latecleadera

domingo, 11 de mayo de 2014

Cuando yo era budista......



Todos en algún momento de la vida pasamos por esos episodios de inconformidad existencial, temporadas de dudas metafísicas, vacío espiritual y  anhelo de respuestas y serenidad.  La gran mayoría  siempre presentó estos síntomas por allá iniciando  sus veintes, concordando con los años universitarios.  Sobra decir que en “esos días de cólico mental” el ritmo de vida universitario nos mantenía  al tanto de las distintas corrientes de pensamiento y opinión.  Posiblemente terminábamos con algún arabesco de tatuaje, de esos que hoy solo dan  vergüenza,   con los cabellos más allá del hombro; largos, rebeldes y grasosos (el dinero para el tratamiento capilar era bien invertido en licor). Calzando   sandalias rústicas, encargadas a los vendedores de artesanías que se sentaban frente a la facultad o simplemente tomando cerveza cada dos días, tarareando canciones del mago de oz, rodeados de una nube de humo de cigarrillo o en el mejor de los casos, una nube de hierba quemada.

En esas andaba mi persona por aquello días (claro, no hice todo lo anteriormente escrito, no corrí con tanta suerte), buscando respuestas complejas a preguntas ridículas que nadie me había formulado. Desahogando mi mente en la biblioteca pública que quedaba en la antigua estación del tren, a ratos rodeado de niños, a ratos rodeado de indigentes, a rato rodeado de eruditos que no hablaban con nadie.  Y en una de aquellas búsquedas del libro semanal, cayó en mis manos un compacto y vetusto ejemplar de EL PEREGRINO KAMANITA de Karl Gjellerup.  Lo empecé a leer con desconfianza, el titulo no prometía nada, no había dibujitos ni tampoco ningún tipo de reseña en la portada. Solamente estaba en la colección de obras de autores ganadores del nobel.  

-Algo bueno ha de tener- me dije.  Y en efecto sí que lo tenía.


De la mano de Kamanita inicie mi peregrinaje interior, lo acompañe en sus travesías como mercader, como romántico pretendiente (la historia llegó a un punto tal, que  destilaba cursilería por la solapa, ni Corín Tellado lo habría hecho mejor, pero igual no podría dejarla inconclusa) me convertí en fiel ladrón devoto de la diosa Kali, y por días perseguí la sombra del buda sin encontrarlo.  Al final, posiblemente un fin de semana, morí como kamanita y resucite de nuevo en el paraíso en compañía de la preciosa Savithi, para luego, un lunes de parciales, ver morir a los dioses eternos junto con su paraíso, como lotos que caen al fondo del lago  y  finalmente renacer cual estrella o galaxia un viernes de parranda, esperando la tan anhelada respuesta del buda en su nirvana, que si mal no estoy llego ese sábado en la madrugada después de una noche de bebeta y fornicación.

El peregrino kamanita  es de esos libros que absorben, que impregnan el entorno con sus palabras, a tal punto que fue  posible escuchar los pasos de las negras panteras rodeando mi habitación. Y es, a mi parecer, el mejor libro para iniciarse en el mundo del budismo.  Una historia narrada al lado del buda ya anciano, con un personaje principal tan humano como cualquier parroquiano.

Durante la semana siguiente a su lectura fui algo parecido a un budista, desempolve mis sandalias visajosas compradas a un pseudo hippie artesano, no comí carne, aunque creo que fue más por falta de dinero que por convicción, y malinterprete eso de “el deseo es lo que causa el sufrimiento” en un “me importa un culo todo”.  No duró mucho ese estado, a falta de gurú que me guiara, árbol de la sabiduría en el cual meditar y un nirvana esquivo, volví a mis viejas andanzas, eso sí con la esperanza de que cuando muera y renazca en el paraíso, y vuelva y muera y renazca en lo que sea que siga después del paraíso, el buda cordialmente de respuesta a las preguntas que por aquellos días de confusión rondaban mi cabeza.
ilustración de alberto montt

sábado, 10 de mayo de 2014

Un bambuco por favor



Muchas veces por cosas de la vida llegan a nuestras manos obras que bien podrían estar condenadas al olvido.

