Algunos amigos me han preguntado el por qué escribí el
libro, como es de suponerse, poca razón
he dado, es que soy malo dando respuestas rápidas a preguntas simples.
Me imagino que cada escritor maneja su ritmo de producción
creativa, no sé cuántos de ellos harán
uso de las herramientas del mercado editorial,
salvándose de la dispendiosa tarea de la corrección y la muy interesante
labor de la maquetación. Pero de mí solo
puedo decir que soy un procrastinador exquisito, y para que el libro llegara a
otras manos fue necesario un largo camino.
¿Por qué literatura infantil?
Porque esta se enfoca necesariamente en el niño que todos
llevamos dentro. Es errónea la apreciación que lleva a pensar que los libros infantiles son solo para los menores de edad, es claro, ese es el
público al cual está dirigida, buscando
crear un lazo entre la historia, el libro y el lector, que de una u otra forma creará
una vía para dar paso a la
interpretación de su realidad y un espejo para reflejar sus necesidades y
sueños. Pero en el adulto el panorama
cambia, el libro infantil es la llave
que abre aquel baúl arrumado en algún lugar de la mente donde se guarda lo más
preciado del existir. Todo adulto siempre busca ser aquello que el
niño deseó, todo adulto anhela ser el
niño que sueña ser grande, todo adulto
siempre busca regresar a su estado básico, sobre el cual edificó su vida y su
realidad.
A diferencia del publico de 7 u 8 años, un lector mayor puede
reinterpretar cada historia, amoldarla a sus anhelos secretos, cotejarla con sus fantasías olvidadas y sumergirse en las frases simples que pueden
decir mucho; como cuando se hablaba con
la abuela en una tarde de jueves sobre cosas que ya no se recuerdan por su
aparente irrelevancia, pero que cada tanto nos martillan en lo más profundo del
ser.
La literatura infantil debido a su simbiosis con las
ilustraciones, crea un espacio donde
cada historia se compenetra con la imagen, le brinda nuevos significados, resuelve el problema de la sencillez
narrativa con la capacidad que tiene la mente de ver más allá de los colores y dibujos, y de forma inconsciente
recrea realidades perdidas en la memoria, permite apreciar los mundos ocultos tras las montañas levemente insinuadas en
alguna acuarela o el bosque profundo repleto de seres de antaño que algún
vinilo o pastel deja someramente entrever.
Un libro infantil simple y llanamente resucita al niño
que ocultamos pero que nunca queremos dejar desaparecer.
¿Por qué la autoplublicación?
Porque es la única alternativa que deja un mercado cerrado,
enmarcado por difusos concursos literarios,
diseñado para la rentabilidad de la editorial y que solo genera utilidades decentes para los escritores de best seller, los perfectos desconocidos están condenados al
limbo del anonimato.
Por otro lado (o desde otra perspectiva, o del ahogado el
sombrero) la autopublicacion da libertad en la labor creativa, ya no solo radica el arte en la acción de
escribir, sino que esta se extiende a la acción
de dar nacimiento al libro.
Dependiendo del ingenio del autor, de sus recursos y del tiempo
disponible, cada libro terminado deja de
ser solo un libro y se convierte en una artesanía, y si el genio aflora, en una
obra de arte.
Pero lo más importante es que
enseña a perder el miedo a escribir, me ha mostrado que un libro es mucho más que
los ejemplares sellados en plástico en los estantes de las librerías, con ello comprendí que para escribir un libro
solo se necesita el deseo, la historia y el papel donde plasmarlo…el resto son
arandelas.
¿Y quién es Federico?
Es el resultado de organizar varias historias desperdigadas
por todos lados. Aunque llevaba trabajando en esto algunos años, fueron
necesarios varios disparadores: el primero ocurrió hace 3 años cuando un ladrón tomó
prestado mi computador portátil en el cual tenía guardado gran parte de mi trabajo, por
rabia y desilusión me motive a dejar plasmado lo que se me ocurriese bien fuera en
un libro o finalmente en este blog.
