantil debido a su simbiosis con las ilustraciones,  crea un espacio donde cada historia se compenetra con la imagen, le brinda nuevos significados,  resuelve el problema de la sencillez narrativa con la capacidad que tiene la mente de ver más allá de los  colores y dibujos, y de forma inconsciente recrea realidades  perdidas en la memoria,  permite  apreciar los mundos ocultos  tras las montañas levemente insinuadas en alguna acuarela o el bosque profundo repleto de seres de antaño que algún vinilo o pastel deja someramente entrever.

Un libro infantil simple y llanamente resucita al niño que ocultamos pero que nunca queremos dejar desaparecer.

¿Por qué la autoplublicación?



Porque es la única alternativa que deja un mercado cerrado, enmarcado por difusos concursos literarios,  diseñado para la rentabilidad de la editorial  y que solo genera utilidades  decentes para los escritores de best seller,  los perfectos desconocidos están condenados al limbo del anonimato.

Por otro lado (o desde otra perspectiva, o del ahogado el sombrero) la autopublicacion da libertad en la labor creativa,   ya no solo radica el arte en la acción de escribir, sino que esta se extiende a la acción  de dar nacimiento al libro.  Dependiendo del ingenio del autor, de sus recursos y del tiempo disponible,  cada libro terminado deja de ser solo un libro y se convierte en una artesanía, y si el genio aflora, en una obra de arte.

Pero lo más importante  es que  enseña a perder el miedo a escribir,  me ha mostrado que un libro es mucho más que los ejemplares sellados en plástico en los estantes de las librerías,  con ello comprendí que para escribir un libro solo se necesita el deseo, la historia y el papel donde plasmarlo…el resto son arandelas.

¿Y quién es Federico?



Es el resultado de organizar varias historias desperdigadas por todos lados.  Aunque  llevaba trabajando en esto algunos años, fueron necesarios varios disparadores: el primero  ocurrió hace 3 años cuando un ladrón tomó prestado mi computador portátil en el cual  tenía guardado gran parte de mi trabajo,   por rabia y desilusión me motive a dejar  plasmado lo que se me ocurriese bien fuera en un libro o finalmente en este blog.  

Después de compilar las historias las guardaba  para revisarlas meses después, luego,  las tomaba nuevamente,  volvía a realizar alguna corrección y dejaba los escritos quietos por varias semanas más, luego realicé las  ilustraciones (48 acuarelas la mayoría de ellas dibujadas después de la media noche) y volvía a guardarlo todo  hasta finalmente tener el borrador listo para imprimir,  pero también lo dejaba  en espera de no sé qué.   Fue por una charla que se dio en mi lugar de trabajo,  cuando comenté  que tenía la intención de publicar un libro,   un cirujano amigo,  el Dr. adonis Ramírez  expresó lo mismo, solo que él ya tenía todo listo y alcanzó a llevarlo a la feria del libro en Bogotá,  un libro de poemas llamado “confesiones”. 



Y el detonante para que esto tuviese forma fue la invitación a un conversatorio sobre “humanizar a través de las letras” en el segundo festival del libro de la ciudad de Neiva, lo que me obligó a tener algunos ejemplares listos,  pues no es de mi agrado aparecer  por ahí citando libros que no han visto la luz.



“Federico corre bajo la lluvia” está  formado por 30 cuentos que escribí a lo largo de  cinco años, fue un poco complicado  seleccionarlos y encasillarlos en el modelo que guarda el libro,   muchos eran narrados en distinta persona, con distintos enfoques, de modo que al acomodarlos al manuscrito muchas veces me veía a gatas tratando de ajustarlos  tanto en la forma como en el fondo,  y es por ello que en la historia se presentan saltos algo forzados,  consecuencia   precisamente   de tomar  narraciones de aquí y allá y acomodarlas lo mejor que se pudo en estas páginas.

Una amiga  a la cual  le envié una copia para que me diera el visto bueno,  le postuló el título de “las aventuras del niño campesino” porque en esencia eran  eso, simples narraciones de la forma como un niño ve su mundo y su realidad. 

Cuando se lee parece obvio que el niño soy yo, y en partes lo es,  en otras no,  algunos cuentos son recreaciones de algún recuerdo difuso,   a tal punto que puedo decir que una vez escrito,  el recuerdo fue reemplazado por el cuento.  Algunos retazos de memoria se reconstruyeron y dieron forma a las historias;   es probable que si David  leyera los cuentos tuviese un recuerdo muy distinto del mío.  Me contaron que mi abuelo solo sonrió cuando uno de sus nietos le leyó las primeras páginas.  Los hijos de Felio  aseguran que el libro trata sobre su papá.
  



Juan Pablo “tractomula” ya no usa aparatos de ortodoncia y al igual que Diofante o Dilmer desconocen que están metidos en hojas de papel, y Wilson  nunca más corrió con sus carros de juguete pues abandonó este mundo hace  varios años.  Otras historias son extrapolaciones  de mi hijo mayor  y otras simples invenciones enmarcadas en los maravillosos años  ochenta.




inevitablemente  estuve  influenciado por otros escritores;    en su forma básica  quise asemejar algunas  de las historias de Andrés Elías Florez Brum y Jairo Aníbal Niño,  con las cuales  aprendí a leer y que estaban impresas en las cartillas  de la escuela,  otro autor en el cual  me base fue la producción de René Goscinny y “las aventuras del pequeño Nicolás”  que  sirvió como  referente en el uso de las formas narrativas,  buscando  con esto dotar a cada personaje de su propio universo, para en lo posible, y -dios mediante como dicen las abuelas-  crear nuevos hilos narrativos con cada uno de ellos.   Fue imprescindible el “empujón” creativo que deja el leer libros de escritoras como Tove Jansson y Selma Lagerlöf,   sumergirse en las producciones de la editorial Ekaré, dejarse llevar por la dinámica  de Hergé,  rememorar algunos capítulos  de “la historia secreta de los gnomos” de Wil Huygen y añorar las aventuras de “Pippa medias largas”  de Astrid Lindgren.





Quise hacerlo así - a pesar de todos los inconvenientes-  porque es una forma de expandir y proyectar una parte de mi ser, y  hacer partícipe de ello  a mis allegados (en primera instancia) que  nunca pensé  estuviesen tan interesados en conseguir el libro, y de paso permitirles  entrar dentro del proceso creativo  y ser editores del mismo,  por ello puedo decir que cada libro es único,  cada libro es la mejora del otro, o la imperfección perfecta del anterior, cada sugerencia, cada reclamo, cada sonrisa que se desprende  es una comunión,  más que con el autor,  con el Federico que cada quien lleva dentro,  con ese niño que  en algún momento quiso correr bajo la lluvia.