Hace años, recién graduado, llegué a un pequeño poblado inmerso en la cordillera colombiana, allí iniciaría mi rural, con tremendas expectativas por esa nueva experiencia. Y una de esas expectativas era la rubia preciosa y pendenciera que allí trabajaba  como odontóloga,  o al menos eso era lo que me había comentado un médico amigo que conocía la zona.  

Mientras viajaba por carreteras maltrechas en una chiva destartalada, me imaginaba en mi futura vida profesional, de parranda y jolgorio continuo, acolitado (y quien sabe que más) por mi compañera laboral.  Después de las 3 o 4 horas de viaje al fin llegué a mi destino, un caserío de 3 calles  con la soledad típica de todos los pueblos a las 11 de la mañana. Me dirigí al puesto de salud y  me presenté ante el médico saliente. Este amablemente me presentó mi nuevo equipo de trabajo, y tamaña sorpresa me lleve cuando del consultorio de odontología no salió la venus libertina que me habían pintado  sino un señor cincuentón, con principios de calvicie y un típico acento paisa.

 – ¡mucho gusto hombre!-
Me saludó  y me dio la mano efusivamente.

De toda aquella serie de elucubraciones mentales que había tenido  no quedó nada, que mala suerte la mía, pensé.


Su nombre era Eduardo Enrique Gil Cataño, y aunque nunca me acolitó  ninguno de mis pendencieros planes, pues no gustaba de parranda y menos del trago, si fue una de esas personas que por fortuna muy de vez en cuando se encuentran en la vida.  

Artista hasta los huesos, formaba parte del reconocido DUETO ENSUEÑOS (desconocido para mi) ganador de no sé cuántas veces el Mono Núñez y otro montón de concursos nacionales e internacionales de música colombiana. Curiosamente como maestro de guitarra era pésimo.    según me contó, la había aprendido a tocar a oído, y para enseñar guitarra a oído a un rockero la cosa se ponía complicada.  Lo suyo era el canto: cantaba al desayuno, al almuerzo y a la cena. Y cuando no cantaba narraba anécdotas e historias (algunas repetidas y parecía no darse cuenta, cosas de la edad pensaba yo), vaya uno a saber si eran ciertas.  


Fueron días de trabajo agradable, de tertulias diarias, bien podían ser en la cabina de la ambulancia, junto a palomino el conductor  o en la sala del puesto de salud. De  el aprendí a criticar como lo hacen los abuelos, también seguí sus fieles enseñanzas en métodos y tácticas para “volarse” del trabajo (en términos médicos seria fistulizarce), aprendí a escuchar y degustar la música colombiana, que hasta esa fecha solo me era tolerable en almuerzos y presentaciones de colegio. Y me enseñó esa manía  de iniciar proyectos porque si,  solo por la razón de mantener la mente ocupada, como lo fue    crear un ajedrez en mármol  del cual solo hizo medio tablero y dos peones,  o crear pequeños lagos en el patio para criar peces ornamentales de los cuales solo cavo dos o tres huecos sin forma, en los cuales al final sembró  cilantro que nunca creció, cortesía de los pájaros y las hormigas. Sin contar con los experimentos culinarios con menudencia de pollo y maíz pira que mejor ni me acuerdo.

 Fue en una de tantas charlas  en la que  me habló sobre su padre, un señor aún más díscolo que él, alcalde de Cañasgordas al cual siempre describió como un patriarca casi macondiano.  Entre una historia y otra me regaló un libro, bueno… en realidad un archivo de Word, donde el viejo, antes de morir había dejado plasmadas sus memorias.  Lo leí meses después, 172 páginas donde Domingo Gil narraba su vida desde  cuando era un mocoso desarrapado hasta sus últimos apuntes ya en los 90s. Le pregunté si lo habían publicado,  si mal no estoy me dijo que no, pero que sí pensaba hacerlo.  No sé si lo hizo, a los pocos años Eduardo murió  víctima de un cáncer renal, recibió a la señora muerte cantando, como siempre había querido.