Después de compilar las historias las guardaba para revisarlas meses después, luego, las tomaba nuevamente, volvía a realizar alguna corrección y dejaba
los escritos quietos por varias semanas más, luego realicé las ilustraciones (48 acuarelas la mayoría de
ellas dibujadas después de la media noche) y volvía a guardarlo todo hasta finalmente tener el borrador listo para
imprimir, pero también lo dejaba en
espera de no sé qué. Fue por una charla
que se dio en mi lugar de trabajo, cuando comenté que tenía la intención de
publicar un libro, un cirujano amigo, el Dr. adonis Ramírez expresó lo mismo, solo que él ya tenía todo
listo y alcanzó a llevarlo a la feria del libro en Bogotá, un libro de poemas llamado “confesiones”.
Y el detonante para que esto tuviese forma fue la invitación
a un conversatorio sobre “humanizar a través de las letras” en el segundo
festival del libro de la ciudad de Neiva, lo que me obligó a tener algunos
ejemplares listos, pues no es de mi agrado
aparecer por ahí citando libros que no
han visto la luz.
“Federico corre bajo la lluvia” está formado por 30 cuentos que escribí a lo largo
de cinco años, fue un poco
complicado seleccionarlos y
encasillarlos en el modelo que guarda el libro, muchos eran narrados en distinta persona,
con distintos enfoques, de modo que al acomodarlos al manuscrito muchas veces
me veía a gatas tratando de ajustarlos tanto
en la forma como en el fondo, y es por
ello que en la historia se presentan saltos algo forzados, consecuencia
precisamente de tomar narraciones de aquí y allá y acomodarlas lo
mejor que se pudo en estas páginas.
Una amiga a la cual le envié una copia para que me diera el visto
bueno, le postuló el título de “las
aventuras del niño campesino” porque en esencia eran eso, simples narraciones de la forma como un
niño ve su mundo y su realidad.
Cuando se lee parece obvio que el niño soy yo, y en partes
lo es, en otras no, algunos cuentos son recreaciones de algún
recuerdo difuso, a tal punto que puedo
decir que una vez escrito, el recuerdo
fue reemplazado por el cuento. Algunos
retazos de memoria se reconstruyeron y dieron forma a las historias; es probable que si David leyera los cuentos tuviese un recuerdo muy
distinto del mío. Me contaron que mi
abuelo solo sonrió cuando uno de sus nietos le leyó las primeras páginas. Los hijos de Felio aseguran que el libro trata sobre su papá.
Juan Pablo “tractomula” ya no usa aparatos de
ortodoncia y al igual que Diofante o Dilmer desconocen que están metidos en
hojas de papel, y Wilson nunca más
corrió con sus carros de juguete pues abandonó este mundo hace varios años.
Otras historias son extrapolaciones de mi hijo mayor y otras simples invenciones enmarcadas en los
maravillosos años ochenta.
inevitablemente
estuve influenciado por otros
escritores; en su forma básica quise asemejar algunas de las historias de Andrés Elías Florez Brum y
Jairo Aníbal Niño, con las cuales aprendí a leer y que estaban impresas en las
cartillas de la escuela, otro autor en el cual me base fue la producción de René Goscinny y “las
aventuras del pequeño Nicolás” que sirvió como
referente en el uso de las formas narrativas, buscando
con esto dotar a cada personaje de su propio universo, para en lo
posible, y -dios mediante como dicen las abuelas- crear nuevos hilos narrativos con cada uno de
ellos. Fue imprescindible el “empujón”
creativo que deja el leer libros de escritoras como Tove Jansson y Selma
Lagerlöf, sumergirse en las producciones
de la editorial Ekaré, dejarse llevar por la dinámica de Hergé,
rememorar algunos capítulos de “la
historia secreta de los gnomos” de Wil Huygen y añorar las aventuras de “Pippa
medias largas” de Astrid Lindgren.
Quise hacerlo así - a pesar de todos los inconvenientes- porque es una forma de expandir y proyectar una
parte de mi ser, y hacer partícipe de
ello a mis allegados (en primera
instancia) que nunca pensé estuviesen tan interesados en conseguir el
libro, y de paso permitirles entrar
dentro del proceso creativo y ser
editores del mismo, por ello puedo decir
que cada libro es único, cada libro es
la mejora del otro, o la imperfección perfecta del anterior, cada sugerencia,
cada reclamo, cada sonrisa que se desprende
es una comunión, más que con el
autor, con el Federico que cada quien
lleva dentro, con ese niño que en algún momento quiso correr bajo la lluvia.