PD: Hoy  me enteré  que nació  su primera nieta, ¿Qué bambuco le habría dedicado?

jueves, 8 de mayo de 2014

sexo romano....en la escuela


Un día cualquiera,  cuando mi hijo llegó de la escuela  y antes  que se sentara frente al televisor a ver sus programas de siempre, le hice la pregunta protocolaria y obligatoria que me imagino todos los padres les harán a sus hijos. 

 ¿Qué vieron hoy en clase? 

El con sus cinco años y pico como dicen las abuelas,  mientras tomaba algo para comer y se acomodaba en un sillon,  me respondió con la mayor naturalidad posible

– Sexo romano- 

Ante la respuesta guarde unos segundos de silencio, mientras las neuronas decidían si lo que había escuchado era lo que había escuchado, y luego de analizarlo concienzudamente, estas (las neuronas) decidieron que lo mejor era preguntar de nuevo, por si las moscas.
 
¿Sexo romano? Pregunte precavidamente. 

– si sexo romano-  volvió a responder. Y como si nada siguió viendo tv.

Sabia que yo ya no era un jovencito (aunque algunas señoras en consulta me digan lo contrario) y que los tiempos cambian,  pero… si mal no estaba,  mi inducción al increíble mundo de la reproducción animal había ocurrido por allá en 5º primaria, con todo y libro de biología,  con un espermatozoide que parecía un micrófono y del cual había sacado un chiste.  Y la parte de la sexualidad,  las relaciones de parejas y todo eso, solo ocurriría en el colegio, cuando  algunos de mis compañeros habían dado sus primeros pasos (otros ya habían corrido una buena maratón) en la materia,  yo me excluía del grupo, mi timidez solo me daba para quedarme con las ganas…en fin.  Pero volviendo al tema; que la nueva ley de educación fomentara el temprano aprendizaje y la convivencia y todo lo demás,  pues era comprensible.  Pero a escasos cinco años, ¿ya tocando temas de sexo  y precisamente romano?   Caso extremo habría aceptado el sexo hindú, el chino o el chibcha, que a todas estas no tengo ni idea en que se podrían diferenciar.  Pero es que los romanos son los romanos. Pasaron por mi cabeza escenas de la película Calígula, los frescos pintados en muros  y las variadas historias que había leído y escuchado sobre sus gustos y preferencias. Y  por mas que lo intentaba, la asamblea general extraordinaria de neuronas en mi cerebro no lograban llegar a un punto claro sobre como cuernos la profesora les explicaría a estos infantes eso del papel dominante del hombre romano en la relación sexual,  no importase si fuese hembra o macho, o sobre  leyes tales como la "Lex Scantinia", "Lex Iulia y Lex Iulia de vi publica",  sobre las escenas de los baños  u otro montón de cosas, que por los clavos de nuestro  salvador  no quiero ni nombrar.

Sabiamente preferí no preguntar más, no fuera ser que me salieran con cosas peores. Y como todo buen hombre de la casa hice lo  mas sabio…. Esperar a que mi esposa llegara.  Cuando ella regresó, discretamente -no fuera a darle un vahído- le comenté lo sucedido.  Ella fresca como una lechuga  me aclaro todo.  Eso del sexo romano nunca se había tocado, al menos en clase; vaya uno a saber que comentaran esos mocosos en los corrillos de recreo (el ladrón juzga por su condición) lo que había pasado era que el colegio había invitado a un escritor bogotano de cuentos infantiles y este había hecho su visita ese día.  Su nombre CELSO ROMAN, y algunas de sus obras, que  días después habría de conseguir como tarea  son:   el abuelo armadillo, la comadreja robagallinas o los fantasmas de mi cuarto…. Nada que ver con la época antigua. 

miércoles, 7 de mayo de 2014

Haga su propio telescopio en 3 pasos....




Construye  un telescopio reflector con materiales caseros…. eso es lo que dice el libro, tal vez el  mejor manual en lo referente a manufactura de telescopios newtonianos.  Pero antes de comentar sobre esta joya del trabajo manual, me daré el gusto de poner la historia en contexto.


Por el motivo que sea, todos en algún momento alzamos  la mirada en una noche de luna nueva  y con asombro y curiosidad hemos visto aquella multitud de puntitos brillantes llamados estrellas  (de 3000 a 6000 dependiendo del sitio,  las condiciones meteorológicas  y las “buenas vistas” del observador)  y unos cuantos hemos caído en el embrujo de querer conocer sus nombres, presumir con la punta del dedo que tal con cual  forman tal constelación, y en el mejor de los casos dar una explicación cosmológica a todo aquel desorden (en este punto es probable que ya nadie presta atención o simplemente no nos crean).  La mayoría dejará la cosa ahí, y al salir el  sol solo quedará el recuerdo de una noche oscura y bonita.  Otros,  tercos cual semovientes,  quedaremos con las dudas latentes y nos atiborraremos de información astronómica de primera, segunda y hasta tercera mano (en orden sería: libros de astronomía, dos o tres atlas del cielo nocturno, la colección de Carl Sagan.  De segunda mano serían esos eternos programas  de Nat geo, Discovery o History, que escupen datos y datos,  todos  muy bonitos pero que al final lo dejan a uno en las mismas, y de tercera mano serían los serios y entretenidos  documentales de alienígenas ancestrales,  las notas del noticiero RCN  o lo último en cosmología, cosmogonía, cosmoagonia y astrología que  cuentan compañeros de estudio o trabajo).  

Es en este punto,  después de considerarme todo un digno operario del telescopio de canarias,  en el que realizo la mejor inversión de mi vida, me consigo lo último en guarachas en telescopio,  de esos que llegan por temporadas a la panamericana o los que se encargan a amigos igual de cultos a uno.  Así que a eso de las 5 pm tengo ante mis ojos un reluciente y  pulcro artilugio,  azul oscuro, salido de una caja con fotos de Júpiter  y galaxias lejanas multicolores, con números que indican aumentos de cientos de veces, capaces de capturar la estrella más esquiva o el vello púbico más tímido de cualquier vecina.  Y al caer la noche, con nuestro mapa estelar en mano y el objetivo puesto al infinito ( y más allá) escudriñamos con curiosidad 100% infantil el firmamento,  ¿y que vemos? Nada…. Un fondo oscuro y estrellitas ocasionales algo desenfocadas.   Claro, no era de esperar que viésemos la galaxia del sombrero o la nebulosa del cangrejo de una, con mirada científica revisamos nuestro mapa estelar (el que viene con el atlas tamaño familiar que nos costó un ojo de la cara) hacemos unos cálculos mentales, ajustamos dos o tres manijas y nuevamente  a desentrañar los misterios del cosmos... ¿Y que vemos?  Nada… un fondo oscuro con estrellitas ocasionales desenfocadas.   Y así  pasamos minutos u horas,  dependiendo del espíritu aventurero del observador, para al final, luego de estar solos -pues el público inaugural ha preferido ir a ver la novela- Ver a lo lejos la eterna compañera, la luna.  Tardamos unos minutos en ubicarla (como carajos es posible que no sea capaz de hacerlo) y como recompensa ante la perseverancia, con orgullo observamos sus cráteres, mares y cadenas montañosas.  No todo fue tan malo.  En las noches siguientes presumiremos ante un nuevo público enseñando la lunática figura, mostrando al Júpiter inquieto y al esquivo Saturno.   Por unos minutos todo será ¡¡ohhhh!!  ¡¡ahhhhh!! ¡¡que bonita!!  ¿es de verdad???,  y ya.  Pero cuando la novela empiece y el astrónomo incipiente quede solo con su aparato, volverá de nuevo esa desesperación de no encontrar nada, solo el fondo oscuro con lucecitas borrosas. Y pasaran los días, y los libros, y los amigos, y las expresiones maniacas de Giorgio tsoukalos (si tan solo viera  una nave) para luego  tal vez con un golpe de suerte enterarnos  que lo que creíamos  seria el hermano menor del Hubble, es en realidad un pequeño juguete  con un objetivo de 60 mm de diámetro,  algo que solo me permitirá  definir algo de nombre astronómico pero más bien anatómico….ustedes  entienden.  Dejaremos a nuestro amigo a un lado, solo para ocasiones especiales o para cuando llegan las visitas curiosas…no todo está perdido.   


Es aquí cuando llega este libro EL TELESCOPIO DEL AFICIONADO de Jean Texereau, el manual  que a modo de cartilla de nacho lee, todo aquel que quiera iniciarse en el mundo de los artilugios astronómicos debe leer.  Allí se dará un breve repaso de óptica con dos o tres ecuaciones que no entenderá, le despejará algunas dudas prácticas  y le entregará un pequeño listado de elementos requeridos para construir el tan anhelado telescopio reflector de 250 mm. Luego le explicará pasó a paso como elaborar desde el espejo hasta la montura con todo y tornillos,  y  al final,  a  modo de libro de Jaime duque linares, felicidad garantizada.  Personalmente después de leerlo, busque los materiales y solo encontré  los 2 butacas, (en la que me sentaría y en la que dejaría el espejo listo para el abrasivo)   lo demás, seré honesto, puse poco empeño en conseguirlo.  pueda que algún día lo consiga,  es posible que lo construya (muchos ya lo han hecho, hay centenares de páginas web donde niños y ancianos muestran orgullosos sus creaciones) o es probable que bote la toalla después de pelarme los dedos en el esmerilado,  ahorre unos meses y me compre uno ya completico en una tienda astronómica.   
"albert II" dibujo de Diego Fournier

martes, 6 de mayo de 2014

tintinologos.....¡FILIBUSTEROS! ...¡TROGLODITAS!.....



Fueron varias las tardes que dedique en mis años mozos  en la biblioteca del pueblo,  solitario como una lombriz  ya que ni la bibliotecaria estaba presente (probablemente coqueteando con los policías de la estación cercana,  digamos que por cuestiones de vecindad ellos protegían aquel templo de lectura)  a leer y releer  unos delgados libros amarillos  con aroma a papel nuevo.  Era una colección incompleta de las historietas de tintín, de editorial juventud y en pasta dura.  Desde el primer momento que las tuve en mis manos ejercieron sobre mí un hechizo particular,  mi contacto con el mundo del comic se limitaba a los ocasionales complementos  dominicales de el espectador- los monos-  que llegaban por casualidad  y a alguna revista de Kaliman o Arandu de fecha indeterminada.
 

Para la mente de un niño podían ser historias densas, la mayoría de ellas  de 62 páginas subdivididas en rectangulares y homogéneas viñetas, en donde la mitad  eran ocupadas por los globos de dialogo, pero en ocasiones, saltándome las letras,  solo me dejaba llevar por la fluidez de los dibujos, por lo  realista de sus escenarios  y por aquellas situaciones  en momentos inverosímiles, otras de suspenso  y otras de franca comicidad;  más de una vez ahogaba una risotada al ver las expresiones estrafalarias y grotescas de algunos personajes,   y en una única ocasión fui expulsado de aquel sitio cuando junto a algunos compañeros de escuela soltamos carcajadas descaradas al ver las jugarretas de milu y un chivo malgeniado.   Como todo lector medio, siempre pasó por mi mente la idea de robarme alguno de aquellos ejemplares, pero los editores, todos ellos sabios, previendo esto, crearon las historietas en un formato extra grande que no pasaría  desapercibido en cualquier morral escolar.  Años después, y gracias al internet,  tuve la oportunidad de tener a mi alcance la colección completa de Herge, desde tintín en el país de los soviets, hasta tintín y el arte-alfa.  Luego me aventuré  por las aventura de Jo, zette y jocko, quike y  flupi;  Y por último versiones piratas y apócrifas como tintín vs Batman (donde muere milu) o la vida sexual de tintín o tintín en Tailandia.  Cayendo de esta manera en el maravilloso mundo de la tintinologia (a la fecha ya tengo cuatro álbumes  amarillos y con olor a nuevo, como los de la biblioteca)  Luego vino la película de Peter Jackson, acorde a las historietas y con una estética y efectos notables.  Pero luego de verla, sentía que algo no cuadraba, que a pesar de todo, nunca lograba esa relación íntima que se daba entre el libro y el lector. Días después  conocí la causa (una de tantas).  La línea clara;  aquella escuela belga de dibujo cuyo fiel representante era el propio Herge.  Los dibujos de líneas continuas y precisas, con ganancias lineales que solo aparecían muy de vez en cuando, su grosor estándar tanto en primeros como en segundos planos, la ausencia de sombras y difuminados,  la inexistencia del enfoque en primer plano, los colores básicos, fuertes para los personajes principales que resaltaban su ser en cada viñeta, aquella minuciosidad en los detalles y formas, y el obligado movimiento de los dibujos en dirección izquierda derecha  siguiendo el patrón de lectura, me dieron a entender el porqué de aquel mágico primer impacto.   Tintín había sido hecho para el  disfrute visual,  atraía la mirada del niño cual sonajero musical,  tan solo era dejarse llevar por un hilar de colores, escenas jocosas, gags  e historias de no querer acabar….. En fin, cosas de aficionados, y como diría Serafín latón “tiene gracia”…..el que entendió,  entendió….

domingo, 4 de mayo de 2014

esos muñequitos de yupi y chitos



Por allá en los años ochenta, dos conocidas marcas de pasabocas colombianos, que a efectos prácticos llamaremos chitos y yupis, lanzaron una agresiva y bienaventurada promoción y moda;  dentro de los paquetes brillantes de grasa saturada  y con boronas  formando un halo protector, se encontraban pequeñas figuritas de plástico monocromáticas, no mayores a 5 cm, con una increíble definición de rasgos y la maravillosa capacidad de permanecer de pie (con sus desesperantes excepciones).  Eran los muñequitos de series de televisión como el Chavo del ocho, Looney Tunes, Marvel, DC, Thundercats, Star wars, He-man  y Disney.  Gracias a ellos nuestra dieta se basó en gran medida en la ingesta desmedida de “deditos” de chitos (pequeños y saladitos,  de allí su peyorativa connotación sexual que aplican algunas damas) y yupis, un poco más alargados.  Objetos de colección, cambalache, trueque, robo  y más, cuyo único fin era   acompañar a mocosos imaginativos en historias  de guerras y batallas en los jardines o habitaciones de sus casas o las casas de sus amigos.  

Dada su variedad sirvieron a la perfección para recrear villanos, héroes, monstruos, o simplemente población general  (esa que cae dentro del llamado daño colateral y para la cual los del chavo eran perfectos, nunca encontré un mejor papel para la bizcabuela de la chilindrina o doña Florinda) .  Con el paso de los años salieron nuevas series, pero de menor calidad, mal definidos, algunos fluorescentes y en posturas limitantes, o en combinaciones extrañas como la serie de chespirito  de cuerpo normal y cabezas gigantes  alternables,  que bien podrían haber sido los precursores de los perritos que bambolean la cabeza en los tableros de los taxis.  La moda paso, como toda moda, y llegaron los tazos (¿?).

Estas figuritas;  las que sobrevivieron a las mordidas de  mascotas (incluidos los bebes que querían estrenar sus dientes en algo), a las quemaduras con fósforos, velas o cualquier sustancia pirógena (toda la población nacida entre 1970-1990 presenta alguna cicatriz por quemadura de plástico, las principales por bolsas de azúcar o el príncipe azul de Disney), o al simple deterioro por uso, quedaron rezagadas en cajas de recuerdos, y solo se usaban para rellenar piñatas baratas o pesebres coloquiales.   Hoy más de 20 años después,  son objetos de culto para algunos nostálgicos o coleccionistas.  Encontrarlos es un golpe de suerte y es frecuente tener especímenes sin manos, sin patas o con la cara mordida.  


Como dato de cultura general yupi saco la serie de:   Chespirito,  Star wars, el mundo de Disney, los magníficos, los superamigos, y una segunda serie de Chespirito.

Chitos: looney tunes, tom y Jerry, el pájaro loco, he-man, héroes de marvel, héroes DC, thundercats (estos había que reclamarlos después de encontrar una tirilla de premio en los paquetes, venían en bolsitas de 3 a 5) y los picapiedra (esta fue ya a mediados de los 90s).  Probablemente todos superen las 200 figuritas, no lo sé, cada vez que busco, encuentro una nueva, o una que había olvidado completamente.  Tal vez algún día tenga la colección completa.